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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
1 6 2012
Adiós a Carlos Fuentes por Ricardo Gutiérrez

Su resistencia era la de un atleta, pero el corazón iba acogiendo esos impactos hasta que ayer ya no pudo más; su fortaleza física, que fue también su fortaleza literaria, fue vencida por la edad del tiempo, esa metáfora en la que él puso su empeño como escritor y también como respuesta civil a un siglo de México y de la humanidad.

Esta semana aún estaba en Argentina, visitando la feria de Buenos Aires. Ahí anunció nuevos proyectos; explicó (en declaraciones a Francisco Peregil) que mientras tuviera proyectos, y los tenía a puñados, jamás sometería su vida a la melancolía de la muerte.

Esa fue su divisa; por eso su conducta pública no fue interrumpida por los puñetazos privados. Su disciplina era la lucha contra el tiempo. Se levantaba al amanecer, siempre, pasaba al papel, en blocks enormes, la escritura que le sugirieran las notas del día anterior, y escribía como un forzado en las horas de la madrugada, hasta que se vencía la mañana. Luego iba a caminar (en un tiempo corrió, pero luego no se sintió para esos trotes), y a partir del mediodía ya estaba listo para la vida social. En los últimos años se escondió de casi todo (en Londres, en Nueva York, en México, en sus excursiones por la geografía mundial), pero dejó un resquicio para no olvidarse de la otra parte de su personalidad. Se encontraba con gentes de la política, de la economía, de la literatura; escuchaba como un forzado, quería tomar notas de la peripecia mundial, y el resultado de esa pesquisa eran artículos en los que hoy se puede leer su gradual decepción ante la condición humana.

El último noviembre se sentó durante horas con el expresidente chileno Ricardo Lagos; querían saber el uno del otro, qué opinaban, qué creían sobre el futuro del mundo. Fuentes no estaba en ese momento en el mejor de sus mundos; atropelló al principio de ese diálogo su pasión literaria con su destino civil, y era difícil arrancarle palabras, como si Fuentes estuviera ensimismado, fuera del universo de lo contingente. Pero, de pronto, el exmandatario chileno sacó la literatura como asunto, y ya entonces revivió Fuentes, ese era ya su mundo. Perturbado su país, perturbado el mundo, perturbado el universo personal que lo animó algún día, Fuentes ya era solo un escritor, una mente buscando en las ficciones la explicación del mundo.

Era un trotamundos. Una de sus últimas peripecias con escritores la vivió en Aix-en-Provence, donde un grupo formidable de autores (franceses, españoles, mexicanos...) se juntó para rendirle homenaje, en un simposio sobre su literatura. A las nueve de la mañana, vestido con una de esas camisas impolutas y bien planchadas con las que realzaba su apostura, se presentó ante los adolescentes que querían hacerle preguntas. Lo hizo sentado; Fuentes no se sentaba nunca, pero ya se sentaba Fuentes. Firmaba los libros de pie, hablaba de pie, dictaba las conferencias como si estuviera completando un maratón, pero ya Fuentes no tenía esa fuerza de antaño. En Buenos Aires declaró que el tiempo no lo vencería. Yendo al hospital, en México, este atleta del entusiasmo literario sintió que su abrazo a la vida ya no tenía la correspondencia que siempre halló hasta en los momentos más oscuros. Y lo que queda de él, de aquel entusiasmo, es una obra poderosa que escribió a mano hasta que el dedo con el que tomaba el lápiz se hizo curvo. A veces lo mostraba: "He aquí mi aliado". El corazón le dejó a un lado en la mañana más triste de todas las mañanas que él quiso felices.

acerca del autor
Carlos

Carlos Fuentes (Panamá, 1928 - Ciudad de México, 2012). Hijo de diplomáticos mexicanos, creció viajando. Durante su infancia y juventud vivió en Suiza, Ecuador, Uruguay, Brasil, Chile, Argentina y Estados Unidos. En la adolescencia su regresó a México marcó su obra. En 1955, fundó con Emanuel Carballo y Octavio Paz la "Revista Mexicana de Literatura". En 1964, empezó su amistad con Gabriel García Márquez, los dos representantes más notorios del boom latinoamericano, junto con Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. Entre los títulos más importantes de su obra, que profundizó en la identidad cultural de México, se destacan "La región más transparente" (1958), "La muerte de Artemio Cruz" (1962), "Aura" (1962), "Zona sagrada" (1967), "Cambio de piel" (1967), "Terra nostra" (1975), "La cabeza de la hidra" (1979), "Agua quemada" (1981), "Gringo viejo" (1985), "Cristóbal Nonato" (1987), "En esto creo" (2002) y "La silla del águila" (2003). En 1987 recibió el Premio Cervantes y en 1994, el Premio Príncipe de Asturias. Sus últimos ensayos: "Contra Bush" antología de artículos periodísticos (2004), "Los 68" (2005) y "La gran novela latinoamericana" (2011).