Sábado 18 | Mayo de 2024
Director: Héctor Loaiza
7.334.946 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
resonancias.org logo
157
Literatura
3 10 2011
Pablo Dema: Cada nuevo texto es un desafío por Luis Benítez

—¿Cómo fue el desarrollo de su narrativa, desde su primer libro hasta el último que ha publicado?
—Siempre me costó pensar en lo que escribo en términos de libros u obras completas y cerradas. Más bien se trata del deseo, el impulso y la necesidad de escribir algo que al principio es muy vago e indefinido. En ese sentido, siempre me pareció atinada la idea de hallar un correlato objetivo de algo impreciso que es del orden de lo subjetivo: intuiciones, sentimientos, sensaciones, experiencias. Escribir tiene que ver con visualizar, clarificar y comunicar eso que gana mi atención y requiere que me concentre en ello. La escritura traduce y hace asequible algo que, tengo la sensación, está dentro, llamando, reclamando. Entonces no pienso en un libro, luego en otro y en el siguiente, en general no es así. Lo que sucede es que las narraciones que voy escribiendo en determinados períodos tienen un aire de familia y, tal vez, vinculaciones temáticas que me permiten agruparlas en un volumen de cuentos, siempre bajo un solo título general. Esa es mi regla hasta ahora: un grupo de relatos bajo un solo título. Una vez que hay un conjunto y existe la posibilidad de publicar, intento encontrar las conexiones entre las piezas del conjunto, incluso trato de propiciar en los lectores determinadas asociaciones a través de la elección del título para darle unidad al volumen. En Fotos (2005), la fotografía recorre de diversas maneras el libro: ya sea mediante la recreación del contexto en el que fue sacada la fotografía del cadáver del Che Guevara en Bolivia o a través de la reflexión de un hombre acerca de las fotos de una amante que lo ha abandonado.

El segundo libro de cuentos que publiqué toma su título de un poema de José Emilio Pacheco: “¿Cómo atajar la sombra que nos hiere y nos cava/ si nada permanece,/si todo nos fue dado/ como tributo o dualidad del polvo?”. Ese pasaje funciona como epígrafe de uno de los cuentos, pero yo escogí la frase Si nada permanece (2007) para titular el libro. La decisión tuvo que ver con que el cuento en el que coloqué el epígrafe es el más representativo del libro, el que tiene más peso y el que mejor expresa el clima general de lo que he hecho y hago hasta ahora. La expresión “si nada permanece” está truncada, se trata de un condicional pero le falta la proposición que le dé sentido. ¡Pero es tan desoladoramente potente y sugestiva! Si nada permanece, entonces… qué hacer, cómo vivir, para qué, si ya existe la conciencia de la pérdida irremediable de todo. Dicho así suena tremendo, patético e insoportable. Por supuesto que los cuentos no enuncian directamente estas cosas, pero creo que de algún modo presuponen ese malestar en los personajes.

Y aquí es cuando aparece la cuestión de la necesidad en relación con la escritura. Porque realmente no parece posible que hoy, desde Argentina, se pueda salir adelante recayendo en este tipo de tópicos que, de Dostoievsky a Sartre o Camus, ha tenido tantos desarrollos importantes. Sin embargo es algo que no deja de interesarme, del mismo modo que no puede desembarazarme del hecho palpable de que actuamos todo el tiempo como si supiéramos qué hacemos y hacia adónde vamos cuando eso no es así en absoluto, al menos para mí. Entonces decidí explorar estos temas aun a riesgo de hacer una literatura que nace sin chances de ser leída. Si se atiende a lo que escriben gran parte de los escritores actuales en mi país, esta suerte de existencialismo demodé no tiene cabida. Sin embargo no puedo ir contra de mis convicciones estéticas más arraigadas, no puedo sumarme a una corriente en boga dejando de lado lo que como lector he experimentado como superior estéticamente. Pienso en “The dead”, de Joyce; en As I Lay Dyiging, de Faulkner; en “For Esmé –whith Love and Squalor”, de J.D Salinger. Esos textos, y tantos otros, me han enseñado que la literatura puede ir muy lejos a la hora de revelar algo sobre la conducta y el destino humanos. Entonces, creo que se puede hacer el intento de retomar las lecciones de esos maestros, explorar esas vías cuando hay un interés genuino en hacerlo.

Luego de Si nada permanece publiqué una novela: De piedra o de fuego (2009). Esta vez trabajé a partir de un hecho real, un robo a un banco ocurrido en la ciudad en la que vivo en el año 1987. Sin embargo, pese a que la novela se conecta con ese hecho, no difiere mucho de los temas y problemas que abordo en los otros cuentos anteriores. Sólo que aquí los dilemas cotidianos de los personajes están sobredimensionados, subrayados por la inminencia de un corte abrupto y completamente imposible de explicar: el asesinato a sangre fría de los empleados del banco. Hay tres grandes libros que están flotando en el trasfondo de esta novelita, uno es el de Capote, obviamente, otro es el extraordinario Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y el tercero es Plata quemada, de Ricardo Piglia. En esta novela me interesó subrayar, tomando elementos de estos tres textos mencionados, el anonadamiento ante la insensatez de la violencia que, súbitamente, trunca vidas y deja huellas que perduran por década. El contraste entre la fugacidad del hecho y la perduración de las consecuencias es lo que intento poner de relieve. La pregunta “¿por qué?” que queda suspendida en el aire para siempre porque no hay sentido, no hay razón, no hay lógica en ciertas acciones humanas.

Por último, en 2010 salió Hoteles, otro conjunto de cuentos. La unidad aquí está dada por ese ambiente común de las historias que son los lugares de paso, los cuales subrayan el extrañamiento que de por sí implica estar vivos y funciona bien como metáfora de la fugacidad. Hoy estamos en este cuarto, mañana en otro, nos mudamos, nos perdemos, desaparecemos… pero vienen otros detrás y así. Me cuesta objetivarme y describir una evolución en lo que he hecho. Realmente no la percibo, al menos no todavía. Siempre pienso que luego de publicado un libro ya tengo más oficio, ya el siguiente me va a costar menos, pero la verdad que no es así. Cada nuevo texto es un desafío que nunca sé si podré sortear. He perdido muchas cosas, he desechado muchos proyectos por falta de herramientas para solucionar ciertos escollos.

—¿Cuáles son los temas principales de su narrativa y por qué los ha elegido?
—Como se sabe los géneros literarios codifican ciertos temas y problemas. La ciencia ficción, por ejemplo, explora las posibilidades futuras de vida: en qué condiciones y bajo qué regímenes será posible que nosotros o algo exista. Sin embargo esas especulaciones sobre el futuro son nuestros dilemas actuales, esos mundos imaginados tienen relevancia en la medida en que sean significativos para nosotros ahora. Lo mismo se podría decir de los géneros que exploran el pasado, ellos también tienen sentido en la medida en que nos digan algo sobre el presente. El destacadísimos escritor argentino Juan José Saer ha dicho que la ficción literaria es una antropología especulativa, una modalidad de la escritura imaginativa que se vale de numerosísimas técnicas para revelarnos algo sobre nosotros mismos.

Entonces, más allá de los géneros y las técnicas, la literatura que importa, es decir, la que no está predeterminada por formatos comerciales estrictos, importa porque nos dice algo acerca de nosotros. No es que lo dice como una lección, como lo hace un libro de autoayuda (de hecho los escritores se burlan de ese tipo de textos, lo hace Angélica Gorodischer en con el título Cómo triunfar en la vida o Lorrie More en Autoayuda) sino que indaga, con la máxima profundidad posible y desplegando todos los recursos literarios que tenemos a disposición, de lo extraordinariamente complejo que es afrontar la propia vida con dignidad. Este “tema” y esta función que le asigno a la literatura podría dar la impresión de que la concibo como una práctica monótona. Sin embargo no es así. Esta función de la literatura intenta captar el hecho de que la literatura es una práctica que, si bien se autonomiza en un momento histórico relativamente cercano, es una rasgo inherente a toda comunidad humana. Por eso mientras haya alguien va a haber literatura, y la literatura seguirá en un incesante devenir mientras haya un resto de humanidad. Hay un trabajo de Paul de Man que se titula “El devenir de la poesía”. Es un texto a propósito de Mallarmé en el que explica que no hay posibilidad de escapar de la historicidad, y que este poeta en particular (acusado de sustraerse a los problemas de su tiempo) es el más plenamente consciente de su tiempo porque su obra es la prueba de un desarrollo, de una ruptura, de un avance que sus contemporáneos no pudieron dar.

Tratando de acotar un poco esto de los temas de mis escritos, podría decir que (tal vez, es una impresión) lo que reaparece permanentemente es una paradoja: no podemos vivir solos pero no sabemos estar con los otros. O, dicho de otra manera, lo que hago es preguntarme si es posible que se dé eso que llamamos vínculos o relaciones humanas, si es posible comprender a los demás, si se puede vivir sin concebir a los otros como competidores, como amenazas, como enemigos. Lamentablemente parece que ese no es posible, que vivimos de manera tal que toda relación entraña un núcleo de hostilidad, no porque yo o usted en particular seamos malos, sino porque los ámbitos en los que estamos asignan esos roles. En mis cuentos hay un hombre con su padre sentados en el pasillo de un hospital, dos hermanos que salen de la cárcel adonde fueron a visitar a su padre. Yo simplemente los enfoco de cerca y me pregunto: ¿están juntos? ¿pueden entenderse? ¿a eso le llamamos una relación? Los pongo actuar y busco respuestas a estas preguntas.

Al tratar estos temas, soy consciente de que me cabe perfectamente el cargo de sentimentalista, la acusación de apelar a lo que llamamos el “golpe bajo”, puesto que me interesa mucho causar algún tipo de conmoción, de agitación emocional. Un poco al estilo de lo que Aristóteles pedía de las buenas tragedias, sin conmoción, sin impacto, no hay nada perdurable que se transmita. Tengo la impresión de que una literatura así realizada hoy tiene poco interés para un lector calificado o un crítico, sin embargo no encuentro para estos juicios de valor negativo una adecuada argumentación que los sostenga. Nadie sabe en realidad por qué motivo esto debería ser inaceptable o menos valioso que cualquier otra decisión estética. Para cada posición con respecto a la función del arte se pueden citar el mismo número de eminentes profesores y críticos que tiene opiniones exactamente opuestas. Un profesor de la universidad y actual amigo solía citarnos una frase de un filósofo que dice: “La filosofía busca verdades y encuentra opiniones”. Lo mismo vale para la Estética y la Teoría literaria. Harold Bloom le asigna una función a la literatura, Fredric Jameson otra distinta, H. R. Jauss una tercera. Este es también un tema de mis escritos: ¿cuál es la función de la literatura? o ¿por qué en la actualidad se suele pensar que es poco interesante que la literatura aborde temas “serios”? o ¿por cuánto tiempo más se podrán seguir abordando estos temas? ¿o es que hay un número de temas reducido que reaparecen una y otra vez en la historia de la literatura?

—¿Qué autores han influido en su narrativa y de qué modo?
—Esta pregunta es muy interesante para mí, no tanto por la respuesta que pueda dar sino por lo que supone. Y lo que supone es que un sujeto “A” se imagina que en sus textos (en la forma, los temas, procedimientos, etc.) hay huellas de las obras de otros escritores muy destacados. Lo que sucede es que la mención de esos autores destacados luego muy difícilmente se puede verificar en la obra de “A”. Cuántos autores que se han sentido influencias por Borges en Argentina han logrado ser, no ya autores de la talla de Borges, sino al menos escritores en el sentido más general (si cabe la expresión) del término. Me parece que hay demasiadas cosas que el escritor no sabe y no controla de su propio proceso. Y también que suele haber abismos entre la intención inicial, los supuestos “referentes” de un escritor y los resultados.

En mi caso, cuando tengo que componer esta ficción de la influencia le otorgo un privilegio a los autores que he leído en la única lengua que domino (hasta cierto punto). No podría afirmar que me siento influenciado por un autor checo por más que haya leído con devoción a Kafka (traducido) y que lo cuente entre mis autores favoritos. Para mí, más allá de que tenga ideas o sensaciones o sentimientos para expresar, lo más importante es el lenguaje, el encontrar las palabras para explorar esas incertidumbres iniciales. Y esas palabras son las de la lengua materna, que es el español en su variante rioplatense. Solamente un escritor argentino es capaz de nombrar mi mundo con la riqueza y matices que yo puede experimentar. Leer a un escritor español me obliga al diccionario y a la extrañeza. Disfruto, claro, pero siempre como quien entra en una lengua y en un mundo nuevo. Entonces, si hay algo parecido a la influencia, a una corriente en la que siento que debo introducirme para procurar decir mi palabra, esa será la de la literatura argentina, que es, por supuesto, una ficción imaginada por la crítica literaria, pero es la que opera para mi imaginación con mayor eficacia. Me gustaría que un lector que leyera mis libros encontrara elementos que lo llevaran a asociarlos con una serie llamaba literatura argentina, y dentro de ella tengo (al día de hoy, no sé mañana) autores favoritos o que siento, por distintos motivos, cerca. Autores cuyas obras cada tanto releo y me hacen pensar que allí hay algo que me sucede cuando leo y que es algo así lo que me gustaría generar a mis lectores. Son autores muy distintos entre sí, pero por distintos motivos funcionan en mi sistema personal en el grupo de los privilegiados, se llaman Antonio Di Benedetto, Juan José Saer, Rodolfo Walsh, Sara Gallardo, Sergio Chejfec, Alan Pauls.

El año pasado volví sobre la obra de Macedonio Fernández, un autor muy difícil de leer que había abordado sin éxito una década atrás. Ahora pienso que es un autor ineludible para la tradición argentina. Subrayo esa palabra, tradición, que es la que usa Borges en un ensayo que es clave para mi manera de pensar la literatura: “El escritor argentino y la tradición”. En ese trabajo Borges se pregunta cuáles deberían ser los referentes de un escritor argentino como él, y da una respuesta genial y muy liberadora: toda la cultura occidental. Al no tener el peso de una larga tradición propia, podemos apropiarnos y jugar despreocupadamente con todo lo hecho en Occidente. Esa declaración le permite justificar su obra y sus gustos literarios; hoy, casi un siglo después, las cosas cambiaron bastante. El desafío ahora es imaginar un paso más en ese camino abierto por Echeverría, Sarmiento y José Hernández en el siglo XIX, ese camino que Borges y tantos otros continuaron en el siglo XX. Cómo hacer para escribir, teniendo en cuenta la apertura que caracteriza a la cultura argentina pero sin desconocer el peso de referentes propios, un capítulo nuevo de la literatura argentina que sea a la vez relevante para la cultura occidental. Obviamente que esta no es una ambición personal, es, me parece, la manera en la se puede enunciar el mayor desafío que afrontan los varios miles de escritores que hoy escriben en mi país.

 

Pablo Dema, nacido en General Cabrera en 1979 y reside desde 1998 en la ciudad de Río Cuarto, ambas localidades de la provincia de Córdoba, Argentina. Este joven autor ha publicado una novela titulada De piedra o de fuego, 2009 y de un libro de cuentos Si nada permanece, editado en 2007, posterior a su debut como escritor con el libro de relatos Fotos (2005).