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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Número Especial
2 3 2003
"Juan Cristóbal y la generación del sesenta" por Cesáreo Martínez*
Recientemente se ha publicado "En los bosques de cervezas azules", antología personal: 1971-1999 (Ed. San Marcos, 2001), espléndido conjunto de poemas de Juan Cristóbal (seudónimo de José Pardo Del Arco), perteneciente a la magnífica Generación del 60. El libro, si bien recoge textos conocidos del vate peruano e incluye inéditos, además de revelarnos la bondad de una obra consistente y muy personal, tiene la virtud de pulverizar ciertos escamoteos infringidos a la misma (los que probablemente se deban a motivaciones de carácter ideológico) y colocar al poeta en el sitial que le corresponde: la primera fila de su generación. Con casi veinte libros publicados —entre ellos de narrativa, testimonio y recopilación— y muchos galardones como el Premio Nacional de Poesía (1971), el Copé y algunos de alcance internacional, Juan Cristóbal se constituye en uno de los exponentes de mayor significación en el parnaso peruano de los últimos tiempos. Aquí las razones de nuestra afirmación. Tal vez lo mejor que tenemos los lectores peruanos de poesía, sea la sana costumbre de valorar —sin reservas— las obras de la Generación poética del 60, cuyos cultores más representativos son Marco Martos, Antonio Cisneros, César Calvo, Mirko Lauer, Rodolfo Hinostroza, Javier Heraud, Juan Ojeda y Lucho Hernández, tempranamente desaparecidos estos tres últimos, al toparse cada uno con su propia tragedia. Esta apreciación —que es consensual y de algún modo resulta lugar común— instala a los poetas mencionados, con irrefutable plenitud, en la tradición literaria del siglo XX, claro que sin menoscabo de los otros integrantes de esa generación, cuyos rostros no ocupan precisamente los primeros planos del escenario, aunque debemos admitir que sus roles siempre serán de importancia específica para la escena. Si los escritores de la lista se han convertido en nombres indispensables en cualquier antología seria o de las otras, y adquirieron este rango en base al talento y esfuerzo personales, afortunadamente para la poesía peruana no son los únicos protagonistas de la sólida Generación del 60, ubicada en el año 65 por Hildebrando Pérez, otro digno representante de la misma. Pérez basa su observación —que inicialmente juzgamos atinada— en el dato verificable que en ese año aparecieron los primeros libros memorables de la mayoría de los mencionados. Tal vez el aserto de Hildebrando provoque arduas discusiones. Pero éste no sería el espacio más indicado para el caso, ni es nuestra intención embarcarnos en ellas. Pues aquí nuestro propósito se reduce a remover los límites del núcleo central de la Generación del 60, ensanchándolos con un nombre que se agrega con rotunda justicia a la hasta hoy rígida lista: Juan Cristóbal. Pues se trata de un poeta que en base a una constancia de monje ha decantado su escritura, frondosa y transparente por naturaleza, y compulsivamente contestataria porque nace de los hervores de la vida concreta. LA CONSOLIDACIÓN DE UNA FIGURA LITERARIA Dedicado exclusivamente a la escritura —sólo interrumpida por la docencia universitaria—, JC ha venido construyendo a través de los años un corpus literario personal, basado en varios ejes, entre ellos el angustioso llamado al ejercicio de los valores como la verdad, la belleza y la solidaridad, que disfrutábamos sus más fervientes lectores, pero que se evidencia espléndidamente y se socializa con la aparición de En los bosques de cervezas azules, antología personal de su obra producida entre los años 1971 y 1999. Desbrozando cuidadosamente la sinfonía de imágenes que constituye este apasionante y bello libro, podemos advertir con nitidez las líneas dominantes que vertebran el pensamiento y actitud frente al mundo del poeta. En primer lugar, destaca una férrea vocación por nombrar a cada ser y su fenomenología, restituyendo a éstos su esencia y autenticidad perdidas a través del discurrir histórico; el abandono de los valores (en el plano humano); el desgaste de las vigas que sostienen el orden social establecido, esencialmente injusto; la impresionante corrosión de las instituciones humanas, que se manifiesta a través de una deshumanizadora, alienante interrelación social; la dolorosa decrepitud de los cuerpos vivos con el paso del tiempo; y la condena de la acción irresponsable de quienes depredan el medio ambiente, poniendo en peligro inclusive la permanencia de la vida en el planeta. Por ello es que su discurso se inscribe en la mejor tradición moral y ética, a despecho de su enorme carga de ternura o debido precisamente a ella. Y por ello es también que JC ha construido su propio espacio-morada, poblado de fantasmas y seres ideales, puesto que los referentes de la realidad lo enfrentan a un mundo desestructurado, desquiciado, en el que la vida ha perdido todo esplendor. No obstante, veamos otra de las virtudes que ennoblece a esta poesía, su gran cromatismo, elemento explicitado por Luis Hernán Ramírez en un enjundioso ensayo dedicado hace años a su obra. Dice el recordado poeta y lingüista: «Una lectura atenta nos mostrará rápidamente una especial cromatología que despliega abundancia de notas, gradaciones, combinaciones, matices, contrastes de colores, de tonalidades suaves y puras y de tintes esenciales e intensos que rematan en un haz de transparencias y resplandores, de luces y claroscuros como en un lienzo». Juan Cristóbal, qué duda cabe, se expresa a través de los colores, sabores y olores, como un gran pintor y experto conocedor y gozador de los dones de la naturaleza. Quienes conocen al poeta saben de la inquebrantable firmeza con que ha asumido sus convicciones ideológicas, sociales, morales y éticas, y de su alto sentido de la solidaridad, rasgo que delata su terca vocación por el socialismo. Al respecto, resulta conmovedora su entrañable amistad con el gran poeta chileno Jorge Teilier, a quien dedicara, entre otros, ese legendario poema que comienza con el siguiente verso: «Cuando bebíamos las cervezas eran azules». JC sufrió largo exilio político en Chile, y solamente la amistad y solidaridad de los escritores del vecino país hicieron que el exilio se convirtiera en una experiencia edificante. Con Teilier, quien visitó Lima en varias ocasiones, inclusive llegó a escribir al alimón La isla del tesoro, libro hecho con brillos añejos de mares en ebullición y bucaneros que conversan con aves multicolores, y que nos remite irremisiblemente a la patria perdida: la infancia. . En cuanto a Chile, podemos ubicar todavía otras relaciones en su poesía. Es evidente que JC es un escritor muy emparentado con el estilo neruda en el aspecto de la incontenible acumulación de imágenes sin aparente sentido lógico. Pero mientras que Neruda se entrega al frenesí de la sonoridad lingüística, JC utiliza el «sinsentido» para lograr la iluminación de lo real, como lo hacían los buenos surrealistas. Ejemplo: «Las juiciosas aldeas celebran su cumpleaños dorado / Las nuevas muchachas retornan soñando aguas de viento / Y escuchan la canción de los invisibles ciruelos...» A OPINIÓN AUTORIZADA Pero como ninguna obra literaria de valía se hace de la noche a la mañana, para llegar a la plenitud con la que hoy nos gratifica, JC ha tenido que bregar mucho. Sin embargo, hace tiempo que los especialistas reconocieron la bondad de su poesía. Alberto Escobar, por ejemplo, escribió respecto de El osario de los inocentes (poemario con el que ganó el Premio Nacional de Poesía en 1971): «En este libro consigue un temple y un mundo personales. Su escritura —ya en verso o en prosa poemática— se alimenta de vivencias refraseadas por el soplo imaginario, por el recuerdo o la fábula ligados a la experiencia directa o de fuente literaria, en franca voluntad testimonial». En torno de este mismo libro, el inolvidable Antonio Cornejo Polar ya decía en aquellos lejanos tiempos: «Se desenvuelve lentamente, como una densa e íntima meditación en la que los sueños y las visiones son tan importantes como las imágenes de la realidad, rápidamente transpuestas, casi sin excepción, a clave simbólica. Con un lenguaje de ritmo pausado, a través del amplio versículo o directamente de la prosa lírica, que contrasta con la brillantez vanguardista de una metáfora siempre audaz e insólita, JC evoca el desencanto discursivo del hombre por una realidad que parece estar marcada desde siempre por la corrosión, la ruina, la desolación». Ya en plena madurez el poeta, que incursionó de manera audaz en la prosa, mereció de Alfonso Latorre esta frase consagratoria: «Por primera vez, desde Whitman y Saint John Perse, descubrimos en un poeta peruano la soltura de huesos y de palabra que no mide sus sílabas ni sus metáforas». Gregorio Martínez, otro gran «viejo bucanero», a su turno sentencia: "Los rostros ebrios de la noche, el último poemario de JC, libro de altísimo alcance artístico, desgarrador y sardónico a la vez, pero sin caer nunca en la ambigua, constituye la mejor prueba del efecto Agüita de coco que, semejante a la lija y a la Real Academia de la Lengua, pero con ñeque, ‘fija, pule y da esplendor’". Para remachar este nombre en el cogollito de la "Generación del 60" y sentar el carácter insustituible de Juan Cristóbal en cualquier antología de la poesía peruana, recordemos lo que dice el maestro Washington Delgado en torno de esta excelente poesía: "En las palabras de Juan Cristóbal aparece siempre la sed de justicia junto a la pura contemplación del cielo en las mañanas de estío, la melancolía de las tardes otoñales, el fuego de las noches de bohemia, la solidaridad de los desvalidos, luz que no se apaga, que no quiere apagarse en los tiempos oscuros". * Cesáreo Martínez nació en Cotahuasi, un valle interandino de la sierra de Arequipa, en 1945. Allí estudió y terminó a los 19 años. Llegó a Lima en 1964. Ingresó a San Marcos, a estudiar Literatura, en 1968. Allí conoció a Juan Ojeda, su mentor literario, Gregorio Martínez, Hildebrando Pérez, Juan Cristóbal, Julio Nelson y otros. Se incorpora a la bohemia y se opone a la dictadura de Morales Bermúdez, haciendo huelga de hambre, en apoyo al magisterio, y escribiendo ese gran poemario titulado "Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga)". Falleció el 26 de enero de 2002 de un derrame cerebral.
acerca del autor
Varios

Juan Cristóbal nació en Lima en 1941. Hizo estudios secundarios en Chosica, ciudad cercana a la capital peruana y en la Universidad de San Marcos. Fue periodista en los suplementos culturales de los principales diarios peruanos. Actualmente es profesor de periodismo y de literatura en diversas universidades de Lima. Ganó el Premio Nacional de Poesía en 1971 y los Juegos Florales de San Marcos en 1973. Publicó varios poemarios, libros de cuento y prosa testimonial. Acaba de publicar un libro polémico “Uchuraccay o el rostro de la barbarie”, recopilación de artículos periodísticos sobre la matanza de ocho periodistas y su guía en 1983.