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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
4 7 2016
Venezolanismo artificial por Daniely Figueroa

Otro día... otra lucha por la locha.
Otro día… Otra ilusión que se apaga. Otro día…
Otra esperanza de que caiga más que agua del cielo.

Me levanto temprano, le pido la bendición a mi madre quien prepara la comida, al tiempo que se queja sobre lo poco que queda. «¡Por suerte, hoy me toca, hoy es mi número!... Algo debo de traer».
Me dispongo con la rutina del baño. Se va el agua, profeso barbaridades y el bien conocido lema que acompaña cierta ideología. Me coloco los trapos de siempre que ya debo cambiar. «¡Cuando me salga una plática por ahí y consiga algo medio "barato"!».
Agarro el bolso, echo dentro lo necesario para el día y, por supuesto, el celular más viejo. «Por si acaso...No se sabe». El otro celular más moderno, me lo escondo dentro de las ropas. Una costumbre impuesta, forjada en hierro cual cadena y grillete.
Me dirijo a la puerta y le pido la bendición a mi madre, quien me da un beso. Un «que Dios y todas las ánimas te protejan», sale de su boca. Otro «Por favor, regresa» se asoma en sus ojos.
—No creo que las plegarias que se echan en las iglesias, tengan tanta fuerza.
Me persigno, cierro la puerta y empiezo el camino.
Saludo a los vecinos. Les doy los «Buenos días» porque aún no he comprado las noticias. La inclemente realidad da pie a éstas y otras tristes ironías.
Antes de ir a mi destino, paso por la casa de la señora Dolores, quien recientemente perdió a su hijo a manos de la delincuencia. Un robo, que salió mal, por un par de zapatos.
(Y es que se dice que "Salió mal" como si alguno de ellos pudiera salir bien. Diferir de esto, es naturalizar tan terrible hecho. Y si se naturaliza es porque aquí "salir con vida" es salir premiado)
La encuentro en la puerta con la mirada perdida como si reviviera últimos momentos y agregara otros nuevos; le pregunto cómo sigue y le doy nuevamente el pésame.
Ese pésame iba por causa de la impunidad.
No digo más, y me despido con un abrazo en un intento por salvar… Salvar qué, salvar algo.
Sigo mi camino. A lo lejos diviso una larga cola. Otra cadena, otro grillete.
—¡Algo que nos mantenga medio vivos, habrá llegado!
Me dirijo hacia ella y empiezo a preguntar.
—¿Sabe qué llegó?
—No se sabe muy bien, solo vieron al camión.
—¿Y no sabe si ya descargó?
—No sé, acabo de llegar y pues me metí a esperar —Me responde el venezolano con un deje de cansancio. Y un "ya no doy para más" en los ojos.
—Gracias entonces.
Miro el reloj y calculo el tiempo.
—Sabrán entender.
Y me planto en aquella larga cola.
Llegan los guardias a organizar como si para eso, hubieran hecho el servicio militar. Más atrás, los encargados de garantizar la venta de productos a "precio justo". El “milagro”, aún nada que se asoma.
—¡Se robarán la comida! —gritan más atrás.
De política, de economía y de la inaguantable rutina es lo que se habla en la larga fila que ya cubre cuadra y media. «Algún día tendrán que caer» «Hoy somos más pobres que ayer y menos miserables que mañana» «Ya ni para sobrevivir me alcanza en mi casa»
—No hay mal que dure cien años, pero este parece durar noventa y nueve. —Ironizo porque, por ahora, no me queda de otra.
—Creo que ya empezarán a vender. —Es el aleluya de ahora.
—Gracias a Dios.
Y empiezan a recoger la cédula. Porque, ahora, parece que ésta es su función más relevante, más que para identificarte como venezolano (orgulloso), la cédula, ahora, es un terminal de suerte para comprar lo necesario que permita mantener el rastro de dignidad que queda.
Avanza, lentamente, pero avanza. Los últimos rezan para que alcance. Los del medio cuidan, a capa y espada, que nadie se intente pasar de vivo, y los de adelante solo sonríen porque comprarán. Algunos porque el ojo de buitre les sirvió para cazar el camión. Otros porque ya comprar es más que una suerte, una bendición.
Por fin compro, no alcancé al combo completo pero "peor es nada" (dicho que, nos han obligado a naturalizar). A seguir sobreviviendo, entonces. Meto rápidamente la comida en una bolsa negra de tela que siempre llevo para estos "por si acaso" y sigo mi camino. Sin ninguna sonrisa triunfante porque todos hemos salido perdiendo, hasta el que ha comprado de todo por haber estado de primero.

acerca del autor
Daniely

Daniely Figuera, Caracas (Venezuela). Bloguera de a ratos. Escritora de tiempo completo. Estudiante de Trabajo Social en la Universidad Central de Venezuela. Asistente de coordinación de la revista Pensamiento y Acción Social perteneciente a la escuela de Trabajo Social. «Recordar es vivir…Y por eso escribo, para recordar que aún sigo con vida».