Viernes 19 | April de 2024
Director: Héctor Loaiza
7.219.607 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
resonancias.org logo
157
Número Especial
12 5 2003
Alejandro Jodorowsky: “Lo que más me impresionaba en Castaneda era su educación y su delicadeza” entrevista con Agapito Perales

¿Cómo, cuándo y dónde conoció a Carlos Castaneda?

ALEJANDRO JODOROWSKY: En 1975, yo me alojaba en un hotel de lujo en Ciudad de México, «El camino real», y me acompañaba un millonario francés, Michel Seydoux, que iba a producir la película “Duna” de la cual yo era el director. Estaba en México con el objetivo de buscar sitios para el rodaje. Terminaba un período vegetariano y tenía gran necesidad de comer carne porque debía sostener discusiones muy violentas con los directores de estudios. Yo estaba con una actriz que pertenecía al grupo cientológico cuyo maestro le había cambiado su nombre muy mexicano por el de Troika. Era una especie de Marilyn Monroe de pobre: oxigenada y descocada. Estábamos en “El Rincón Gaucho” de la Avenida Insurgentes en el que se comían enormes bifes argentinos, cuando se acercó a nuestra mesa el cineasta mexicano Jorge Fonz, famoso en su país, para preguntarme si quería conocer a Castaneda. Yo había leído todos sus libros hasta “El viaje a Ixtlan”. Le respondí: “¡Claro que sí, pero nadie puede conocerlo!” Fonz me dijo que Castaneda me conocía y que estaba con él. Apenas llegué a su mesa, se levantó y nos saludamos. Le manifesté mi gran admiración por sus libros y él me respondió haber visto dos veces “El Topo” con sus estudiantes en Los Ángeles. Le presenté a Troika quien empezaba evidentemente a mover sus ojos como linternas, a mover los senos y las nalgas.

¿Qué aspecto físico tenía Castaneda?

A.J.: No era un hombre grande, más bien pequeño. Era “cacarizo”, como se dice en México, es decir que tenía en el rostro cicatrices de acné de su adolescencia. Era moreno, de cabellos negros, macizo y de piernas robustas. Era un hombre de origen popular. No veía ninguna diferencia entre su físico y el de los mexicanos que nos servían los bifes. Le pregunté si era mexicano y él me respondió que era brasileño.

¿Con qué acento hablaba español?

A.J.: Un español aprendido en Estados Unidos, sin origen preciso, con acento universal. Supe que él enseñaba en la Universidad de California. Era bastante educado y muy abierto. No mostraba ningún orgullo ni pedantería, se portaba como un ser humano, un amigo. Yo no me fijaba mucho en sus apariencias, ya que por un lado estaba Jorge Fonz muy emocionado de acompañar a Castaneda y, por el otro, Troika que estaba casi de cuatro patas, lanzando sus miradas seductoras.

¿Qué puede añadir a lo que se dice de que Castaneda tenía un gran poder de seducción con las mujeres?

A.J.: Es cierto. Pero yo no estaba celoso porque Troika no era mi amante. Me rebasaba, no la soportaba, me daba vergüenza estar con ella, ya que su conducta era excesiva. Me puse de acuerdo con Castaneda para encontrarnos al día siguiente. Yo quería ir a su hotel, pero él prefería venir a verme. Le dije: “¿Cómo es posible que Castaneda venga a verme?” Y él respondió “¿Cómo es posible que El Topo venga a verme a mi hotel?” La conversación era muy educada y discutíamos sobre quién iba al hotel del otro como dos chinos. Lo que más me impresionaba en Castaneda era su educación y su delicadeza. Mi celebridad no era tan grande como la suya, no había razón alguna para darse la molestia de visitarme en mi hotel. Creo que lo hizo por una educación exquisita hacia mí. Convinimos en que él me buscaría en “El Camino Real” al día siguiente, al mediodía. Llamó cinco minutos antes desde la recepción del hotel. Eso me pareció verdaderamente increíble, casi oriental, chino, que él llegara cinco minutos antes a la cita. Una vez sentados, le confesé el gran placer de hablar con él. Recuerdo que en nuestra conversación le dije que no juzgaba su obra, que me gustaba, pero que había tres posibilidades para interpretarla: él mentía y entonces era un genio, o decía la verdad y el mundo era maravilloso, o estaba loco porque creía en lo que escribía. La importancia de sus libros reside en lo que aportan y a mí, me han aportado mucho. Su aporte es paralelo a mi obra cinematográfica. Especialmente en “El Topo”, incluso antes de haber leído sus libros yo ya estaba influenciado por Castaneda.

Se nota cierta influencia en su película “La montaña sagrada”. A.J.: Esta influencia es paralela. Pensaba que era cierto lo que narraba. Le dije que él podía ser don Juan pero respondió que él era realmente Castaneda y don Juan era otra persona. Me contó que algunos días antes, cuando caminaba por el Paseo de la Reforma, se volteó a mirar a una chica que pasaba a su lado y don Juan lo golpeó en el hombro haciéndole tropezar y desplazándole a La Lagunilla. Como si uno estuviera en Champs Elysées, el maestro le hubiera dado un golpe para llamarle la atención y en un segundo uno se encontrara mucho más lejos, en el “mercado de las pulgas”, dando un verdadero salto en el espacio. Es lo que cuenta en “Relatos de poder”. A.J.: Él me lo contó porque estaba preparando ese libro y me gustó mucho que me lo dijera frente a frente. Como hice teatro y cine durante muchos años, estoy acostumbrado a ver mentirosos o tramposos, a los productores de cine que, salvo muy pocas excepciones, siempre tratan de robar. Es como hacer contratos con abogados o con mentirosos. Pero a Castaneda lo veía como a un ser auténtico, en ningún momento sentí que él desempeñara un papel. Que sea genio o loco, o lo que sea, Castaneda es auténtico. Su personaje se parecía a la descripción de Castaneda y no a la de don Juan. Nuestra conversación giraba en torno a preguntas como: ¿Por qué estamos juntos? ¿Por qué el azar, el destino, la sincronía o Dios nos había reunido? ¿Qué haríamos juntos? Me hizo la confidencia de que le habían propuesto adaptar sus libros sobre don Juan en una película con Anthony Quinn y Dustin Hoffman. Pero él no quiso hacerlo. Era imposible. Yo estaba en el proyecto de realizar “Duna” y no creía que fuera para hacer cine que nos habíamos encontrado. Me reveló que conocía historias de los yaquis y que podríamos montarlas en teatro. Sería tal vez por eso que estábamos juntos. Hasta ahí, la conversación fue muy agradable, percibía a Castaneda de una manera muy placentera, un nivel espiritual perfecto. Tenía las mismas vibraciones que yo. Hablábamos como viejos amigos a pesar del hecho de que él sea tan famoso y tan solicitado. Me sentía muy bien, estábamos en la realidad hasta ese instante… Entonces, ¿qué sucedió? A.J.: Pasamos a otro plano muy extraño, la realidad se volteó, cambió: él sentía un dolor terrible en el estómago y yo tenia un dolor fuerte desde el hígado hasta la pierna izquierda. Nos retorcíamos ambos de dolor. Castaneda no comprendía lo que le estaba pasando, porque en la montaña bebía cualquier agua, comía cualquier cosa y que en ese momento en la ciudad tuviera un dolor semejante. No podía más y quería irse. Le propuse acompañarle, yo arrastrando la pierna y él con un dolor terrible, lo dejé en su hotel. Le anuncié que al día siguiente yo sería operado por una curandera mexicana, Pachita —con quien trabajaba desde hacía tres años— y lo invité a venir a verme. Tres días después, regresé a mi hotel, pero Castaneda no vino más. Llamé a Fonz y me contó que Troika se había interpuesto, llevándolo a una excursión. No lo volví a ver nunca más. A partir de ese instante, el destino nos separó. No nos volvimos a ver nunca más. Al conocernos, yo no le había dado mi dirección y él tampoco la suya. Nos quedamos con la sensación de que algo nos había reunido en cierto momento, pero que también algo nos había separado. En su libro “El fuego interno”, Castaneda afirma que don Juan y su clan ardieron y alcanzaron la conciencia total, es decir se desintegraron y pasaron a otra dimensión. A.J.: Es muy posible. Creo que son cuentos de hadas muy bien contados y que contienen una verdad. Este libro es una mala novela. Para que sea buena, es necesario que el lector crea en lo que le cuenta el autor. Si no se la acepta como verdad, es una mala novela. ¿Y para usted cuál es esa verdad? A.J.: La que se encuentra en todas las iniciaciones. Lo que Castaneda narra sobre “los sueños en vigilia”, yo hago ese tipo de sueños y trabajo sobre el tema desde hace años. Encontré las mismas prácticas en los Senoi, en un libro de Patrice Garsfield y en otro sobre “La maestría del sueño”. Tengo un viejo libro en francés “Los sueños y medios para dirigirlos” de Hervey de Saint Denys (1), donde hay un método, en el cual yo creo, para despertarse en medio de un sueño. El autor afirma en su libro que, quien quiera estar siempre en estado de vigilia durante el sueño, debe mirarse las manos poniéndolas frente a los ojos. Así Castaneda no hace más que poner en boca de don Juan el mismo truco. Sus primeros libros me parecían buenos, pero después comienzan a decaer y se convierten en malas novelas, cuentos de hadas, como los de Gore. En “El fuego interno” —que por cierto lo encuentro infantil— don Juan le dice que según los nuevos videntes el objetivo del hombre es producir conciencia, (esto me parece muy hermoso), para que el Águila devore esa conciencia. ¿En que conocimiento esotérico se basa esta mitología que Castaneda pretende construir alrededor del Águila? A.J.: Desde el medioevo, el águila ha significado la conciencia suprema más que el intelecto, el espíritu. Hay que pensar que todos esos procesos son internos. Eso puede ser tanto un águila como el arcángel Gabriel. Los ángeles dan la espalda a Dios y solamente hay uno que lo mira, el “enviado de Dios”. El Águila es un mensajero divino, está en comunicación con su centro vital, con ese Dios interior que cada uno de nosotros lleva dentro. Es un fenómeno que aparece cuando se empieza a estudiar y se encuentra en todas las religiones y en las mitologías. Es interesante que el águila figure en el escudo de México y que también sea el símbolo de Estados Unidos. A.J.: Decimos también que el águila y la serpiente son antítesis que se unen y que podrían significar el alma y el cuerpo, lo espiritual y lo material, la supraconsciencia y el inconsciente que deben fusionarse y sólo ser uno. Se podría continuar esta búsqueda de simbiosis cuando la serpiente lleva plumas y el águila pierde sus escamas. En los bestiarios medievales, el águila era también el animal que volaba más alto, que podía ver al sol y a Dios; simbolizaba además la eternidad porque cuando su pico está gastado, lo cambia y lo regenera afilándolo en las rocas. Es por eso que los reyes y sobre todo el Emperador en el cuarto arcano del Tarot tienen la nariz ganchuda del águila que simboliza la categoría interna de sí, la conciencia universal, eterna.

(1) Editions d’Aujourd’hui, Paris, 1890.