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Literatura
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Vargas Llosa entre el mito y la realidad (fragmento) por Julio Roldán

VARGAS LLOSA LITERATO

El Premio Nóbel de Literatura del año 2010 es un personaje controvertido, de trayectoria zigzagueante y con un sin número de inquietudes personales. Él ha declarado, en varias oportunidades, que por sobre todo tiene dos grandes pasiones en su vida: la literatura y la política, o viceversa.

En el campo de la literatura, Vargas Llosa es poeta, dramaturgo, cuentista, novelista, actor, periodista. Mientras que en el de la política, ha sido militante partidario en la clandestinidad, dirigente político público, candidato presidencial, propagandista político, difusor de ideas, y hasta pretendió ser ideólogo. Todo ello se complementa con su vida privada. Él fue casado dos veces, es padre de familia y profesor en varias universidades.

En la trayectoria político-literaria de Vargas Llosa se cumple esa conocida metáfora que reza: su vida es como una flecha disparada a diferentes blancos. De los muchos personajes del mundo político-literario que él admira, probablemente, con quien mejor compaginaría sería con Víctor Hugo (1818-1885). Al multifacético escritor francés lo comenzó a leer en sus años de adolescencia. Eran sus tiempos en el Colegio Militar Leoncio Prado. Es posible que desde entonces haya sido hechizado por la azarosa vida política, por la fecunda producción literaria del autor de la novela El noventa y tres.

A partir de entonces, Vargas Llosa se ha empeñado, proponiéndose o no, en imitar a Víctor Hugo hasta en detalles insignificantes. Su admiración por dicho autor la coronó con su estudio sobre la novela Los miserables. El mencionado trabajo fue publicado en el año 2004. Lleva por título La tentación de lo imposible.

A primera vista, las coincidencias entre estos dos escritores son evidentes. No obstante este parecido, hay una diferencia fundamental. Es lo referente a la dirección de sus respectivas trayectorias ideológico-políticas. Para dar crédito a lo afirmado, remitámonos a lo escrito por Vargas Llosa respecto a la evolución de Víctor Hugo en el nivel mencionado. Sus palabras: “A diferencia de los escritores que comienzan siendo revolucionarios y terminan reaccionarios, él, de joven, fue monárquico, legitimista y vendéen, como su madre, luego orleanista en los tiempos de Louis Philippe; en su vejez, liberal, republicano y, en los días de la Comuna, vagamente socializante y anarquista. ¿Fue esta una evolución natural o dictada por la conveniencia?” (Vargas Llosa 2004: 139)

La pregunta formulada por Vargas Llosa, en la parte final, encuentra su respuesta, en el mismo texto, algunas líneas después. En ella, una vez más, se vuelven a encontrar el estudioso y el estudiado como dos figuras hechas de la misma arcilla. Como dos personajes salidos del mismo molde. Leamos: “… los cambios políticos del gran escritor son sospechosos de oportunismo pues siempre coinciden con la dirección que toma el Poder y le granjea honores y mercedes, (…) las posiciones políticas de Hugo nos parece tan dudosa como esa filosofía camaleónica que lo llevó a escribir esta nota en septiembre de 1848: `Yo soy rojo con los rojos, blanco con los blancos, azul con los azules. En otros términos, estoy por el pueblo, por el orden y por la libertad.´” (Vargas Llosa 2004: 139 y 140)

Cuando el novelista escribió lo que acabamos de leer, nos preguntamos: ¿Habrá tenido el buen tino Vargas Llosa de recordar su trayectoria ideológico-política? En la medida que, adjetivos más o adjetivos menos, lo mismo se podría afirmar de él. Teniendo presente que el escritor dice haber sido, ideológica y políticamente, comunista. Luego democristiano. Posteriormente adherente y defensor de la Revolución Cubana. Continuó como socialdemócrata convencido. Enseguida dio un salto hacia el neoliberalismo o “fundamentalismo liberal”. A partir de la crisis bancaria iniciada en 2008, se observa algunos tibios coqueteos con la socialdemocracia en sus planteamientos ideológico-políticos. Intentemos un artificio elemental. En la última cita transcrita, reemplacemos el nombre Víctor Hugo por el de Vargas Llosa. El resultado será más que evidente.

*

Mario Vargas Llosa como poeta, dramaturgo, cuentista o actor no tiene la calidad, tampoco la fama, que ha ganado como periodista y, particularmente, como novelista. En el rubro de los denominados géneros menores, su producción, siendo respetable cuantitativamente, es insignificante cualitativamente. A contrapelo de la prolífera propaganda realizada por las editoriales y el sostenido esfuerzo personal para lograr reconocimiento en este nivel de su producción.

Para escribir poesía, cuento, teatro o novela, el rol del tiempo es fundamental. El buen poeta sólo necesitaría de algunos minutos para escribir un poema que trascienda lo circunstancial. La capacidad de síntesis del buen cuentista necesita algunas horas para plasmar una historia que perdure décadas. El mismo libreto se repite con el buen dramaturgo, que necesita algunas horas para elaborar una pieza teatral donde estén plasmados sustratos esenciales de la condición humana. De igual manera, el actor requiere dos o tres entradas en escena para hacer del espectador un actor más. Mientras que el buen novelista necesita meses, años, cuando no décadas, para escribir una excelente novela. La que de ser tal, será leída muchas décadas después de haber sido publicada o después de que su autor haya desaparecido biológicamente.

En este acápite, en la producción novelística, el rol del tiempo largo es determinante. Nuestro autor es de la misma opinión. Leamos lo que escribe al respecto: “Una novela, como una vida humana, se compone de acontecimientos importantes y hechos rutinarios y triviales. A diferencia de lo que suele ocurrir en un poema o en un cuento, géneros que por forma breve y ceñida llegan a veces a construir unidades de extraordinaria homogeneidad, en las que todos los elementos tienen la misma riqueza conceptual y retórica, en la novela, género imperfecto debido a su extensión, sus elementos populosos, y a la influencia en ella del factor temporal, los episodios que se trenzan en su estructura son inevitablemente desiguales, esenciales algunos, otros de significación menor y otros sólo instrumentales, meros puentes destinados a relacionar entre sí los hechos capitales y a asegurar la fluidez del tiempo narrativo, la ilusión de un transcurrir.” (Vargas Llosa 2004: 60 y 61)

A la par de lo afirmado, hay que recordar que es consenso al interior de los especialistas decir que Vargas Llosa no tiene la genialidad del gran poeta. Vargas Llosa carece de la capacidad sintética del gran cuentista. A Vargas Llosa le es extraño el talento de un gran dramaturgo. Por último, como actor, nos ahorramos comentarios. Lo dicho es la razón del por qué, en los subgéneros mencionados, es un personaje más entre los centenares que abundan en el mundo de la creación o actuación.

El escritor, por su carácter, por su personalidad, por formación-socialización, es una mente difusa y hasta confusa, que exterioriza en sus puntos de vistas por demás cambiantes. En otro nivel, él es un personaje muy locuaz. De léxico exuberante preñado de adjetivos, donde el calificativo se lleva la bandera. Y en algunas ocasiones, cuando escribe, los adornos desbordan, las blondas se sobreponen, los encajes se exceden en la pieza descrita o en la sábana narrada. Lo afirmado por el crítico literario Oswaldo Gallone (1952-) en referencia al novelista Jonathan Franzen (1959-), en gran medida, es aplicable también a Vargas Llosa. Sus palabras: “… el escritor pretende demostrar todo lo que es capaz de hacer y suele caer en la sobre-escritura.” (Gallone: 2010: 37)

Vargas Llosa es un adjetivador por excelencia. Él es un conversador incansable. Es un hablador que encandila a sus oyentes contando, muchas veces, la misma historia con diferentes adjetivos; en variados tonos, con sugestivos gestos. En dos frases, un hombre con muchas luces en las figuras. Un hombre con muchas sombras en los conceptos, como veremos posteriormente.

El Premio Nóbel de Literatura 2010, en buena medida, piensa, habla y hasta convence con figuras, gestos, metáforas y ademanes. La conversación, la exposición, la descripción y la plasmación de este ramillete verbal sobre el papel es el mayor mérito del novelista.

Más aún, en ese tiempo de largo aliento para escribir una novela, él trabaja con esquemas cerrados, los que darían la impresión de que se condicionan mutuamente. En ellos van conteniendo los bloques, unos al interior de otros, los que en determinados momentos se abren para nuevamente volverse a cerrar. Esas estructuras rígidas tienen el mérito de acometerse, hasta confundirse en la forma, para luego recobrar en esencia sus antiguas fronteras verbales.

Vargas Llosa es el típico neoestructuralista. Él cubre magistralmente los orificios, las cerraduras y las fisuras de su trama narrada con ese bagaje de figuras que su conocimiento dispone. Con la sinfonía de palabras que su manantial cultural lo alimenta. Ya hemos dicho, en muchos casos, hasta en exceso. Lo afirmado se puede comprobar leyendo hasta la novela titulada La guerra del fin del mundo. Nos referimos al acápite de los esquemas-estructuras, de la técnica narrativa, el papel del autor-relator y más su predisposición a la autocorrección permanente. Historia distinta son las novelas que se publicaron después de 1981.

Después de La guerra del fin del mundo, novela fronteriza por su ámbito geográfico y calidad literaria, daría la impresión de que el escritor se informa menos respecto a sus temas histórico-sociales tratados. Las imprecisiones de datos, en un nivel, los hilvanes sueltos, en otro, son más que evidentes y frecuentes. La razón podría ser la pérdida de la savia emocional para escribir, hecho que compagina con la presión de las editoriales. Es posible que él ya no escriba para calmar su conciencia zarandeada por sus demonios internos. Parece que él ya no vive para escribir como en su primera etapa. Más por el contrario, en esta última, parece que él escribe para vivir.

 

Se podría decir que Vargas Llosa produce porque tiene que producir. Él tiene la obligación de cumplir con los contratos de antemano firmados. Esta problemática ha sido dolorosamente reconocida por muchos autores, entre ellos Julio Cortázar (1914-1984). Vargas Llosa, en el Discurso de Estocolmo, lo confesó de manera bastante soterrada. Leamos: “… siento a veces la amenaza de la parálisis de la sequía de la imaginación,…” (Vargas Llosa 10.12.2010)

Después de la novela líneas arriba mencionada, el filo del artista ha sido limado por la rutina del técnico. Producir una novela en un plazo de dos años debe ser tarea sencilla para un escritor profesional, altamente disciplinado, como Vargas Llosa. Pero ello redunda, ostensiblemente, en la calidad literaria de la obra. El producto final es una cantidad de libros similares a las mercancías que salen de las grandes fábricas. Como la marca-autor es conocida, la propaganda se encarga de transformar la ceniza en oro. Sumaron, sumaron, la calidad pasa a un segundo o tercer plano. Las ganancias, a pesar de que están de antemano garantizadas, son las que redondean el cuadrante.

Hay que mencionar que este tipo de producción hecha a largo plazo, de técnica depurada, de orden minucioso en la estructura de la historia, es uno de los motivos del por qué las novelas del autor aquí estudiado son fáciles de leer por un público no necesariamente informado literariamente. A la par, es el mismo motivo que permite una monocorde traducción-interpretación.

Hecha la aclaración respecto al rol del tiempo, al tipo de estructura, hay que insistir que en Vargas Llosa, otro de sus grandes méritos es su excelente técnica narrativa cultivada desde tiempos muy tempranos. En determinados pasajes ésta se eleva a gran nivel hasta devenir depurada. Esta técnica es producto del trabajo constante y persistente que lo singulariza. En este aspecto, Vargas Llosa está al nivel de los mejores escritores de habla española de todos los tiempos. Ligada a su técnica narrativa excelente, es menester mencionar su forma-estructura formidable, que aprendió de su maestro William Faulkner (1897-1962). En su libro Cartas a un joven novelista (1997) están sintetizadas las técnicas mencionadas.

Él comulga con la idea de que este logro es consecuencia del trabajo constante. De la dedicación permanente. Incluso, en algunos casos, puede ser este “don” el puente que conduce a la genialidad. Por lo tanto, para Vargas Llosa, el genio se hace, no nace. Cuando pone como ejemplo a Gustave Flaubert (1821-1880), evidencia lo que aquí afirmamos: “El talento de Flaubert es sobre todo fruto de una disciplina y de una terquedad en el trabajo: así es cómo va brotando el genio.” (Fresneda 2010: 52)

Un aspecto consustancial a lo anterior es la disciplina, el orden, la coherencia y la concatenación de los fenómenos en el discurrir narrativo que él ha conseguido perfeccionar gracias al placer de la corrección. Vargas Llosa es un escritor a quien le cuesta mucho elaborar el primer borrador. Pero esta desventaja es compensada sustancialmente con el acto-placer de corregir. Este ejercicio de corregir, más la ayuda de los correctores profesionales, le permite entregar la obra final casi sin fisuras, sin huecos, sin remiendos, sin hilvanes sueltos. En referencia al acápite, ver el libro del autor titulado Historia de una novela, publicado en 1971.

Sobre el primer borrador y la posterior corrección, Vargas Llosa declaró: “Al principio es muy duro. El primer borrador es siempre tremendamente difícil. Cuando tengo más o menos una primera versión y puedo empezar a corregir y reestructurar la historia, es cuando la paso fantásticamente bien.” (Fresneda 2010: 52)

Por su dedicación absoluta al trabajo, el escritor ha dicho que él es un esclavo de su obra. Nosotros podríamos agregar que él rompe esas cadenas que lo atan con la herramienta-técnica altamente calificada que dispone. ¿Es por ello que cabría el calificativo de ingeniero literario? ¡Sí, cabría! Ya lo dijimos, hasta 1981, Vargas Llosa cuidaba celosamente el producto final de su creación. De ahí la importancia de la corrección y autocorrección. Esperando no exagerar, podríamos afirmar que este “ingeniero de la literatura” sabía muy bien qué herramienta-sustantivo utilizar, dónde va el tornillo-adjetivo, dónde la preposición-lubricante, dónde la pieza-frase de su maquinaria construida.

En resumidas cuentas un talento formado, una técnica depurada y una disciplina lograda nos dan como sumatoria final el novelista Mario Vargas Llosa. En otra instancia las relaciones, no sólo culturales, sino político-sociales, de propaganda-mercadeo y más el sentido de oportunidad del susodicho escritor cierran el círculo del éxito del Premio Nóbel de Literatura 2010.

Sobre lo último hay que decir que Vargas Llosa, desde el comienzo de su carrera literaria, tiene ese don o capacidad de ubicarse, siempre, en la cresta de los acontecimientos. Sean éstos políticos, sociales, culturales, deportivos, literarios o del espectáculo. Él, de la mano con las editoriales, ha sabido vender bien su figura en la gran prensa internacional. Del mismo modo él se ha interesado en promocionar su obra como ningún otro escritor en lengua española lo ha hecho. Conociendo cómo se mueve el mundo literario-cultural, estamos en condiciones de afirmar que Vargas Llosa es producto no sólo de su peso-calidad como escritor sino que al unísono se mueven otros hilos extra-literarios que compaginan con la política, con la ideología.

Los especialistas creen que Vargas Llosa es un novelista moderno. Que él se aleja ostensiblemente de los novelistas denominados clásicos. El escritor, tácitamente, acepta este calificativo. ¿Pero dónde radica la diferencia entre un novelista clásico y un novelista moderno? Se cree que la diferencia fundamental descansa en los diferentes roles que juegan el autor por un lado y el narrador por otro lado.

Aceptando como verdad esta premisa, Mario Vargas Llosa, tomando como ejemplo concreto la producción novelística francesa, cree que la última gran novela clásica es Los miserables (1856) de Víctor Hugo. La primera gran novela moderna es Madame Bovary (1850) de Gustave Flaubert. A pesar de la diferencia de 6 años de sus respectivas apariciones al público.

Leamos cómo argumenta Vargas Llosa los diferentes roles que desempeñan el autor y el narrador: “El narrador de una novela no es nunca el autor, aunque tome su nombre y use su biografía. Estos datos, si la novela es una novela (…), inevitablemente dejarán de ser lo que eran al convertirse en materiales de ficción, al combinarse con otros materiales, soñados, inventados o hurtados por el autor de otras canteras de lo real, al desenmascararse  y mudar en palabras, música, imagen, orden, ritmo, tiempo narrativos. La primera invención que lleva a cabo el autor de una novela es siempre el narrador, sea éste un narrador impersonal que narra desde una tercera persona o un narrador-personaje, implicado en la acción, que relata sobre su yo.”

A renglón seguido, nuestro autor agrega: “Este personaje es siempre el más delicado de crear, pues de la oportunidad con que este maestro de ceremonias salga o entre en la historia, del lugar y momento en que se coloque para narrar, del nivel de realidad que elija para referir un episodio, de los datos que ofrezca u oculte, y del tiempo que dedique cada persona, hecho, sitio, dependerá exclusivamente de la verdad o la mentira, la riqueza o pobreza de lo que cuente” (Vargas Llosa 2004: 47).

acerca del autor
Julio

Julio Roldán nació en Tayabamba (Perú), en 1952. Es sociólogo y doctor en filosofía por la Universidad de Bremen. Fue docente en varias universidades peruanas, en la de Hamburgo, Bremen y en la actualidad en la universidad de Potsdam-Alemania. Vive en Hamburgo desde 1993, en condición de asilado político. Entre sus obras publicadas más importantes se encuentran: “Haya de la Torre el salvador del Perú”, Lima 1982; “Perú mito y realidad”, Lima 1986; “Gonzalo, el mito. Apuntes para una interpretación del PCP”, Lima 1990; “Vargas Llosa entre el mito y la realidad”, Marburg 2000; “Las dos caras del continente americano y otros ensayos, Marburg 2002; “América Latina. Democracia y transición a comienzos del tercer milenio”, Marburg 2005; “Crónica de un trotamundo”, Bremen 2009 y “Latinoamérica. La mentalidad colonial y otros ensayos”, Marburg 2010.