TRES IMAGENES DE GUERRA Y PAZ

1 Andrei Bolkonski agoniza

Un árbol quemado es el campo de batalla.
Entre el humo negro de los cañones apagados
se abre paso lentamente un caballo muerto.
Por el ruido tristísimo de sus cascos
sé que viene a mi encuentro.
Se aproxima a mi herida. Lo veo.
Excepto sus crines y su cola,
es puro esqueleto. No le temo.
Tampoco temo morir a su sombra.
Es solo un caballo muerto.
Pronto yo también moriré y seré como él:
un espectro o apenas un ruido
que deambulará por aquellos lugares
donde el sufrimiento me enseñó
lo grande y lo verdadero.
Voy a morir. Voy a morir.
Estoy en paz con mi prójimo.
Lo he perdonado y lo amo.
Un árbol quemado es el campo de batalla.
Un árbol quemado es también aquel
que no perdona y no ama.

2 Pedro Bezukhov y el incendio de Moscú

Yo, el conde Pedro Bezukhov,
declaro que viví y padecí esta tragedia.
A la llegada del invasor, en setiembre,
Moscú fue abandonado por su pueblo,
y días después, como gigantescos braseros,
ardieron las casas, los palacios, las iglesias,
los restaurantes, los circos,
la Ópera, las bibliotecas.
Ardieron la vanidad y la frivolidad,
lo fatuo y lo desmesurado,
las grandes fortunas y la extrema pobreza.
Hasta el enemigo ardió en su propio fuego
de ambición, crueldad y violencia.
Yo también quemé aquí
todo lo vivido hasta esa fecha:
mi idealismo y mi inexperiencia,
mi infeliz matrimonio con una princesa,
mis sueños de redención,
mi amor fatigado,
mi enorme herencia.
Mis pérdidas se calcularon
en dos millones de rublos
al final de la contienda.
Me reí. Era libre.
Esta era mi nueva riqueza.

3 Natassia Rostov se desnuda

Aprendí que para ser digna de un hombre
una mujer debe amarlo con sujeción
así como yo amé desde el primer día
al príncipe Bolkonski.
Pero no soporté su larga ausencia
y en la espera cedí al deseo
que cabalgaba enhiesto entre las sombras
de una noche de luna llena.
A uno lo traicioné y el otro me traicionó.
Los dos murieron en la guerra.
¿Cómo expiaré esta culpa?
Sola y desnuda, lloro como dos viudas:
una piadosa, la otra perversa.

LECCIONES DE LA HISTORIA

Veo pasar la Historia desde la puerta de mi casa.
Yo soy aquel, le digo, que tuvo un huerto
lleno de los mejores frutos,
una mujer bella y esbelta como una palmera
y la biblioteca más rica del reino.
Todo lo perdí en la espera de mi turno.
Pero la Historia avanza penosamente
convertida en una carretilla de trastos viejos,
acosada por el incesante
ladrido de los perros.

DESPERDICIOS ARROJADOS AL TRAGALUZ DE UN VIEJO EDIFICIO DE LIMA

Un colgador de ropa sin gancho
un almanaque Bristol de hojas amarillentas
latas de conservas de duraznos vacías
un patito feo de madera
botellas de plástico de coca cola
una pistola de juguete con la cacha rota
un sostén negro de seda (fatigado por un busto desolado)
un silbato de policía sin argolla
cartuchos de tinta negra para impresora
un fragmento de souvenir de paja entretejida (con la imagen de Machu Picchu)
vasos de plástico (uno con la inscripción “Bebe vida”)
una pantalla rota (de alguna lámpara que se quedó calva)
un tubo usado de dentífrico
una zapatilla deslenguada
hojas de afeitar descartables
un antifaz de Gatúbela
un osito de felpa sucio y descocido
un fragmento de regla de plástico milimetrada
un casete destripado
una desgastada escobilla para ropa
una flecha apache de carrizo
una media de nylon corrida
una agenda anotada del año 2009
una figurilla en yeso de una bailarina de ballet coja
una postal con la imagen azul de Venecia
un turbio y cuarteado espejo de mano
una pelota desinflada
un condón usado.