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Literatura
9 4 2012
Sobre la poesía de Luis Benítez por Elizabeth Auster

El poeta Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Su obra corresponde a la llamada generación argentina de 1980, caracterizada por la diversidad de elementos poéticos y extrapoéticos que intervienen en sus obras.

Esta generación se propuso, por una parte, abolir las influencias inmediatas de autores como Pablo Neruda, César Vallejo y otros, características de la generación anterior («abandonar a los padres antes que matarlos», dice Benítez) (3), para abrirse a un amplio campo de posibilidades, que incluye los aportes de la poesía anglosajona. Las búsquedas extrapoéticas de esta generación se aprecian en las referencias a sistemas de ideas provenientes de lo filosófico, lo político, inclusive lo histórico.

Una referencia temprana a esta diversidad en la que se inserta generacionalmente Benítez se encuentra en el artículo «La poesía argentina de hoy». Editado por una publicación de la Université de París en 1988 (1), el artículo es el primero, hasta donde se tenga noticia, que encaró el estudio de la generación de 1980 argentina, dividiéndola en distintas tendencias. Según el criterio de los articulistas, Benítez integra la corriente definida como metafísica.

Con tal categorización parece coincidir otro crítico de la obra de Benítez, Marcelo Ballestrasse, en su estudio preliminar Luis Benítez: «El otro, el mismo», incluido en el volumen 18 Whiskies (6), la primera obra teatral publicada de Benítez. Dice textualmente Ballestrasse, en el trabajo referido: «Conocido fundamentalmente por su pertenencia a la compleja generación poética del '80, podemos considerar a Benítez un intelectual paradigmático de esa década. Su notable talento lo ha llevado a incursionar con éxito también en otros géneros literarios. En todos ellos aflora siempre el pensamiento fino y la exploración de la palabra desde su reminiscencia universal, peculiaridad que lo aproxima al rumbo adoptado por autores que lo precedieron y que, coincidentes o no con su cosmovisión, integran un destacado segmento de nuestras letras: además del ya citado Borges, Victoria Ocampo, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, Edgar Bayley, Olga Orozco, Enrique Molina, Raúl Gustavo Aguirre, Atilio Jorge Castelpoggi, Alejandra Pizarnik y Elizabeth Azcona Cranwell, entre otros. Si leemos con atención preferentemente su poesía, advertiremos en Benítez esa universalidad a la que hacíamos referencia; en sus textos adquieren una presencia capital las problemáticas eternas del hombre, aquellas que trascienden una ubicación geográfica determinada, aun cuando aludan a prominentes figuras de la historia nacional o extranjera.» Veremos, sin embargo, que el poeta mantiene ciertas importantes diferencias con otros integrantes de esta generación. Benítez indaga desde temprano en la filosofía, la biología y la historia, mientras algunos de sus contemporáneos se sumergen en el surrealismo y el neorromanticismo.

La poesía de Benítez abarca, hasta hoy, nueve poemarios, desde Poemas de la tierra y la memoria, publicado en Buenos Aires por la editorial Stephen and Bloom, en 1980, hasta la última entrega del autor, La Tarde del Elefante y Otros Poemas (poesía, Editorial Ala de Cuervo, Caracas, 2006).

En medio de los citados, la obra de Benítez reúne los siguientes títulos: Mitologías / La balada de la Mujer Perdida (Editorial Último Reino, Bs. As., 1983), Behering y otros poemas (*) (lra. edición, Editorial Filofalsía, Bs. As., 1985; 2da. edición, Editorial Cuadernos del Zopilote, México D.F., 1993); Guerras, Epitafios y Conversaciones (Editorial Satura, Bs. As., 1989), Fractal (Editorial Correo Latino, Bs. As., 1992), El Pasado y las Vísperas (Editorial de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1995), La yegua de la noche (Ediciones del Castillo, Santiago de Chile, 2001), El Venenero y Otros Poemas (poesía, Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, 2005).

En 1996 se editó en los Estados Unidos Selected Poems, una breve antología que recoge, en versión al inglés, elegida y traducida por Verónica Miranda, una selección de los textos publicados hasta entonces.

Señalaré aquí los aspectos sobresalientes de la poética de Benítez, que fueron ya estudiados en los trabajos críticos dedicados a su obra (2, 3, 4, 5, 6 y 7).

En el volumen inicial de la obra de Luis Benítez, Poemas de la tierra y la memoria, se advierten los gérmenes de los tópicos que desarrollaría en títulos posteriores. La muerte, la vida impredecible, el amor, la sensación de la historia como un cruce permanente sólo a veces advertido por el individuo como el meollo mismo de su existencia, y en otras ocasiones difuminado entre fantasmas de la misma representación, se aprecian en este primer volumen, marcadamente influido por el poeta galés Dylan Thomas, como el mismo Benítez admite en el tomo 11 de las Conversaciones (3). Se conforma, además, una recordación permanente de la muerte y su sinónimo, el tiempo, en una poética que inicia su propia vida en los albores de la post-modernidad que se pretenderá, justamente, ajena al tiempo e ignorante de la historia. Sin embargo, Benítez todavía está distante del manejo de recursos estilísticos que mostrará en trabajos posteriores, donde se hará más evidente el empleo de una continua elusión, como el mejor camino para lograr un efecto de alusión fantasmática, donde le queda al lector el trabajo de completar una «línea insinuada por puntos conceptuales», que dibujará la imagen final de lo referido por el poema. Benítez recurrirá constantemente a la elusión para llegar al imaginario del lector. Sin embargo, no es la suya una poesía hermética, que deje afuera a quien la lee ni le obligue a estar dotado de unos conocimientos previos especializados, para acceder finalmente a las claves de su poesía.

Este aspecto de la poesía del autor fue apuntado en el primer trabajo crítico editado en libro sobre su obra (2), donde Carlos Elliff detalla minuciosamente diferentes aspectos del estilo del poeta. Señala acertadamente Carlos Elliff, en su ensayo de 1991 sobre la obra poética de Benítez, en la página 35, anotación del 4/1/91, que en Poemas de la tierra y la memoria «no ensaya los elementos que se vuelven comunes en 'Mitologías', ‘Behering... ' y 'Guerras…'. Estos elementos están constituidos por la existencia de un grupo o de un hombre al que se le atribuye una acción, un recorrido o un trayecto, que por poco altisonante que sea (`Alfonsinho Da Cunha', 'Hans von Lipps', 'Edward Whistwhish') o acaso por ser otro tipo de heroísmo que se construye desde lo opaco, merece el reconocimiento como hazaña. Se hace partícipe de la epopeya a lo que transcurre no en el fervor de la batalla o durante el designio de un elegido sino a aquello que ocurre en el paciente fervor de una cocina de navío».

Asimismo, Elliff refiere que «los que son cantados en Sehering' (el poema) y en `Gannovan', tienen la conformación de un montón de hombres cuyo sentido no reside en la gloriosa guerra o en el descubrimiento, sino en el olvido, el 'país de la cuna y de las tumbas', el lugar de lo indistinto. Ese destino final nos ahorra el canto a los nombres, a lo extraordinario, y se ubica en un primer plano el movimiento masivo de unos guerreros que se marchan de la medianía de las ciudades hacia otra medianía: la del 'túmulo y el olvido'. Se canta a ese tránsito absurdo, a esos hombres que sobrellevan el absurdo, se canta a esa multitud sigilosa y anónima: una epopeya del anonimato». Aunque Benítez no se considera especialmente talentoso para la poesía de tema social, en cada libro encontramos uno o dos poemas que abordan lo más sensible del devenir histórico latinoamericano. Así, por ejemplo, en «La zamba», expone a la vez, con singular belleza, el acontecer del amor, la soledad del héroe y el olvido político, y a través de «En el arduo aniversario de una boda» nos recuerda la dura experiencia vivida por su generación. El crítico peruano Gustavo Reátegui Oliva, en su análisis de El venenero y otros poemas, señala: «La poesía de Luis Benítez es hoy por hoy una de las producciones más interesantes de nuestra tradición y que como fuente, manantial de agua, raya o línea horaria en los relojes de sol, origen y principio de donde procede algo, más un agregado de sustancias inorgánicas útiles, alimentase de otras raíces y sueña mientras nos despierta, en un instante.» (7)

Aunque las referencias culturales están bien mareadas, particularmente a partir del segundo volumen de poesía, Mitologías/La Balada de la Mujer Perdida, el vehículo preferido por el autor es el sentimiento, la emoción subrayada y abierta a la interpretación personal, por parte del lector, de lo inscripto en su poesía. Esta guía continua a través de la sensibilidad es otra constante de la poesía del autor: poesía para ser sentida, que tiende a tocar las zonas sensibles del lector, antes que abordada desde las ideas puras o la referencia cultural.

La poesía de Benítez incluye a quien lo lee como una suerte de coautor de los poemas. No demarca un territorio: establece un rumbo probable para la lectura, que el lector completará de acuerdo a su sensibilidad; una polisemia, algo que abre el juego a las distintas voces posibles, en vez de cerrarlo en una sola. Este juego verbal, que parece tan complejo y que Benítez resuelve tan fácilmente -aunque se percibe en su obra un paulatino aprendizaje, principalmente desde Behering y otros poemas en adelante- conduce a una falta progresiva del sujeto narrante, ya que el poeta se despoja en la madurez inicial de su obra, a partir de Fractal, de 1992, aun de la voz conducente de lo aparentemente referido por sus textos: a partir de Fractal, el poeta parece lograr una suerte de «invisibilidad autoral»: el texto se ocupa del «guión» de la lectura, mientras el lector, cómplice de la ilusión creada por Benítez, se convierte en autor de los textos. En la poética de Benítez el autor, simplemente, se vuelve prescindible: «La poesía es absolutamente egocéntrica; lo que le suceda al poeta no le importa en lo más mínimo. Diría más: los temas de la poesía son meros disfraces. A ella sólo le importa hablar de ella misma». (8)

Esta tendencia del autor a una despersonalización, en favor del libre juego del lector dentro de su obra, es más clara en las obras posteriores, más formalmente en las inéditas, donde se acrecienta, como si se tratara de una corriente estilística predominante en el futuro poético de Luis Benítez.

Un quién sabe que no deja de tentar a quienes leemos sus obras.

Buenos Aires, septiembre de 2007

Notas

(1) La poesía argentina de hoy Revista Río de la Plata, artículo firmado por Abel Robino y Bernardo Schiavetta, Editorial del Centro de Estudios de Literaturas y Civilizaciones del Río de la Plata (CELCIRF), Université de Paris, Francia, 1988.
(2) Sobre las poesías de Luis Benítez, de Carlos Eliff (ensayo, Editorial Metáfora, Bs. As., 1991).
(3) Conversaciones con el poeta Luis Benítez, de Alejandro Elissagaray y Pamela Nader (Tomo I, Editorial Nueva Generación, Bs. As., 1995).
(4) Conversaciones con el poeta Luis Benítez, de Alejandro Elissagaray (Tomo II, Editorial Nueva Generación, Bs. As., 1997).
(5) Itinerarios: Antología (selección y ensayo preliminar de Alejandro Elissagaray, Editorial Nueva Generación, Bs. As. 2001).
(6)18 Whiskies (teatro, de Luis Benítez, con estudio preliminar de Marcelo Ballestrasse, Editorial Nueva Generación, Bs. As., 2006).
(7) Crítica a El venenero y otros poemas, firmada por Gustavo Reátegui Oliva, publicada en la revista virtual Sol Negro, dirigida por Paul Guillén. http://sol-negro.tk.
(8) Entrevista personal al autor.
(*) La grafia Behering corresponde al nombre más antiguo del estrecho que unía en tiempos pasados Asia con América, siendo suplantado posteriormente por el actual Behring (Nota de E. A.)