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Cine y Televisión
2 10 2009
Sobre el cine policial negro por Ricardo Juan Benítez

Hete aquí que en el fondo, de alguna u otra manera, estábamos hablando el mismo idioma. Tan es así que Michel Houellebecq o Haruki Murakami vendrían a encarnar al postmodernismo irredento, pero a su vez son representantes de la filosofía de Sartre (“El ser y la nada”) o Foucault (“Arqueología del saber”), el uno; y un discípulo aplicado de Franz Kafka, el otro. Entonces: ¿Qué es postmodernismo? ¿Qué es clasicismo? ¿Quién tiene razón? ¿Todo se puede etiquetar y clasificar?

Esto viene a cuento de la nota del señor Quintín, en la Revista Ñ, del domingo 13 de septiembre del 2009, titulada: “La lección de Tarantino”; dónde intenta mostrar una cierta dicotomía entre el pensamiento de este cineasta norteamericano con nuestro Juan José Campanella y el film “El secreto de sus ojos”.

Me declaro amante del cine de Tarantino. Aunque debo aclarar que me entusiasma más en películas como “Perros de la calle” o “Jackie Brown”, que por ejemplo: “Kill Bill, Vol. 1 y 2”. Pero aún en esos films se nota el oficio que le brindaron los años de cine club y video club. Nuestro querido Quentín abrevó en el “policial negro” de Howard Hawksa John Houston, en los libros de bolsillo en rústica con novelitas de un tal Dashiell Hammet o un Raymond Chandler, los “films noirs” de Henri-Georges Clouzot o Claude Chabrol. Como dato interesante la novela “El largo sueño” (“The big sleep”) de Chandler, fue adaptada al cine por William Faulkner y filmada por el señor Hawk, quien a su vez fue el director de “Sargento York” de la cual hace mención el señor Quintín en la reseña sobre la película de Tarantino. ¿Casualidad o causalidad?

Ahora bien, también es innegable que en sus opus: “Kill Bill” y “Bastardos sin gloria” (“Inglorious bastards”) el señor Tarantino homenajea al “spaghetti western” género que subvierte a los clásicos del Oeste norteamericano. El siempre declaró su amor por Sergio Leone y la música incidental de Ennio Morricone. En este caso puntual por el señor Enzo G. Castellari. En su largometraje del año 1977 “Aquel maldito tren blindado” (“Quel maledetto treno blindato”) se basa este “Bastardos sin gloria”, que tal vez también homenajee a la película estrenada aquí como “Gloriosos bastardos” (“Nams Angel’s”/”Mucchio di bastardi”/ “The losers”,1970) film clase B dirigido por el ignoto, pero prolífico, Jack Starret cuyos mayores logros fueron: algún capítulo de la serie “El planeta de los Simios” (“Planet of the Apes”, 1974) o películas comerciales como: “La carrera del Diablo” (“Devil’s Run”, 1975, con Peter Fonda y Warren Oates) o “Cleopatra Jones” del año 1973, con la modelo Tamara Dobson en un papel parecido a “Modesty Blaise”, una especie de James Bond del sexo femenino.

Antes de estos bastardos, Quentín con Robert Rodríguez, nos brindaron una lección de cine bizarro, clase Z, con el díptico “Planeta Terror” (“Planet Terror”) y “A prueba de muerte” (“Death Proff”) en donde hace una relectura de esas películas de cine de barrio, usualmente desgastadas, a punto de quemarse, con saltos temporales y yuxtapuestas (¿Recuerdan “El viento se llevó lo que” de Agresti?).

Ahora bien, si Tarantino revisita un género como el “spaghetti western”, que a su vez subvierte otro como el Lejano Oeste, quien a su vez se basa en los mitos y leyendas griegas y nórdicas (el héroe solitario que debe luchar contra las fuerzas externas y sus propias dudas internas), ¿Podríamos decir que es totalmente original y postmoderno?

Aquí aparece en escena Juan José Campanella. Un artesano que conoce al dedillo como funciona el mainstream hollywoodense, que tiene sus virtudes y defectos atados a ese sistema: la búsqueda del impacto taquillero. Pero, como Tarantino, un verdadero cinéfilo y, que junto con el malogrado Fabián Bielinsky, debería marcar el rumbo del “cine policial negro argento”, por llamarlo de alguna manera.

Este género tiene algunas pautas esenciales, que en el caso específico del cine nacional, tiene una complicación que viene de la literatura: la falta de tradición de los investigadores privados. Esos literarios detectives, eternos perdedores de integridad moral a prueba de balas, que tan bien encarnaba Humprey Bogart. Hablamos de algún Phillip Marlowe o Sam Spade de estas tierras australes. Es así que directores como el austriaco Kurt Land (nacido en Viena en 1913 y radicado en Argentina desde 1938) enfocaron el tema desde el lado de los malos, los mafiosos. Por ejemplo en “Mercado Negro” (con Olga Zubarry y Santiago Gómez Cou, del año 1953) se centraba en el ascenso y la caída de un zar del tráfico de medicamentos. El recordado Hugo Fregonese (8 de abril de 1908/11 de enero 1987) más allá de haber rodado en USA y Europa, filmó en Argentina dos películas policiales excelentes: “Apenas un delincuente” (Jorge Salcedo, Sebastián Chiola y Tito Alonso, del año 1949) y “La mala vida” (Hugo del Carril, Soledad Silveyra y Víctor Laplace, 1973). Dentro de esta apretada síntesis cabría mencionar dos biopics gangsteriles de Leopoldo Torre Nilsson: “La mafia” (Alfredo Alcón, José Slavin y Thelma Biral, 1972) y “El pibe cabeza” (José Slavin y Marta Gónzalez, 1975).

Esa tradición perduró hasta nuestros días con filmes como “Pizza, birra y faso” (dirigida por la dupla: Bruno Stagnaro/Israel Adrián Caetano, 1997) y “Un oso rojo” (Caetano, 2002). Siempre la historia vista desde le punto de vista de los marginales, ningún detective a la vista.

Excepto algunas películas de Santiago Carlos Oves como “Revancha de un amigo” (Ricardo Darín/Juan Leyrado/Luisa Kuliok, 1987) y, especialmente, “Asesinato a distancia”, basado en un cuento de Rodolfo Walsh, con Héctor Alterio, Patricio Contreras, Laura Novoa y Fabián Vena, del año 1998; no aparece claramente la figura del investigador de novela negra. En esta última película aparece pero a la manera inglesa, el detective deductivo y casi infalible. Como el Isidro Parodi, “el penado de la celda 273” de la Penitenciaria Nacional, que resolvía los casos sin salir de su calabozo. Personaje creado por el célebre escritor argentino Honorio Bustos Domeq, que debe su apellido compuesto a los tatarabuelos de los señores Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Dos magníficos ejemplos de “policial negro” pertenecieron a Adolfo Aristaraín: “La parte del león” (1978) con un inusual protagónico dramático de Julio De Grazia y los secundarios de Julio Chávez y Ulises Dumont. Y en el año 1982 “Últimos días de la víctima”, sobre la novela de Juan Pablo Feinmann, con un elenco notable: Federico Luppi, Soledad Silveyra, Julio De Grazia, Ulises Dumont y Arturo Maly. Pero aquí también la visión es desde el lado marginal.

No es poco mérito del señor Campanella lograr introducir la figura del investigador, en este caso un ayudante de fiscal, que no parezca estereotipado y artificial. Sus personajes respiran credibilidad, los diálogos son naturales, las escenas de “oficina” tienen convicción y una gracia poco común. No tuve la suerte de leer la novela de Eduardo Sacheri (“La pregunta de sus ojos”), pero deduzco que las bondades del guión cinematográfico ya se encontraban en la creación literaria.

El señor Campanella ya ha demostrado ser un excelente director de actores. Si se recuerda la gran actuación de Pablo Rago en la miniserie “Vientos de agua”, multipremiada en la entrega de los Martín Fierro de ese año (estreno mayo del 2006). Si a eso le agregamos que ha dirigido figuras como Héctor Alterio y Norma Aleandro (“El hijo de la novia”) o Hug Laurie y Robert Sean Leonard (“Dr. House”), no nos debería extrañar las perfomances del señor Ricardo Darín y, especialmente, Guillermo Francella. Este último, medido y con una desconocida veta dramática, es el paradigma de una institución del cine de Hollywood: el relevo cómico. Ni siquiera a la hora de demostrar las borracheras, Francella se va de registro. Pero es certero y eficaz en los pasos de comedia, en su forma de decir ciertas frases, incluso de espaldas a la cámara.  Campanella sube la apuesta y hace jugar un personaje de comisario a otro actor cómico: José Luís Gioia.

El plano secuencia en el estadio de Huracán, toma aérea incluida, es sencillamente magistral. Dura aproximadamente siete u ocho minutos, pero la cámara no se detiene jamás. Un portento de suspenso, humor irónico y acción. Pero tal vez la escena más sobrecogedora sea el encuentro en la oficina del tipo que maneja las fuerzas parapoliciales. Sus fríos ojos celestes, mientras dice:
—“¿Por qué la trajiste a ella? Al fin y al cabo ustedes dos tienen algo en común: no pueden hacer nada”.
Recordé cierta frase de Chabán postCromagnón: “poder es impunidad”. Por supuesto el remate fue la escena posterior en el ascensor. Pura tensión y síntesis cinematográfica.

Mención aparte para Mariano Argento, el actor que compone al oscuro personaje contrapartida del protagonista. Parece ser que su especialidad son estos ambiguas criaturas, como el “Don Carlos” de cierta publicidad oficial. El español Javier Godino tiene antecedentes actorales que demuestran que no fue sólo una imposición de la coproducción. Pese a que le toca un personaje desangelado y de aparición esporádica, demuestra gran versatilidad, pasando de las escenas de pura acción física al desamparo y la sumisión; para luego mostrar furia homicida, suficiencia, descaro, prepotencia y, por último, verdadero sometimiento y resignación.

El filme, como todo “cine policial negro”, tiene nervio, denuncia social, contexto histórico y crítica a los poderes, en este caso particular al judicial. Es bastante irónico que la víctima tenga más sentido de la justicia que los jueces.

Tal vez, para mi gusto, hubo dos escenas que se podrían haber obviado. La primera: ella corriendo detrás del tren. Pero luego hay un comentario irónico al respecto que sirve para explicar la acción. Y la del cierre, muy de comedia romántica. Tal vez algo que sugiriera más que mostrara. Pero nos hubiéramos perdido a Soledad Villamil diciendo:
—¡Andate, nene! —al pobre cadete inoportuno.
En resumidas cuentas, el señor Juan José Campanella nos ofreció un producto clásico y noble. Adaptó con acierto un género foráneo al gusto argentino, con ritmo y buenas actuaciones. Dos horas de puro entretenimiento cinematográfico, con rubros técnicos impecables y una muy buena historia.

Parece bastante que, por el precio de una entrada, podamos creer que la justicia, de alguna extraña manera, da a cada uno lo suyo en este bendito suelo.

acerca del autor
Ricardo Juan

Ricardo Juan Benítez, Buenos Aires (Argentina), 1956. Escritor, poeta y crítico cinematográfico. Publica con asiduidad en diferentes revistas digitales. Algunos de sus cuentos premiados: “Pleamar” (1er puesto, Letras Kiltras de México D.F.), “Los visitantes de Marte” (Mención de Honor, Premio Andrómeda de Ficción Especulativa 2009). Varios de sus relatos se encuentran en Proyecto Scherezade (Departamento de lenguas extranjeras de la Universidad de Manitoba, Winnipeg, Canadá). Su blog personal Cuentos y otras ficciones.