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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
2 2 2017
El movimiento cinético nuevamente de moda por Roxana Azimi

Las obras de esta corriente provocan deliberadamente "mal de ojo". Con sus líneas vibrantes, sus formas geométricas repetitivas y sus colores centellantes, Op Art utiliza la ilusión óptica para crear movimiento. Ridiculizados desde hace mucho tiempo, los artistas de esta tendencia plástica nacida en la década de 1950 regresan hoy al primer plano.

El arte óptico (Op Art) y cinético está en todas partes en este mes de diciembre de 2016: Carlos Cruz-Diez expone en Mitterrand, y Joel Stein en Xippas —ambas galerías sitas en París—, Julio Le Parc lo hace en el Pérez Art Museum, de Miami, y François Morellet en el Museo de Bellas Artes de Chambéry. Estos francotiradores, que pusieron al movimiento en el centro de su trabajo y jugaron a provocar mal de ojo en el público a partir de 1950, han sido sacados del olvido. Incluso ha sucedido así con aquellos que ya han fallecido o que ahora son octogenarios, y a los que la historia parecía haber archivado con bolitas de naftalina. En uno de esos cambios bruscos del mundo del arte, sus trabajos son realzados por una joven generación de críticos, curadores y galeristas, como Emmanuel Perrotin, que recientemente ha expuesto la obra de Jesús Rafael Soto y Julio Le Parc. Estos colegas de Jousse Entreprise se han encaprichado con el español Francisco Sobrino. El público siguió con interés la exposición de Soto en Perrotin, en 2015, que atrajo a 25.000 espectadores en un mes. Todos los miembros del movimiento son hoy aceptados en las instituciones artísticas, como en la exposición "Dynamo" —celebrada en 2013 en el Grand Palais—, que contó con más de 300.000 visitantes. El movimiento cinético ha salido del olvido. El artista Marcel Duchamp predijo: "El Op Art no se mantendrá, porque los coleccionistas no pueden disfrutar de sus cuadros; están obligados a voltearlos contra la pared para evitar el mareo". En los años de revolución política que fueron la década de 1960, Op Art parecía un "gadget", un objeto de decoración sin temática antes de salir del circuito. Incluso sus defensores, como el crítico de arte Jean Clay, temían un "academicismo de pequeño motor, de pequeña vibración, de pequeño reflejo". Hoy, algunos ven en las obras solo puras atracciones sobre diversos temas. Daria de Beauvais, curadora de la exposición de Julio Le Parc en el Palais de Tokio, en 2013, confiesa que tuvo un "bug", un cortocircuito, cuando volvió a ver una obra del artista en 2011, del que es una incondicional seguidora desde entonces. "Lo que me hizo cambiar de opinión sobre su obra es que eso puede comprenderse hoy", dice.

¿Cómo explicar el entusiasmo repentino por las líneas multicolores y la superposición de tramas que provocan alucinaciones, varillas que se mueven, colores que vibran...? ¿Por qué estos artistas que enloquecen a nuestras pupilas ahora son tan populares? "La gente está cansada de la monotonía”, nos respondió Julio Le Parc durante su exposición en el Palais de Tokio, en 2013, y agregó: "Al mundo le gusta reciclar. Mire cómo las mujeres se visten hoy como hace treinta años".

El sabor del éxito no lo explica todo. Sobre todo, el arte de estos veteranos es mucho más fresco que retro. Uno de los resortes de este resurgimiento se debe a su proximidad, anteriormente criticada, con el diseño. Las sinuosidades ondulantes de Le Parc han encontrado su lugar entre los "marchands" de artes decorativas durante largos años. Víctor Vasarely, por otra parte, predijo en su Manifiesto Jaune —publicado con motivo de la exposición "El Movimiento", en 1955—: "La materia del arte abarca desde el objeto utilitario agradable al arte por el arte, desde el buen gusto a lo trascendente. El conjunto de las actividades plásticas se inscribe en una vasta perspectiva en degradación". Estar nuevamente de moda se explicaría también por la seducción del arte óptico: la apnea cromática que propone Cruz-Díez es apacible, pero no es solo eso. En las obras de estos artistas, todo patalea, baila, centellea... casi descompone. Los defensores del Op Art querían cambiar el mundo. Al despertar la retina, contaban también con agudizar las conciencias. La exploración del color que propone Cruz-Díez no es puramente lúdica, sino una revolución de la mirada tan seductora como sediciosa. Cuando Le Parc crea, en 1965, "Anteojos para otra visión" —las lentes que nos hacen ver el mundo al revés— no quiere solo alterar nuestros sentidos. Tres años antes de la revolución de mayo de 1968, es una llamada implícita al desbarajuste. El manifiesto del GRAV (Grupo de Investigaciones de Arte Visual) quería también batallar contra la dependencia del espectador" que le hizo aceptar pasivamente no solo lo que se le impone como arte, sino todo un sistema de vida".

Esta consigna no ha envejecido. Si este arte nos interesa es porque no ha sido puesto sobre un pedestal. Exige la participación activa del espectador, que no pide algo mejor que alimentarse de sensaciones más que de imágenes. En la galería Mitterrand, Carlos Cruz-Díez invita a atravesar habitaciones vacías iluminadas por luces fluorescentes. ¿Qué sentimos estando allí? ¿Se podría describir lo que se ha visto? En realidad, no, y eso es sin duda alguna lo esencial de la experiencia. "Es una lección de fugacidad. Nunca se ve de la misma manera una obra de Cruz-Díez", señala el historiador de arte Matthieu Poirier, curador de la exposición en la galería Mitterrand, y añade: "Nuestra época quiere un arte que esté más en el espacio real, una experiencia in vivo que no sea duplicable. El arte óptico nos recuerda que no somos solamente un par de ojos plantados con estacas. La gente necesita aún más hoy experiencias y no pantallas que nos desencarnen. Pasamos quince horas al día delante de un ordenador o una tableta, vivimos en una ilusión".

Lo que estos artistas de baja tecnología también muestran es que no tienen necesidad de maquinarias sofisticadas para crear y atraer a los espectadores. Sus hijos espirituales, desde Jeppe Hein a Philippe Decrauzat pasando por Ann Veronica Janssens y sus nieblas algodonosas, han comprendido bien esta lección.