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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
1 4 2011
Una saga en la espiral del tiempo por Fernando Aínsa

Desde las primeras líneas, Diablos Azules —la novela que Héctor Loaiza acaba de reeditar con significativas modificaciones— está signada por la secreta conjura de las fuerzas ocultas que gobiernan los destinos humanos, surgidas del panteón del pasado prehispánico con la intensidad de la creencia y la pesadumbre que da la conciencia culpable. Con resignada aceptación, el canónigo José Gabriel Altamirano se siente inmerso desde el principio en un «valle infestado de sierpes y alimañas», mientras cruza la Plaza de Armas del Cusco con la desazón de arrastrar el «fruto del pecado»: un hijo natural, Uriel, que ha concebido con Elvira, la hija del terrateniente Juan Bautista Escalante y del que ignora en ese momento su paradero.

Lo hace proyectándose en el diorama de una ciudad que parece —a principios del siglo pasado— vivir en la calma del período colonial («El tiempo semejaba haberse coagulado en el Cusco», anota el canónigo), aunque la presencia omnipresente de iglesias, conventos y la monumental catedral, sus religiosos —dominicos, franciscanos, mercedarios— transitando cabizbajos por sus calles y plazas, recuerde la pesada carga de una religión católica siempre omnipresente.

A partir de estos datos se escenifica el drama con ribetes trágicos de los variados destinos uncidos a ese «pecado original», prolongando los males desencadenados por los «diablos azules» sobre el alma del canónigo desde que su mirada se cruzó con la de Elvira, la hija del gamonal Escalante.

Una y otra vez la erótica escena de su entrega al cuerpo desnudo de Elvira en el que cree percibir la reencarnación de Lilith —la blasfema del Génesis convertida en diablesa— revive en el alma contrita, pero siempre apasionada de Altamirano, para proyectar su sombra maléfica a través de los años. Desde ese momento, Elvira será —a los ojos de los demás que la observan con maledicencia— «la querida del canónigo libidinoso.» Su hijo, Uriel, un bastardo señalado con el índice, incapaz de superar el trauma de su origen se vuelca a un idealismo político que lo lleva a la temida prisión de la isla del Frontón.

Más allá del atribulado canónigo, está Roberto Robles, su esposa Rosa y sus hijas, una de las cuales —Lucía— se ha unido en un frustrado matrimonio con Uriel. Roberto vivirá luego el pesar de un yerno que los abandona sin dar noticias y una hija que se desentiende de sus obligaciones maternales y deja al pequeño Fernando al cuidado de la abuela Rosa.

UN COMPLEJO PUZZLE EN UN TIEMPO FRAGMENTADO

Diablos Azules reconstruye esos destinos en un complejo puzzle donde las piezas se ensamblan como fragmentos narrativos no solo espaciales, sino temporales. Héctor Loaiza despliega con apasionada destreza un ambicioso fresco sobre cincuenta años de historia de la ciudad del Cusco, sus bucólicos valles y sus feraces haciendas patriarcales, entre la que se destaca la de los Escalante en la región de Lares. Un paisaje apacible donde, sin embargo, impera la cruel explotación de los aparceros que trabajan la tierra.

La saga familiar de los Escalante, los Altamirano y los Robles —estigmatizada por la mácula del hijo ilegítimo— se va alternando en el tiempo con ritmo sincopado. Desde los años cuarenta se retrocede a principios del siglo XX en fragmentos de recuerdos sucesivos con la llegada del ferrocarril al Cusco, cuando los inmigrantes europeos tienen que abandonar la ciudad; cuando llega el sobrino del canónigo, Benjamín que se enamora de Elvira y se fuga con ella.

La acción de Diablos Azules es permanente. No hay lugar para el sosiego de un tiempo que se desplaza con idas y vueltas en un calendario jalonado de episodios de ritmo jadeante: Uriel, el poeta idealista, se transforma en un alcohólico empedernido, cuyas noches se pueblan de «diablos azules vomitados por la oscuridad» con sus formas monstruosas —«hocicos de lobo, pechos de sapo, alas de murciélago, caparazones de tortugas y colas de pez»— que le impiden dormir con sus chillidos e insolencias.; el canónigo, deprimido por la fuga de Elvira, vive en concubinato con su ama de llaves; Lucía, abandonada por Uriel y con un hijo a cuestas que deja al cuidado de sus padres, se arregla como una adolescente y se amanceba con el Pelele para el pesar familiar.

Los destinos de tres generaciones se entrelazan fatalmente en una ciudad que opera como un imán y en cuyos rincones se agazapan los temidos «diablos azules». Los años pasan y retroceden una y otra vez. Veremos a Uriel, lejos de su familia, como maestro en un pueblo de pescadores de la costa sur, viviendo como «un exiliado en su propio país» y tratando de escribir en una vieja Remington el pasado familiar «con la magia de las palabras»; a Elvira, de regreso, tomando las riendas de la hacienda del valle de Lares a la muerte de su padre, con la energía y el alma endurecida por los sinsabores de su vida; al envejecido canónico, intentando que su nieto Fernando ingrese al seminario para seguir su destino y, finalmente, el regreso del «hijo pródigo» —Uriel— al seno familiar, para decidir que lo mejor sería terminar de escribir esa novela tantas veces concebida e iniciada, pero nunca concluida: Diablos Azules.

Una novela donde el orden social es apenas cuestionado, donde la resignación o la hipocresía impide toda rebeldía, pero que gracias a su evocación a través de conmovedores episodios que se suceden y alternan a lo largo de medio siglo, se adivina la nostalgia del autor por el mundo de su infancia definitivamente perdido. Un autor —Héctor Loaiza— apenas disimulado detrás de la mano de Uriel, del que disfrutamos emocionados su lectura.

Oliete (España), julio de 2010

acerca del autor
Fernando

Fernando Aínsa, escritor y crítico hispano-uruguayo, trabajó en UNESCO de París desde 1974 hasta 1999. Reside actualmente en Zaragoza (España). Ha publicado ensayos, libros de cuentos, novelas y poemarios. Entre sus obras de ensayo figuran "La reconstrucción de la utopía" Buenos Aires y México; "Travesías", (2000). "Del canon a la periferia. Encuentros y transgresiones en la literatura uruguaya" y "Pasarelas. Letras entre dos mundos" y "Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética" (2002). "Narrativa hispano-americana del siglo XX. Del espacio vivido al espacio del texto" (2003). "Rescribir el pasado. Historia y ficción en América Latina" (2003) y “Del topos al logos. Propuestas de geopoética” (2006), “Prosas entreveradas” (2009) y “Confluencias en la diversidad. Siete ensayos sobre la inteligencia creadora uruguaya” (2011). De su obra de creación destacan las novelas “El paraíso de la reina María Julia” (1994 y 2006) y “Los que han vuelto” (2009). Ha publicado los poemarios "Aprendizajes tardíos" (2007) y “Clima húmedo” (2011). Algunos de sus libros obtuvieron premios en Argentina, México, España, Francia y Uruguay. Colabora en revistas literarias especializadas de Latinoamérica, EE.UU. y Europa.