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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
3 3 2014
Diario de Otoño de Salvador Pániker, por Javier Rodríguez González

Al igual que Michel de Montaigne, Pániker concibe la escritura primordialmente como un acto creativo ineludible y espontáneo: «escribo en la medida en que algo en mí necesita escribirse» que solo ha de rendir cuentas al imperativo de libertad individual. Baste recordar la declaración de intenciones que figura en el prólogo de Ensayos, la obra más laureada e influyente del célebre escritor francés: «Je suis moi-même la matière de mon livre» para entender que ese «yo fragmentario, múltiple, poliédrico y simultáneo» —son palabras del propio autor— funciona como único elemento cohesionador de un amplio conjunto de materiales heterogéneos, cabalmente ensamblados bajo el ropaje de un dietario que abarca un lapso de tiempo de tres años (1996-1999).
En las páginas de Diario de otoño proliferan las referencias literarias, las reflexiones filosóficas, —hay constantes alusiones al hinduismo, el taoísmo, a pensadores como Jiddu Krishnamurti o Alan Watts— audaces apreciaciones sobre el eros, la amistad, la familia, el inexorable paso del tiempo o la extraña percepción que tenemos del mismo. Pero estos sublimes pasajes, siempre rebosantes de ingenio y sensibilidad, se entreveran con otros más triviales, como los apuntes necrológicos escritos a vuelapluma en los que aparecen figuras de primer orden en la vida catalana; la narración escueta de anécdotas cotidianas y apariciones en televisión para hablar de eutanasia o espiritualidad; los encuentros con escritores e intelectuales del fuste de Pere Gimferrer, Juan Luis Panero o Rosa Regàs, que nos retrotraen al cada vez más lejano paisaje cultural de finales de los años noventa.
Diario de otoño recoge el testimonio vital de un hombre que, desde la atalaya de la madurez y la sabiduría, no renuncia a afrontar sin temor las cuestiones radicales: ¿Quiénes somos? ¿Qué es la vida? ¿Existe Dios? ¿Por qué hay algo y no más bien nada? Así, Pániker asume el papel de filósofo clásico que, a la luz de sus propias peripecias, trata de aleccionarnos sobre el misterio inescrutable de la existencia humana. Vida y pensamiento conforman una poderosa alianza, una unidad de sentido que no es posible disociar.
En este sentido, reviste especial importancia el dramático episodio del fallecimiento de Mónica, la hija del escritor, cuya enfermedad es referida en el diario, y que determinará el sesgo pesimista de muchas de las reflexiones contenidas en el tramo final del libro.
Entre otros muchos aciertos, parece oportuno elogiar también la saludable desinhibición con la que Pániker describe sus tribulaciones más íntimas, rehuyendo siempre del exhibicionismo emocional fatuo, hoy tan en boga en la ficción literaria. El autor dice lo justo para que nos conmovamos y sintamos una súbita compasión por su sufrimiento, sin ahondar en detalles irrelevantes.
La autenticidad que destilan sus palabras termina por solapar también las críticas acerbas y mordaces que dedica a los miembros más reaccionarios de la Iglesia Católica vinculados al Opus Dei, a su hermano Raimon y a ciertos políticos de signo conservador.
Reconozcamos, finalmente, que escasos pensadores pueden jactarse de haber sido capaces de crear un “microuniverso” cultural propio. Por ello, la ilustre figura de Salvador Pániker suscita siempre un vivo interés entre quienes tienen inquietudes intelectuales, aunque a veces su pensamiento, tan denso y complejo, tienda a simplificarse en un puñado de tópicos que los medios de comunicación ha contribuido a propagar; a saber: la defensa a ultranza de la eutanasia, como miembro más conocido de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, —el caso de Ramón Sampedro ocupa un espacio significativo en los diarios—, su tarea al frente de la editorial Kairós, como difusor del pensamiento oriental en España, o su participación como contertulio en espacios de radio y televisión, como facetas más reconocibles pero no exclusivas.
La publicación de Diario de otoño supone la culminación de una excelsa serie de libros de memorias, acaso aún abierta, que confirma a Pániker como un pensador único, heterodoxo, sin paragón en el campo de la cultura española contemporánea.


Javier Rodríguez González (Ourense, España, 1983). Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Santiago de Compostela y estudiante de Ciencias Religiosas. Ha recibido algunos reconocimientos literarios como el segundo premio en el IV Certamen Cultural Jóvenes Artistas (Cáceres, 2006), los primeros premios en el Certamen Literario Concello de Ames (2010) y en el XXVI Certamen de Poesía Feliciano Rolán (2012). Ganador del Certamen Literario Terras de Chamoso (2012). Ha compartido su quehacer poético con la publicación esporádica de artículos en revistas como Ensayos, Babab, Ficcionario o Proyecto Esquife.

 

acerca del autor
Salvador

Salvador Pániker (Barcelona, 1927), hijo de madre catalana y padre hindú, es filósofo, ingeniero y escritor. Fundador de la prestigiosa editorial Kairós y presidente de honor de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, fue profesor de Metafísica en la Universidad de Barcelona, y desde 1973 profesor de Filosofía Oriental en la Autónoma de Barcelona. Obtuvo el Premio Internacional de la Prensa y Premio Godó Lallana. Su obra, de difícil clasificación, oscila entre la filosofía, la reflexión mística y la política, con incursiones destacadas en el periodismo y en la literatura, ámbito en el que ha adquirido singular celebridad por sus cuadernos y libros de memorias. Dentro de su vasta producción destacan títulos como “Los signos y las cosas” (1969), “La dificultad de ser español” (1979), “Aproximación al origen” (1982), “Primer testamento” (1985), “Ensayos retroprogresivos” (1987), “Segunda memoria” (1988), “Filosofía y mística” (1992), “Variaciones 95” (2002) y “Asimetrías” (2008).