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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Opinión
2 5 2013
La amarga pasión de Joseph Ratzinger por Miguel Ángel Malavia

Ocho años de misión no han terminado con su muerte, como la Historia signaba cual losa, sino con el reconocimiento de la propia debilidad, de la incapacidad para seguir al frente del rebaño. La noche es oscura. El Papa se ha mostrado más humano que nunca. Ha vuelto a ser, otra vez, ese Pedro que se tiraba al mar turbulento y, faltándole las fuerzas, debía de ser rescatado por el Maestro.

Joseph Ratzinger ha mostrado al mundo el testimonio de un Pedro desnudo, débil y desorientado. Él mismo ha vuelto a ser el joven soñador que incubó una vocación de servicio a Dios mientras le rodeaba, tocándole, la barbarie del nazismo. En esta noche oscura, como en ninguna otra en su octogenaria vida, ha escuchado con una íntima autenticidad los vítores que el Maestro, sentado en un pollino, recibe mientras Jerusalén le recibe en un triunfo en majestad. La autenticidad radica, él lo sabe, justamente en que los alaridos son falsos e hipócritas. Son gritos que claman muerte, y una muerte de cruz. Los lobos que, dentro del Templo, esperaban el traspié de Jesús, son los mismos que a él le dieron un beso de Judas cuando asumió el báculo de la Iglesia. Los lobos son muy poderosos. Él los conocía ya cuando sostenía en su tarea al anterior pastor. Los denunció antes de revestirse de blanco. Los combatió con fuerza y valentía. Pero le faltaron las fuerzas. Y no necesitó morir para saberlo. Tampoco le evitó el dolor de la noche oscura el pensar que hacía lo correcto.

Sin embargo, hoy Joseph Ratzinger se ha sentido reconfortado. Ha rezado a Dios desde su nueva condición de monje oculto al mundo. Y ha sido escuchado. El elegido para continuar la tarea es un pastor vigoroso que ha enamorado al mundo con su sonrisa y el testimonio de sus gestos humildes. Pero no solo es eso: porta la fuerza necesaria para apagar el estruendo de los lobos. Los hombres, que ya cuentan con un nuevo custodio que les proteja de los injustos, presencian con gozo el abrazo histórico de Joseph Ratzinger y aquel al que ya todos llaman Francisco. La potencia de su solo nombre, un Francisco que deja el eco tronante del Evangelio vivo, ha vuelto a cerrar el portalón que miraba al Gólgota. El anciano de cabellos plateados ha renacido de su noche oscura y se ha visto libre de la pesada cruz. Benedicto XVI ha vencido a su amarga pasión. Y aún vive para contarlo.

acerca del autor
Miguel Angel

Licenciado en Historia y Periodismo, Miguel Ángel Malavia no anhela alcanzar otro calificativo sino el de escritor. Sueña con que sea algún día, pese a conocer la realidad de la ausencia de su auténtica valía escritora. Pero, como idealista que es, lucha contra el molino de viento de la certeza. De ahí el paso hacia el abismo de su breve relato sobre Oscar Wilde y Unamuno.