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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
2 5 2014
Jorge Amado: un factor de lecturas por Miguel Ángel Gavilán

En esos caminos ajenos fluyen voces, colores, manos y labios que nunca besaremos, surgen profanos, los contornos que amaremos una sola vez y se diluyen las formas de lo que ya nunca podremos tener.  Esa complejidad del acto de lectura nos ubica en el vaivén de la palabra del otro, nos doblega y nos inunda, nos llama y nos abandona.
Jorge Amado es de los escritores que uno destina para leer cuando “tenga tiempo”. Es un narrador víctima de esa muletilla de las horas libres, descuidadas y desobligadas que nunca llegan pero que se desean como la mejor recompensa. Digo, de esos momentos de espaldas al trajín diario donde la lectura puede ser la mejor ocupación de los desocupados; donde nuestra única intención es no querer ser nada más que unos pobres sujetos sumados en el desconcierto de la calma. Porque somos, a esas horas, el último pináculo de la rebeldía en que corre final y fatal, la memoria de los días perdidos.
Entonces, nos detenemos a mirar los libros como retos encuadernados, partes de un universo detenido en los estantes de la biblioteca, esperando que alguien se acerque a vivir sus historias. O a revivirlas. El tiempo parece no pasar en las repisas pero sigue pasando con su ritmo susurrado de papel que se herrumbra, con su fatiga en la fatiga de las horas. A través de los libros el tiempo se doblega. Es una batalla desigual, tan pretérita como el deseo, como la rabia o el sueño, pero que a la vez nos llama manteniéndonos erguidos detrás de la pereza, por encima y además de cualquier renunciación.
Este verano fue uno de esos en que el tiempo se detiene y nos dialoga al oído. Nos incita a parar, nos da una tregua, nos entrega la tranquilidad necesaria para leer los tan postergados textos a los que nunca les dimos importancia.
Porque eso es lo que me pasó con Jorge Amado: no le di importancia. Nunca se toma en serio lo que es comercial, esos títulos que se escuchan de boca en boca, mientras viajamos en ascensor o caminamos hacia la oficina. Son nombres o autores a los que con solo ver la cara de quien los nombra con admiración, ya se nos derrumban o, peor aún, pasan a engrosar el depósito de lo que consideramos la literatura chatarra o pasatista.
Yo había comprado en una época muchos títulos de Jorge Amado. Había visto dos películas, “Doña Flor y sus dos maridos” y “Gabriela clavo y canela”. Ninguna de las dos me parecieron grandes obras cinematográficas pero no obstante cierto trabajo de los personajes como el perfil de los maridos de Doña Flor, o la descripción aparentemente jocosa de la sociedad provinciana realizada en “Gabriela...” me despertaron curiosidad por ese autor del que todos hablaban en los colectivos, en los mercados, las mujeres en las peluquerías y los hombres en las estaciones de servicio. La década del ’80 estuvo sumamente empapada por la felicidad caliente de Amado. Yo me acuerdo que la gente hablaba de sus textos y gozaba repitiendo pasajes de ellos. Amado, de alguna forma había tocado una fibra de la sociedad latina al centrar sus novelas y cuentos en la pobreza de las favelas  o en los barrios proletarios de Bahía, su Bahía,  proyectando esa visión de la decadencia al resto de América y del mundo, como si fuera una forma del ritmo, un jolgorio. Amado resemantiza el significado de la miseria, lo filtra a través de un cedazo de vitalidades y de deseos hasta hacer de esa temática decadente una forma de celebrar la vida.
Amado protesta desde la felicidad de los oprimidos. El autor encapsula el dolor, el pesar, la decadencia y los abusos dentro de una burbuja de ritmos que sin dejar de ser sensuales hacen de ese objeto que se denuncia el germen central del goce. Vale decir: el bahiano de Amado se impulsa desde su dolor para hundirse y justificar su contento.
El autor toma el camino más árido puesto que opta por el goce de los sentidos para denunciar la falta de sentido de los poderosos; se asoma a los actos carnales por intermedio de sus prostitutas, mujeres simples que se enorgullecen de hacer favores y dar el cariño que las esposas ya no pueden dar, para llegar a valorizar el verdadero amor, ese sin tregua, sin tapujos, sin consuelo que delira y hace delirar. En Amado el sexo es el hilo conducente para hablar del amor puro, del desinterés absoluto de toda relación, del desbocado abandono en los brazos del otro.  Apresa la lujuria y la transforma en código de gestos, en goces de miradas, en seducción llena de mares y de mujeres que se obstinan por alcanzar la dicha.
La obra de este autor tiene dos características fundamentales: es extensa y es compleja. Su misma extensión complejiza la obra ya que resulta difícil recortar un corpus de análisis  sabroso para su estudio y representativo de una propuesta literaria. Pero, como ventaja de esa extensión, tenemos que la obra de Amado es temáticamente variada.
Dentro de su producción encontramos desde la novela romántica (“Doña Flor...·”, “Gabriela...”, “Teresa Batista cansada de guerra”), pasando por la  histórica (“Romance  de castro Alves”) y por la de costumbres (“El país del carnaval”, “Tienda de Milagros”), hasta llegar a la  de hondo contenido social donde profundas discrepancias políticas ubican a la enunciación en la no siempre recomendable tribuna de la denuncia (“Capitanes de la Arena”, “Agonía de la noche”). Digo ‘no siempre recomendable’ puesto que los textos de denuncia traen en sí una saturación, un límite que  lo impone la denuncia misma, que va en desmedro muchas veces del potencial artístico de la obra. “Capitanes de la arena” constituye a mi criterio el punto más alto en la narrativa social de Amado, no solamente por el fresco cultural que logra, donde las convulsiones de una sociedad de valores destruidos o en plena destrucción se imbrican y se tuercen, se cortan y se ahogan entre sí, hasta transformar la vida en un estertor de moribundos, en un lecho embarrado como la playa donde pululan los niños que protagonizan la historia; sino porque es una novela hermosa, es un bello trabajo literario en donde la realidad que se figura no sojuzga los recursos expresivos de una pluma brillante.
Si bien la crítica social está presente en todos sus textos, es en las novelas en donde no se plantea hacer un panegírico de la lucha del pueblo bahiano, en donde está más viva la crítica  hacia cualquier forma de totalitarismo y abuso político.
Pongo por ejemplo el caso de “Teresa Batista...”. En ella hay una parte donde Teresa, siendo niña es vendida por su tía a un terrateniente rico que abusa sexualmente de ella hundiéndola en un mar de violencia física y sicológica que la anula hasta reducirla a la bestialidad. Esa relación forzada, no es más que un pasaje de la historia pero sintetiza un conflicto social del que el propio Amado fue testigo. La novela cuenta en esta parte el enfrentamiento desajustado de dos fuerzas: los que ostentan el poder y los que son carne de cañón de ese poder.
Teresa Batista, niña, huérfana, salvaje, desprovista de toda maldad, brutalmente hermosa  representa al Brasil grosero, ventral, asfixiado entre olores de hebras y sudores de carnavales deshojados en noches de fiesta. Es el grito. Contrariamente, Justiniano Duarte Da Rosa, el hombre imponente del traje blanco, que lleva una cadena al cuelo en la que cada eslabón  es cada una de las muchachas vírgenes que él violó en circunstancias análogas a las de Teresa, configura el poder descontrolado, atropellador taimado, es un poder de pies embarrados y barrigas llenas. Es el que seduce a través del golpe, del latigazo pespunteando la carne de los caídos. Ese poder de masacre en un Brasil que abre los ojos en mitad de una nube de miedo y silencio.
Teresa le dará resistencia hasta que todo su orgullo de ser humano se doblegue ante el dominador. El final de la contienda lo marca Justiniano cuando le quema los pies a la niña con un bracero completando con su caída, el dominio del rebelde.
Si bien hay un recupero de la fuerza del pueblo Bahiano cuando Teresa mata a Justiniano de una puñalada, varios capítulos después; es éste enfrentamiento de la primera violación el que más fija el panorama de la lucha.
Más adelante aparece Daniel, el muchacho rico que enamora a Teresa y que precipita el desenlace. En este nuevo juego de opuestos establecido entre el joven y Justiniano, Amado especifica que, sin embargo estar enfrentados, Teresa y Justiniano  son los verdaderos hijos del lugar, ambos son la bastardía de la barbarie, y ambos quieren algo de Daniel: Justiniano, un lugar en la clase acomodada, ese sitio al que ni siquiera su dinero le permite llegar; Teresa, un amor correspondido, un arrullo aunque sea débil que la ayude a continuar en su rol de descastada.
El novelista tiene esa curiosa virtud  de hacer luchar a sus  personajes desde el amor.  El amor refugio y exilio. Quien se enamora de verdad en el mundo de Amado queda automáticamente preso en un ambiente sofocante de pelea y descanso, de contienda y exceso, de placidez y desolación. A su vez, el sexo en este autor es arma y delito. En el acto sexual se repliega y se expande la alevosía de los que participan.
Ese ejército de prostitutas comprensivas, que arrullan a sus clientes como si fueran niños de pecho; esas mujeres que se pasean casi desnudas por sus novelas, imponentes morenas que sacuden su inocencia como una provocación; esos muchachos que compran noches viejas de placeres abigarrados en camas pobres, constituyen tópicos en donde la lucha carnal es una lucha de poder, de imposición y destierro de perdurabilidad por encima del otro y de muerte.
Por eso en sus novelas proliferan las camas. Lechos desvencijados donde se derriten los cuerpos, llanuras de edredones, almohadas como senos, rulos de cobertores como cuencos, enredos de fundas y cobijas, tensores de batistas y firuletes de monogramas, son síntesis de la ira de los que pelean, centinelas vitalicios de una lucha de clase que se resuelve con jadeos y pulsos repentinos, con golpes y tocamientos, con la potencia y la mesura más desbarrancadas del deseo.

acerca del autor
Miguel Angel

Miguel Ángel Gavilan, Santa Fe, Argentina. Es Profesor de Letras egresado de la Universidad Nacional del Litoral. Participó en diversos talleres literarios. Entre sus distinciones más importantes destacan: 1er. Premio Nacional “Cantares Mediterráneos 1990” (narrativa); 1er. Premio Provincial “Hugo Mandón 1991” (poesía); 1er. Premio Argentino-Chileno “Pablo Neruda 1991” (poesía); y recientemente, 1er. Premio Nacional Municipalidad de Gral. Cabrera 2000 (narrativa). Tiene publicados dos libros de poemas, “Testigos de la Ira” (1993) y “Propiedad Privada” (2001) y uno de ensayo, Los párpados y el asombro (una lectura de ‘Poeta en Nueva York’). En 2010 publicó su primer libro de cuentos:”Llueve en Arizona”.