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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
2 5 2014
Pensamientos o reflexiones por Rubén López Rodrigué

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Les habla un condenado al ostracismo intelectual.
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En un taller de escritura dirigido por Luis Fernando Macías, donde nos leía el libro de Rilke Cartas a un joven poeta, aprendí que la soledad es el mejor aliado de un escritor.
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El chovinismo antioqueño escasamente reconoce como escritores a los que no sean oriundos de su terruño. Nos defenestra aunque nos hayamos formado como escritores en Medellín.
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Freud exploró el inconsciente en la literatura, por ejemplo en Edipo Rey de Sófocles. Como fundador del psicoanálisis, afirma que su obra se la debe prácticamente a los poetas y que no le debe casi nada a la psiquiatría, ni a la neurología en la cual se formó.
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Nunca hay que perder el buen gusto. Así lo hemos entendido la mayoría de editores.
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Freud sostuvo una prolongada correspondencia con el pastor protestante Oskar Pfister, lo que resulta paradójico pues se trataba de un intercambio epistolar entre un ateo y un creyente.
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El psicoanálisis es un bisturí sin anestesia. Ahora yo estoy anestesiado contra el psicoanálisis.
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Soñar para trabajar era la premisa de Freud que quise hacer mía.
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Un amigo me llamaba licenciado, pero en realidad soy un silenciado. Nunca pude obtener un título universitario.
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Nunca podremos tener el paso de otro. ¿Entonces para qué compararnos o competir?
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A mi corazón siempre lo siento inmóvil y este es un indicio de buena salud.
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La verdadera belleza femenina es sensualidad más ternura.
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Recién nacidos abrimos los ojos. De lo que no podemos estar seguros es si los abrimos al mundo.
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Me resulta difícil imaginarme a los marineros en la monótona altamar. Es verdad que no están solos.
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El vestido es como una segunda piel. Lástima cuando es de visón, de cocodrilo o de serpiente.
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El sol se despide con un «Hasta mañana» y deja la sombra de la nostalgia.
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La biblioteca es un mausoleo de autores que irradian la luz del pensamiento.
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Los recuerdos hermosos de la infancia se sientan con casi todo el mundo. Son realmente recuerdos decorados.
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Observando la manera de caminar de algunas personas se nota que los pasos primerizos fueron apresurados.
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Me siento extasiado cuando la luz pinta una corona lila en las montañas.
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Quien desespera no cree en sí, lo que no quiere decir que no crea en la verdad.
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La quietud de la tarde tropical se me viene con todo su peso y me resulta difícil leer o escribir.
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Cuando una luz llega de lejos de las casa es como si sus habitantes nos hablaran.
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A veces recuerdo al astronauta que, en el filme 2001: Odisea del espacio, viaja a una velocidad inconcebible por el infinito y aterrador espacio.
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Cuando se mira de frente el sol, y al instante se deja de hacerlo, él sigue repitiendo su presencia.
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Evoco un arroyo fétido de la infancia con peces de colores.
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En el café Blanco y Rojo de mi pueblo natal me sentaba a tomar café de greca y a ver pasar la gente con sus vidas en blanco y negro.
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Las flores no me parecen tan bellas, ni tan aromático su néctar. Lo que sí me extasían son sus armónicos colores.
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Hay textos tan hermosos que empalagan como el exceso de miel.
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No me explico cómo el ganado se conforma con el mismo sabor y el mismo color de la yerba.
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Hay personas que siempre estuvieron de farra en la juventud y ahora, en busca del tiempo perdido, leen todo lo que se les atraviesa a pesar de la desmemoria.
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Durante años, en mi cuarto la lamparilla fue para la Mona lisa. Gozaba con la mística compañía de aquellos labios sutilmente burlones.
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Soy un hombre con muchas cicatrices y con heridas todavía sin restañar.
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Creía ser pastor de ovejas y resulté siendo pastor de lobos. Nunca más quisiera ser pastor.
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Soy el hombre de los adioses. Mis viejos amores se sazonan en salmuera.
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Llevo arrastrando un pasado que, por fortuna, cada vez pesa menos.
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Aún no he logrado ponerme a mi propia altura.
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A la mofa sin fin de los padres no le importa pasar por encima de los hijos, como sea.
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El que va hacia el abismo no quiere irse solo.
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Las mujeres pasan por nuestra vida como hojas volátiles.
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A una prima de la infancia la dejó el tren y salió detrás de él llorando.
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En una dedicatoria puse: «Eres la conocida más desconocida».
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En la noche cuando apago la luz también se apagan mis pensamientos.
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Vivimos porque respiramos. En cada día ¿somos conscientes de la respiración? Lo dudo.
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Cuando me propongo escribir un comentario sobre un libro me conduzco como un «escolasta» que anota al margen del texto sus deducciones y reflexiones.
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Nada más mudo que una calle donde hay gente extraña que habla otro idioma.
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Con tu mirada, mujer, todo se hizo silencioso.
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Desconocemos las ocultas llagas en el alma que nos hacen reaccionar de manera desproporcionada.
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Ya no me seduce el corralito de piedra con su calor punzante, los turistas altivos desde lo bajo y sus nativos hostiles.
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El resplandor rosáceo de la mañana cobija el alma que pasó desolada en la noche.
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Se hermosea la decadencia mediante obras de arte.
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A la vecina el perro la saca todos los días a la calle a oler las mismas matitas de siempre.
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No es fácil en medio de lo oscuro llegar a puerto seguro.
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Cuando subo a la cúspide encantada su hechizo me dura muy poco.
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En la costa el cielo es inmutable, salvo cuando es herido por la algarabía de una bandada.
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Las innumerables espinas clavadas en mi alma no han podido derribarla.
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Actualmente los días son más cortos y no se esparcen en horas y minutos como antes. No por ello tenemos que ser más veloces, pues quiere decir que duraremos más años y en el trascurso cumplir con nuestros sueños.
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Los ojos bellos de mujer cada vez se posan menos en mí, hecho que me sumerge aún más en el esteticismo.
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Los ojos opacos, secos, sin rayos, están de espaldas a la gracia.
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El reloj de pared anuncia una hora, pero mi reloj de pulsera dice otra.
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A muchachas jóvenes de caras bonitas, en vestido de baño las vi con estrías y celulitis como si fueran viejas. Son estragos de la comida chatarra comandada por la pizza.
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La soberbia hace que los errores desolados se conviertan en horrores.
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Tal vez me rodea un exceso de paz y hace falta más tensión para asumir mayores retos.
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Cuando uno empieza a perder la salud, comienza a ser asediado por la guadaña de la Muerte.
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Cuando la furia me invade, luego el remordimiento me mata. Por fortuna, cada vez soy menos objeto de sus acometimientos.
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No hay duda de que la vanidad es una fuente de desdén en los demás. Pero permite llegar lejos puesto que es como la gasolina para el carro.
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En mis ensayos literarios predomina eros sobre tánatos, hay más elogios y alabanzas que vituperios y denigraciones. Y crítico al texto, no al escritor, que es digno de respeto.
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Prestigio viene de præstigium que quiere decir «engaño». Ahí está el mito, la leyenda.
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Una cosa es el juicio que el autor hace de su propia obra y otra bien distinta el juicio que se hace el lector. El segundo no debe hacerle caso al primero.
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Cuando es mucha la gente que quiere abatir lo mejor es batirse en retirada.
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Solo a la noche tengo por enemiga. Cómo me desagrada y siempre me distrae.
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En medio del susurro del mar me encontré a una vieja amiga que por vez primera me susurró palabras de amor.
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El mar se acompaña de sueños azules como si quisiéramos retornar a él. En el origen estaba el mar.
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Hoy se acumulan los días del pasado y los del porvenir. Como si pasado, presente y futuro se fusionaran en una unidad y dieran un resultado: hoy.
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Del tiempo y el espacio no podremos ser prófugos aunque sean solo valores de medida.
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De niño siempre vomitaba durante los viajes en bus hasta que descubrí la pastilla milagrosa del mareol.
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Al viajar vemos pasar las casas, las plataneras, los animales; pero también viajamos por las imágenes.
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La Tierra Prometida estuvo primero en los sueños y luego en la Biblia. En la realidad nunca.
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Que todo está hecho de escombros lo demuestra la forma como termina.
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De manera eventual, cuando miro a un adulto siento compasión porque antes fue un frágil niño. Y cuando veo a un niño contento me apena pensar que luego se convertirá en un adulto.
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Desde la soledad de la Luna el planeta azul se ve como un gran bullicio.
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La universidad quita mucho tiempo para estudiar.
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En una ciudad radiante como en la que vivo, al mirar por la ventana esta se convierte en una pintura.

acerca del autor
Rubén

Rubén López Rodrigué es escritor y editor. Nació en Santa Rosa de Cabal (Colombia), pero es antioqueño por familia y formación. Fue fundador y editor de la revista Rampa. Hizo estudios inconclusos de antropología y sociología. Tuvo una columna sobre Medellín en El Muro, la guía cultural de Buenos Aires. Fue integrante del taller literario de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, dirigido por Manuel Mejía Vallejo. Hizo parte del staff de la revista literaria española Oxigen y de la revista internacional de arte y cultura Francachela. Ha sido colaborador en distintos medios escritos de Colombia y el exterior. Miembro del jurado del I Concurso de Cuento Resonancias, de Francia, en 2012. Es autor de los libros “Contra el viento del olvido” (Hombre Nuevo, 2001, en coautoría con William Ospina y John Saldarriaga), “La estola púrpura” (Los Octámbulos, 2009), “Las heridas narcisistas de la humanidad” (ITM, 2013), “El carnero azul” (Tiempo de Leer, 2013), “Flor de lis en el País de la Mantequilla” (Tiempo de Leer, 2014).