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Literatura
3 3 2014
El sueño de discutir con Octavio Paz por Winston Manrique Sabogal

El sueño de los autores mexicanos era discutir con Octavio Paz y ver que él les daba la razón. Esta anécdota de Juan Villloro, apuntalada por las risas del público, sobre el intelectual y escritor mexicano retrata la figura frondosa y fértil de uno de los autores imprescindibles e insoslayables de la segunda mitad del siglo XX en el mundo hispanohablante.
Un afortunado retrato que llegó casi al final de la apertura de homenajes por el centenario del nacimiento de Octavio Paz (31 de marzo de 1914 —19 de abril de 1998) que se realizarán este año en España. El Instituto Cervantes de Madrid fue el escenario de acogida, en compañía del Centro de Estudios Mexicanos y la Embajada de México en España. Y Juan Villoro el encargado de recordar en un rosario de anécdotas y reflexiones la figura personal, artística e intelectual de uno de los mejores alumnos de Voltaire en su idea de discutir en público, de una de las personas en cuya naturaleza convivía lo intelectual y lo popular, de una de las figuras que gustaba ver el envés de las cosas y no conformarse con lo establecido para invitar a la exploración, de un escritor que contaba todo de manera transparente, nítida, haciendo fácil lo difícil alejado de trabalenguas filosóficos, de alguien convencido de que la tolerancia no se predica sino que se practica. “Un pararrayos". "Un encantado aprendiz”. Fueron otras instantáneas del mosaico Paz realizado por Juan Villoro.
Paz fue uno de los mejores alumnos de Voltaire en su idea de discutir en público, una de las personas en cuya naturaleza convivía lo intelectual y lo popular, de una de las figuras que gustaba ver el envés de las cosas y no conformarse con lo establecido para invitar a la exploración, un escritor que contaba todo de manera transparente, nítida
Fue una noche de silencio, esparcida de risas y enseñanzas ante el gran aprendizaje exprés sobre el Nobel mexicano. Pero una noche que empezó con tristeza por el recuerdo ante la reciente muerte de José Emilio Pacheco el pasado 26 de enero. Otro autor de la misma estirpe de Paz, Carlos Fuentes o Alfonso Reyes “al que la lengua española debe tanto porque han contribuido a la universalidad del idioma y tenemos conciencia de su excelencia”, en palabras de Víctor García de la Concha, anfitrión del homenaje como director de Instituto Cervantes.
Luego entró en escena el alumno de Paz, un Juan Villoro que en una hora confirmó con su propia disertación una de las ideas del maestro mexicano de que el presente es perpetuo, de que “lo que pasó está pasando”. Esa idea real y póetica, una redundancia, de la idea del Tiempo, de cómo, sin ser completamente consciente, el ser humano busca desenmarañarlo y trascenderlo, y Paz aliarse y desenmascararlo a través de la poesía y el ensayo. Trascender el instante. Lidiar con el tiempo y reconocer en él el hecho poético.
Al fin y al cabo para Paz, según Villoro, todas las artes son poesía, desembocan en ella, porque “buscan un efecto poético, buscan la experiencia estética”. Y Octavio Paz, además, buscaba la poesía de y en la poesía, ir al embrión de ella, de esa eterna y luminosa fugacidad.
Buscar, cuestionar y preguntar. Todo eso se trenzaba en Paz para aflorar en su otra pasión, la pasión crítica. Un escritor que, recordó Villoro, “no pedía la lectura reverencial sino de interrogación. Creía, además, que el adversario tenía derecho a una voz. Enseñó a respetar al otro”.
Para Paz todas las artes son poesía, desembocan en ella, porque “buscan un efecto poético, buscan la experiencia estética”
Y seguía hablando Juan Villoro en una noche en la que iba a estar acompañado de Fernando Savater pero que una aerolínea española impidió llegar a tiempo. Lo que iba a ser un diálogo se convirtió en un monólogo. Hasta que contactaron por teléfono con el filósofo español, mientras esperaba el equipaje en el aeropuerto de Barajas. Villoro se levantó de la silla, se dirigió al atril donde estaba el teléfono y activado el altavoz empezaron a charlar, en medio de las risas de la gente al escuchar las peripecias de Savater por el retraso del vuelo. Pero rápidamente llegó el motivo de aquel encuentro con el público: Octavio Paz.
"No siempre es popular tener razón antes de tiempo", empezó recordando Villoro las palabras que un día dijo Savater al referirse al autor de obras magistrales como “El arco y la lira” y “El laberinto de la soledad”. Coincidieron en la claridad de Paz al escribir, al denunciar incluso los totalitarismos y atrocidades como el Gulag en momentos clave y antes que nadie. Pero, curiosamente, esa luminosidad contrastaba con su lado oscuro, con su vocación sombría de la vida y lo irracional. "Era como el Yin y el yang", resumió Savater. "A pesar de su escritura clara tenía un lado surrealista y contracultural. Esa dualidad lo relaciona a los surrealistas y a otras tradiciones artísticas e intelectuales".
Fue un diálogo de breves minutos. Savater volvió a buscar su maleta. Villoro a su silla, escoltado por la imagen de Paz en la pared para comentar el espíritu de aprendiz, de alegre aprendiz, que siempre acompañó al maestro mexicano. "Era una figura inescapable. Él era la plaza". Era, es, una figura tutelar. De ahí el sueño-broma que habla de que los autores mexicanos tenían sueños en los que discutían con Octavio Paz y él les daba la razón.

acerca del autor
Octavio

Octavio Paz (Ciudad de México, 1914—1998). Los intereses literarios de Octavio Paz se manifestaron de manera muy precoz, y publicó sus primeros trabajos en diversas revistas literarias. Estudió en las facultades de Leyes y Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. En 1936, Octavio Paz se trasladó a España para combatir junto a los republicanos en la guerra civil, y participó en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Al regresar a México fue uno de los fundadores de Taller (1938) y El Hijo Pródigo. Amplió sus estudios en EE.UU. en 1944-1945, y concluida la Segunda Guerra Mundial, recibió una beca de la fundación Guggenheim, para, más tarde, ingresar en el Servicio Exterior mexicano. Conforman su obra poética: “Luna silvestre” (1933); “Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España” (1937); “Entre la piedra y la flor” (1941); “Libertad bajo palabra” (1949); “Águila o sol” (1951); “”Semillas para un himno (1954); “La estación violenta” (1958); “Salamandra” (1962); “Ladera este” (1969); “Topoemas” (1971); “Renga” (1972); “Pasado en claro” (1975); “Vuelta” (1976); “Poemas” (1979) y “Árbol de adentro” (1987). Su producción en prosa abarca once obras: “El laberinto de la soledad” (1950); “El arco y la lira” (1959); “Cuadrivio” (1965); “Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo” (1967); “Conjunciones y disyunciones” (1969); “El mono gramático” (1974); “Los hijos del limo” (1974); “El ogro filantrópico” (1979); “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe” (1982); “Tiempo nublado” (1983) y “Hombres de su siglo” (1984). En 1990 se le concedió el Premio Nobel de Literatura.