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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
2 1 2011
El triunfo de Poseidón por Ricardo Gattini

 

Petra, ha sido capturada y esclavizada junto a dos mujeres que la acompañan. En la nave, cada uno de los miembros de su cargamento de ébano vivo tiene su identidad e historia propia; y poseen en común el amor a su tierra desde donde los desarraigaron para no regresar jamás.

 

África es Andrómeda encadenada a las rocas. En el margen del ancho océano la bella princesa etíope espera la aparición del monstruo marino que viene desde lejos para devorarla. Los soberanos de Etiopía han entregado su hija a la furia de Poseidón, para evitar el castigo al país por la osadía de su reina al estimarse más bella que las nereidas. Distinto a lo que afirman otros autores del mundo antiguo, se dice que para Eurípides la escena acontece en el litoral del Noroeste africano, próximo a los Montes Atlas, es decir, hacia el Atlántico. Allí estaría la Etiopía de Andrómeda, el país de los rostros tostados según la etimología griega. Herodoto, en el L. III, 114, lo ubica en el Mediodía, hacia el Poniente en donde se produce mucho oro, se encuentran grandes elefantes, el ébano y la gente más grande, hermosa y más longeva. Para Ovidio en El arte de amar, la princesa etíope tendría la piel oscura, pero no para Eleodoro quien, según Thomas Pavel, en Las etíopicas  heleniza la tez de Andrómeda.

 

Sin embargo, para África no llega un Perseo que la salve. Así, atada de manos por su propia gente fue llevada lejos en una decisión que obedece a una vorágine lucrativa y, no sin antes quitarle su nombre y su pasado, la convertirá en mercancía para venderla en un continente de ultramar.

 

África también es Makeda: la reina de la etíope Saba quien debe dar explicaciones en un país extranjero por el color de su piel: “Yo soy negra pero bella, oh hijas de Jerusalén…no me miren como negra” dice en El cantar de los cantares. En cambio, lejos de ser acogida como fue la reina por Salomón, en los países de América, esa África fue sometida a la servidumbre extrema del cuerpo y del alma; y controlada con facilidad precisamente por el color de su piel.

 

Es un África que no podrá regresar a su hogar como lo hizo Odiseo con la ayuda de los dioses, a pesar de todos los obstáculos interpuestos por el vengativo Poseidón. Para esa África existe el “middle passage”, un boleto sólo de ida, para nunca regresar, una ilimitación que puede sostenerse con certidumbre.

 

Esta es el África ancestral, arrancada  del curso de la historia que venía desde el Mundo Antiguo, incluyendo su modelo interno de esclavitud, roto y corrompido en una escala jamás vista, para convertirla en “útil” a la “civilización” y después al “progreso”; e impedida de verse su propio rostro: el espejo ha sido quebrado en millones de pedazos.

 

Muy al contrario del mito griego, esta Andrómeda ha sido sustraída por el monstruo que viene del mar para desgarrarla lejos de la costa etíope; y este Odiseo nunca tendrá la ocasión de retornar a la patria para ver a su gente: Poseidón ha triunfado.

 

Petra en El barco de ébano es, etíope, bella, alta y de aspecto majestuoso. Además es noble, no porque sea heredera de una fortuna, sino por aquello que Dante nos dice en Convivio: “hay nobleza donde quiera haya virtud”; y por otra parte, por el culto a sus antepasados: memoria e historia que la hace consciente de pertenecer a una familia que ha registrado su propio pasado.

Sin embargo, el negrero no hizo la distinción con Petra: la ha esclavizado porque era una negra africana, sin miramiento de ningún otro orden, como en su caso: venía del país de los rostros tostados, era católica y noble. Millones de seres humanos fueron sometidos en las costas de África al proceso de marcación y jerarquías por el poder comprador de esclavos, y se prolongó en las “piezas” vendidas a los países de América en virtud de la norma biopolítica de la descendencia: también será esclavo el producto del vientre de las esclavas; y al mismo tiempo, ennegrecidos todos por igual. Así, las consecuencias de la confección en Europa de estereotipos que fueron racializados en sus factorías del litoral africano, continuarán sin interrupción su camino hasta el presente. 

 

Para la trata transatlántica, entonces, todos los africanos son anónimos muebles orgánicos, negros, estultos, primitivos, salvajes y malos que provienen desde un tenebroso continente. Sin embargo, vale la pena preguntarse si habrá habido eventos más salvajes y sujetos a la animosidad más primitiva del hombre, que los sucedidos en la avanzada Europa de la primera mitad del siglo XX; y si la realidad del horror del Holocausto habrá sido inferior al novelado horror en el corazón de las tinieblas africanas.

 

Las personas que se amontonaban en las bodegas de los barcos negreros, no llegaron a América con las manos vacías, sino colmadas de un enorme bagaje ancestral. Es el que llevan consigo Petra y sus acompañantes, Naha y Sinaya, en su largo y angustioso periplo hacia un destino desconocido. Naha es una mujer fuerte dotada por la naturaleza para soportar un prolongado tiempo sin comer; Sinaya es más pequeña, ágil e inteligente que capta de manera rápida desde donde viene la amenaza y discurre cómo afrontarla. Petra, esbelta, etérea y de gran nivel presencial, se sabe depositaria de la cultura de sus antepasados y de su contenido ontológico.

 

A la manera teilhardiana, cada una de las tres tiene una especialización y se descentran hacia las otras dos para servirlas con sus atributos propios, lo que al centrarse sobre el interior del trío que conforman, posibilita una calidad superior de existencia; pero que en la situación que las envuelve, ésta se expresa en términos de sobrevivencia en el medio adverso en el que les ha tocado vivir.

 

Petra desciende del tronco común que la liga a un rey de Etiopía, quien adoptó la religión católica a instancias del jesuita Pedro Páez. La familia fue devastada por sus enemigos y tuvieron que huir y aislarse en las montañas, donde sus descendientes lograron mantener sus costumbres y su religión como les era posible, hasta que ella fue capturada.

 

La compra de Petra se origina en el deseo de su primer dueño británico de obtenerla para su uso y usufructo personal: la inicua y regulada posesión biológica del hombre por el mismo hombre que dicta la norma, lo que va más allá del concepto economicista del reclutamiento de un contingente como fuerza de trabajo; y más lejos aún de la esclavización de prisioneros de guerra en el Mundo Antiguo.

 

Petra no habla, hay alguien que lo hace por ella: es África reducida al silencio; y tiene su correspondencia en la falta de interés que tuvo el negrero y el esclavista en dejar huellas de la voz directa del africano. Existen registros de juicios con las reclamaciones de esclavas nacidas en Hispanoamérica, pero siempre, y de manera inevitable, el escribano se expresa por ellas. Con mayor razón la voz de las esclavas recién llegadas como es el caso de Petra. Las negras bozales no hablaban castellano, subraya la historiadora Carolina González Undurraga.

 

Petra tendrá un Perseo, un ebanista inglés de la tripulación del barco negrero quien se enamora de ella durante la larga travesía. Muerto el poseedor original de las tres africanas, es él quien ha recibido la posta esclavista. Al contrario de ellas, él no tiene identidad en la novela. Ésta corresponde a alguien que viene de la metrópoli negrera por excelencia y le ha sucedido un cambio tan radical en su interior que se siente impulsado a discurrir un razonamiento propio: no a la manera como se entiende hoy, sino a la de un converso abolicionista entre 1807 y 1837, época en que se desarrolla la historia.

 

Mientras en el país de su nueva residencia se ha prohibido la esclavitud, no puede concebir que en el suyo aún no elimine la lacra que marcó a su querida Petra. En Valparaíso, construye su casa en la ribera alta, porque a ella el paraje le recuerda el etíope lago Tana; él se enfrenta a la sociedad local y con más ahínco al pequeño Londres que la cerrada colectividad inglesa ha formado en la ciudad y tiene una enorme influencia en la política chilena.

Este Perseo inglés, en el último lugar del mundo, salva a Petra del monstruo de la esclavitud, pero no de la trata. Para hacer justicia sería necesario regresar a la víctima a la situación anterior al delito infringido; pero esto es imposible: si retornara, sería arrastrada por la corriente animada por el poder comprador de personas en las costas africanas e integrada a ese circuito perverso. Entonces, sólo un valor sublime puede recomponer el equilibrio: el amor, que se plasmará en una familia diluida en su nuevo país y, al mismo tiempo, redimirá a quien fuera esclavista.