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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
4 11 2011
Stefan Zweig, heraldo del humanismo (I) por Jorge Castellón

Hay autores que escriben para el lenguaje, otros, siguiendo una responsabilidad social, y otros más, para sí mismos. Hay autores que lo hacen para la posteridad, fieles más a una responsabilidad humana, a una labor ética, atemporal, que a un impulso vacuo de la fama. A estos últimos pertenece ese extraordinario escritor de la primera mitad del siglo XX, cuya obra parece a veces caer en un injusto olvido y estar relegada —a despecho de su genuina intención—, a una minoría culta, a los especialistas, o a los coleccionistas de obras raras, nos referimos a ese magnífico ensayista, novelista, biógrafo, traductor y poeta Stefan Zweig.

Si hay alguien ausente el día de hoy, al final de la primera década del siglo XXI, dentro del mundo no sólo de la literatura, sino del pensamiento progresista, del espíritu humanizador de la cultura, es alguien que guarde, que registre y que destaque, todas aquellas gestas anónimas que con inteligencia, con nobleza, con valentía, con palabras habladas y escritas, realizan hombres y mujeres a favor de la paz y de la justicia del mundo, y que quedan relegadas al olvido de las historias oficiales. Alguien que con su obra, haga más visible y sonoro el bien que florece en el mundo, que el ruido destructor del mal que nos rodea. Alguien que fiel a la verdad, busque, investigue, indague, coteje y aclare, y con lucidez y belleza nos muestre la esperanza en nuestras propias obras humanas. Alguien que continúe la tarea inconclusa, que dejó sobre su escritorio en Petrópolis, Stefan Zweig. 

No es tarea fácil presentar su obra, que es inmensa, pero es tarea necesaria referirse a ella permanentemente. De igual forma, comentar su obra obliga a hacer hincapié en un aspecto, a desmedro —injustamente— de otras vertientes de su trabajo. Por otro lado, para estudiar su obra desde una vertiente específica, digamos, la de biógrafo, es lo más justo, hacerlo como su obra merece: con profundidad y detalle. Dicho esto, a lo que se puede pretender aquí, es a esbozar las preocupaciones principales que recorren la obra toda de Zweig y si es posible, poner en claro la misión, explicita e implícita, que como escritor que vive ambas guerras mundiales, el autor asume como tarea personal

Su formación es profunda y es amplia, lograda a través del contacto temprano con las personas más insignes de la cultura y la ciencia europea, pero, yendo a fondo en su trato, desarrollando con ellos una sólida amistad y un significativo intercambio de ideas: con el poeta belga Emile Verhaeren —a quien traduce—; con el inmortal Hesse, —cuya mutua correspondencia se ha publicado en español en la recién pasada primavera—; con Romain Rolland, quien le influencia profundamente; con August Rodin, a quien admira en su pasión artística; con Máximo Gorki, a quien guarda un sincero respeto.

En El mundo de ayer, su autobiografía —publicada en 1955 en idioma español por Editorial Juventud—, se puede apreciar su intensa vida de intercambios personales en un tomo siempre más que significativo y de franca amistad. Por otra parte, este libro resulta el medio principal para, como lector, iniciar también una amistad de por vida con su autor. 

Zweig domina el alemán, el inglés, el francés, el español, el italiano, y posee sólidos conocimientos de las lenguas clásicas, esto le permite una comunicación clara y fina con el mundo que le rodea y con su mejor tradición cultural. Viaja a Latinoamérica por primera vez en 1936, y de cuyos viajes se conservan algunas conferencia si de las diez dictadas en 1940 en Río de Janeiro, Buenos Aires, Córdova, Rosario, Montevideo. En su primera presentación en Buenos Aires —según cuenta Zweig en una carta a su esposa desde Argentina, fechada 30 de octubre de 1940 (2)— acuden unas 1,500 personas.

En su descubrimiento de Brasil, el encantamiento con esa tierra es tal, que en 1941 publica Brasil: tierra del futuro, que con sus 300 páginas brinda una de las monografías más completas y amenas escritas acerca la República del Brasil. En el capítulo sobre Río de Janeiro, Zweig dice: “No one who has ever been here wants to leave. At each departure from this enchanting town one longs to return. Beauty is rare, but perfect beauty is almost a dream. This city of all cities makes this dream come true even in the darknest hour, for there is no city in the world capable of offering more comfort”(3). Y es allí, en un paraje que recuerda su terruño, adonde ha de regresar en sus días postreros.

Con seguridad puede decirse que el joven Stefan inicia su encuentro con el arte a través de la poesía. Escribe versos, y a la edad de 20 años publica su primer libro: el poemario Cuerdas de plata. Y como todo aquel que busca ser poeta o poetiza, sueña con rozar las cúspides que otros ya han alcanzado, ésos que para el aprendiz son sus modelos, sus guías, sus maestros. Esa actitud de humildad del joven que crea, pero que reconoce la grandeza inalcanzable de otros, es una actitud permanente en Zweig, sin la cuál, no hubiese realizado su insigne obra. Dicho de otra forma, el principal rasgo del carácter de este artista fue su humildad, que le permitía valorar, apreciar la obra ajena en toda su magnitud. Zweig inmediatamente se enamora de ese acto creativo, portentoso, de aquellos a quienes admira. Traduciendo al poeta belga, Emile Verhaeren, por ejemplo, no sólo busca perfeccionar sus recursos expresivos en su lengua natal, tal como él se lo propuso en ese momento de su vida, sino, respetar, ser fiel y destacar aun más la obra del poeta a quien más admiraba. Traducir era respetar y dar a conocer a otros, lo que amaba: Baudelaire, Verlaine, Rilke. Al mismo tiempo, ese profundo respeto y humildad se apareja no sólo con su curiosidad inquieta, sino con su siempre fresco asombro por lo nuevo descubierto.

Es que Zweig tiene siempre una capacidad renovada y juvenil para el asombro. Y aquel que posee eso, parafraseando a Picasso, en el arte no busca, sino encuentra. Nuestro apreciado autor vive en permanente encuentro con lo bello, gracias a esa inusitada cualidad que su espíritu tiene de asombrarse, de dejarse maravillar por la obra ajena.

 De aquí nace en el joven Zweig el asiduo interés por rescatar, coleccionar, conservar y estudiar los manuscritos, los primeros esbozos originales, los primeros ensayos de las grandes obras, sean literarias o musicales. Y este interés nace, pues, por el creciente enigma y asombro que en él va despertando el acto creativo, y particularmente el acto creativo artístico. ¿Cómo nace la obra de arte? Esa es la gran incógnita que obsesiona al joven escritor. Y de ahí que intenta rastrear ese enigma, en el proceso creativo mismo, en el manuscrito original, con sus marcas, subrayados, tachaduras y notas. Con la constricción o soltura, la aprehensión o firmeza de la letra de aquel o aquella que crea. Al respecto dice: “[...] así hallamos la posibilidad de descubrir algo del secreto del artista mediante las huellas que deja al realizar su tarea. Esas huellas que el artista deja en el lugar de su acción son sus trabajos previos; los primeros esquemas que el pintor hace de sus cuadros, los manuscritos y borradores del poeta y del músico (4).”

Para Stefan Zweig, pues, el mayor arcano del universo es la creación, y —ya se dijo— particularmente, la creación artística. De igual forma, para él, lo digno de escribirse es ese momento, esa circunstancia personal e histórica, en que —dicho con palabras de Borges— un individuo, sea hombre o mujer, se enfrenta con su destino. Y mientras en la ficción y en la brevedad, el relato perfecto de ese momento único se le atribuye al argentino, en la biografía, por su parte, la narración minuciosa de esa circunstancia y de los sentimientos con la que una persona los vive, aquí, la perfección literaria es toda del austríaco. Y así, cuando el destino es la obra artística, la creación luminosa cuya luz alcanza a toda la posteridad, más aún Zweig ha de rendir años de su vida al esfuerzo para ofrecernos un destello, captado literariamente, de aquel ser humano trasmutado en esa obra que crea.

Más tarde, ya no sólo le interesa la apoteosis creativa y la tragedia del artista, también, la vivencia del que descubre, del que reta lo humanamente invencible por fidelidad a sus convicciones e ideas, del que es fiel a su verdad y a sí mismo, o del que se entrega a su propia fatalidad como un condenado y con ello define un hecho significativo en la historia. En la introducción a su obra Momentos estelares de la humanidad. Doce miniaturas históricas —publicada originalmente en 1927—, Zweig nos dice: “Paralelamente a lo que acontece en el mundo del arte, en que un genio perdura a través de los tiempos, en la Historia un momento determinado marca el rumbo de siglos y siglos”(5). En esos momentos, que el llama estelares, concentra mucho de su esfuerzo como historiador, biógrafo y escritor, y nos invita a vivenciarlos, a participar de esas circunstancias donde algo nuevo fue agregado a la cultura y a la historia: el descubrimiento del océano pacifico; la conquista de Bizancio; el genio de una noche que creó La marsellesa; el descubrimiento de El Dorado; la lucha de Handel para para dar a luz el Mesías, etc.

De esta forma, una de sus biografías más conocidas, Magallanes, es un minucioso y pormenorizado relato que nos habla de un carácter, un ideal, una convicción, y de cómo esas dimensiones subjetivas se conjugan con las fuerzas históricas, con las condicionantes económicas de la historia en un determinado momento del devenir humano, y crean una gesta: el primer viaje alrededor del mundo. Sin idealismos ni diabolizaciones, Fernando de Magallanes es puesto en el lugar que le corresponde: como un hombre que busca realizar su idea, que concentra lo mejor de si en su obra, y que deja su vida en el intento, no sin heredar a la historia un hecho que no ha tenido precedentes.

No menos admirables son las obras que dedica a María Estuardo y María Antonieta, el retrato de sendos momentos personales que se colocan al centro de complejas encrucijadas sociales y políticas, pero donde de la persona, se muestra lo más esencial, en su heroísmo o su miseria. Y que decir de Fouché el genio tenebroso, el genio de la intriga. Una acuarela de la astucia, un retrato moral que devela una época.  

En resumen, Zweig en sus libros nos termina ofreciendo una amplia obra que nos cuenta sobre la aventura humana en su pasión por descubrir, por crear; en su tragedia y en su vicio, en su sonrisa con el mal, pero fundamentalmente —y esto es lo que se desea recalcar—, por hacer prevalecer, pese a invencibles obstáculos, los mejores ideales de justicia, libertad espiritual y paz. Una aventura en la que vidas y destinos se ven jaloneados por un hado particular, un fatum personal que al final les define, pero que al mismo tiempo, por medio de ese destino se ha de agregar algo imperecedero a la historia de lo bello, lo verdadero y lo bueno. La pasión creadora de Balzac, Marceline Desborde-Valmore, Dickens, Tolstoi; Holdering, Kleist, Nietzsche; Dostoievsky, Freud, Rodin y una lista interminable de aquéllos y aquellas que han ido construyendo eso, que hoy consideramos como parte imprescindible de lo mejor de la cultura moral y artística de la humanidad.

Como se revela en esa obra fundamental, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, un hombre desconocido se eleva por encima de la norma moral de su sociedad en un momento de la historia, y en aquella su defensa a favor de Miguel de Servet, en esa lucha de un hombre solo frente a un poder muchísimo más fuerte que él, Sebastian Castellio descubre y se entrega a una misión personal que concentra todas las energías de su vida. Dice el autor al respecto: “Castellio, como un rayo iluminador en medio de la noche oscura de aquel siglo, le observa [a Calvino] con estas inmortales palabras” —y cita las inmortales palabras de este humanista: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe’”(6). Así, no sólo es el acto, sino la convicción y la idea humanizadora que orienta ese acto, lo que el biógrafo nos devela en los que son objeto de sus trabajos biográficos. . Este proceso va forjando a lo largo de la propia vida de Zweig, una idea más general, una suerte de principios éticos que entretejen toda la obra que este autor nos depara hasta el final de su vida.

Houston, Texas. Julio de 2009

Notas

1. Stefan Zweig. El misterio de la creación artística. Sequitur. Madrid 2007. p. 11.
2. Ibidem p. 8.
3. Brazil, Land of the future. The Viking Press. New York .1941. p. 210 (El subrayado es mío)
4. Obra citada. 2007. Pagina 26.
5. Momentos estelares de la humanidad. Doce miniaturas históricas. Editorial juventud. Barcelona. Octava edición. 2003.
6. Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia. Editorial Acantilado. Primera edición 2001. Reimpreso 2007. Barcelona. P. 196