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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
2 12 2010
Los dos Mario Vargas Llosa por Ignacio Ramonet

Pionero en la defensa de los derechos humanos, Casement, nacido cerca de Dublín, se enrola en seguida en las filas de los partidarios de la independencia irlandesa. En plena Primera Guerra Mundial, partiendo del principio que “las dificultades de Inglaterra abren oportunidades para Irlanda”, busca la alianza con Alemania para luchar contra los británicos. Fue inculpado de alta traición. Las autoridades le acusan también de “prácticas homosexuales” en base a un pretendido diario íntimo cuya autenticidad es puesta en tela de juicio. Fue ahorcado el 3 de agosto de 1916.

Aun no estando disponible la novela, se ignora como Vargas Llosa ha construido la arquitectura. Pero podemos confiar en él. Ningún otro novelista de lengua española posee como él el arte de cautivar al lector, el de atraparlo desde las primeras líneas y sumergirlo en las tramas jadeantes en donde las intrigas transcurren, llenas de pasión, humor, crueldad y erotismo.

Esta novela ya ha tenido un gran mérito: sacar del olvido a Casement, “uno de los primeros europeos que tuvo una idea muy clara sobre la naturaleza del colonialismo y de sus abominaciones”. Idea que el escritor peruano (no obstante hostil a los movimientos indigenistas de América Latina) comparte: “Ninguna barbarie es comparable al colonialismo”, zanja en el debate sobre los pretendidos “beneficios” de la colonización. "El África jamás ha podido recuperarse de sus secuelas. La colonización no ha dejado nada positivo."

No es la primera vez que Vargas Llosa se inspira de personajes históricos para denunciar las injusticias. Destaca por mezclar las técnicas de la novela social, histórica, realista, e incluso la novela policial, lo ha demostrado brillantemente en dos de sus obras más logradas: La Guerra del fin del mundo, fabulosa narración de la revuelta, en el noreste brasileño, de una comunidad de cristianos iluminados en busca de una utopía a finales del siglo XIX. Y La Fiesta del chivo, que relata en una opulenta construcción coral, la perfidia de la dictadura de Trujillo (1930-1961) en la República Dominicana.

La historia —contemporánea— es también el tema de la novela considerada como su obra maestra: Conversación en la catedral, descripción magistral del Perú del General Manuel Odría (1948-1956), la realidad latinoamericana de los años cincuenta y los enigmas de la condición humana. Una obra que corresponde a los argumentos del jurado del Nóbel para explicar la atribución del premio: “por su cartografía de las estructuras del poder y sus representaciones incisivas de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”.

En la época en que escribía este libro, Vargas Llosa vivía en Paris formando parte de una generación de talentosos jóvenes escritores —Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes…— que iban a revolucionar la literatura latinoamericana. Todos eran de izquierda y simpatizaban entonces con las guerrillas. En un manifiesto de apoyo a los guerrilleros peruanos, Vargas Llosa afirmaba en esa época que “para cambiar las cosas, el único recurso es el de la lucha armada”.

La misma solidaridad sin falla con la revolución cubana: “En diez, veinte o cincuenta años”, declaraba él el 4 de agosto de 1967 en Caracas; “ la hora de la justicia social sonará, como suena actualmente en Cuba, y América Latina toda entera se emancipará del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ultrajan y la reprimen. Yo quiero que ese momento llegue lo más pronto y que la América latina por fin acceda a la dignidad y a la vida moderna; que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror”.

Y luego, a principios de los años setenta, este revolucionario exaltado es intelectualmente fulminado por la lectura de dos ensayos: La route de la servitude, de Friedrich Hayek y la Societé ouverte et ses ennemis, de Karl Popper. Este sobre todo lo transfigura: “Considero a Karl Popper, —dirá— como el pensador más importante de nuestro tiempo; yo he dedicado una buena parte de las dos últimas décadas a leerlo y, si me preguntaran cuál es el libro de filosofía más importante del siglo, no vacilaría un segundo en escoger La societé ouverte et ses ennemis”.

En el acto, deja de apoyar a la revolución cubana, reniega de su pasado de “intelectual de izquierda” y con el celo de un converso reciente, se transforma en propagandista activo de la fe neoliberal. Sus nuevos héroes se llaman: Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Con respecto a este símbolo de la “revolución conservadora”, confesará una “admiración sin reservas, una reverencia casi filial que no he sentido nunca frente a ningún otro dirigente político viviente”. Por ese frenesí thatcheriano decide por otra parte instalarse en Londres…y cuando la dama de hierro deja el poder en 1990, él le hará llegar un ramo de flores con este mensaje: “Señora, no hay muchas palabras en el diccionario para agradecerle por lo que usted ha hecho por la causa de la libertad”.

Thatcherista será también el programa que él propone a los electores durante su candidatura a la presidencia del Perú en 1990. Pero será vencido contundentemente por Alberto Fujimori. Asqueado por la ingratitud de sus compatriotas, se exilia definitivamente y renuncia incluso a su nacionalidad bajo el pretexto de que los peruanos no le merecen…

Cambia su admiración hacia otro dirigente: José Maria Aznar, presidente (ultraliberal) del gobierno español (1996-2004), aliado de George W. Bush en la invasión a Irak y actualmente asalariado de Rupert Murdoch propietario de la multinacional News Corporations; político que la revista americana Foreing Policy acaba de clasificar entre “los cinco peores estadistas del mundo”, pero sobre quien Vargas Llosa piensa que “los historiadores del futuro lo reconocerán “como uno de los mayores estadistas de la historia”.

Admira también la “personalidad carismática” de Nicolas Sarkozy y “el talento político excepcional” de Silvio Berlusconi; ya que este gigante de la literatura es decididamente un hombre de doble personalidad. La máscara seductora de sus novelas disimula un furioso sectarismo, quien casi después de cuarenta años dedica la mayor parte de su tiempo a intervenir en los medios de comunicación a arengar y a predicar en los congresos del mundo entero, repitiendo con una insistencia casi fanática los principios elementales de su ideología.

Agitador ultra-liberal, miembro activo de la Comisión Trilateral, presidente de la Fundación Internacional por la Libertad, laureado con el premio Irving Kristol otorgado por la American Entreprise Intitute, Vargas Llosa es un conservador profesional. Ha legitimado la invasión a Irak en el 2003 y justificado el golpe de estado en Honduras en junio de 2009.

El 7 de octubre del 2010, el ensayista reaganiano francés, Guy Sorman, señalaba en su blog: “A menudo nos hemos encontrado en los mismos estrados en América Latina, donde Mario es un militante que se le calificaría en Francia como ultra-liberal; no se ha cansado de combatir a Castro, Morales, Chávez, Kirchner y cualquier programa que sea un poco socio-demócrata”.

Vargas Llosa ha recordado por otra parte que recibía el premio Nobel tanto por sus ideas como por su talento de escritor: “Si mis opiniones políticas (...) han sido tomadas en cuenta, pues bien, ¡en buena hora! Me regocijo”.

Este admirador de Louis Ferdinand Celine, “un extraordinario novelista”, admite que el autor de Viaje al fin de la noche era también un “personaje repugnante”. Y añade: “Pero hay muchos personajes poco estimables que no obstante son extraordinarios escritores”.