Domingo 28 | April de 2024
Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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157
Poesía
4 3 2020
La obra poética intimista, sonora y coloquial de Andi Nachon

WARZSAWA

Tapame los ojos:
hace frío detrás de las ventanas y este sábado
el invierno se disuelve entre nosotros. Da vértigo

tapame los ojos. No sé
qué hacer con este frío sobre mi cuerpo
algunas noches, reconozco
esa marca detenida en mis muñecas:
signo
que mostrar orgullosa levantando los brazos: “Esto
han hecho con mi cuerpo”. Así
como un refugiado muestra
sus dedos sin uñas y eso
se vuelve su último orgullo. El tuyo
Da vértigo, el frío recortando cada objeto. Entre nosotros
llega otro invierno. Una papa
humeando desde un cacharro de metal —para ver
desde allí— los ojos del amo:
tapame la cara

mirando hacia adentro,
hacés té y leés
tranquilo al calor de la lámpara
afuera
el invierno golpea, no sé
qué puedo decirte desde este puerto: “hizo frío
y el día se extinguió lentamente –casi— sin dolor”. Ahora
se dan vuelta los ojos y sube el vértigo, cubrime la cara
tapá
este frio de refugiada que mataría
por el calor de una papa. Cuerpo
helado al costado del camino
-el mío- frente a una linterna
encandilada, para gritar: esto
han hecho conmigo. Mientras la noche
profunda se instala y corren
suaves gotas sobre las ventanas. –“No,
no deberíamos ser apacibles”-
Ahora:

ojos volcados hacia adentro
como quien dice -levantando los brazos-
“Hagan
lo que quieran con este cuerpo”, en medio del invierno
vos
leés al calor de una lámpara y esta noche
se instaló suave, prácticamente calma.

 

BUSCADORES DE ALMEJAS

en los límites de la mañana, los cuerpos
apenas dados vuelta: sudor
deslizándose a cada grano de arena.

Ese mar
que ocupa y contrae, atrapando
en su pulso su reflejo.  Ahora

cazadores de almejas
voraces
excavan y acaban
las fronteras del agua: yo

intentando atrapar –de tu pupila-
cada mínimo traslado.

 

WARZSAWA

Campo anegado se disuelve fotograma a fotograma
fragmento de imagen, donde agua y tierra
forman un reflejo.

Llueve

Cuando un tren cruza planicies mojadas y vos
no estás a mi lado ni detrás
de estos ojos para ver

en cámara lenta. Este tren se
desliza tiemblan
piernas dedos aferrados a un cigarro
warzsawa

dijimos hablando de estepas y viejas polacas
deglutiendo papas

yo a esa gorda
de mejillas coloradas quemándose las manos
quemándose
ojos, que buscan esperan
una clave en esa imagen vos

no ves a través de esta cámara:

los postes se suceden y caen mientras mi tren avanza
mimbrerales de metal donde unas vacas
estáticas quedaron en el lodo, sus ojos
encerrados buscan
qué clave del paisaje.

 

BARRO

se extiende hasta rieles vigas
contienen espacio tiempo
trayecto a cruzar. Afuera

una tormenta se abre a tu mirada
bruma
instalada en límites de álamos
aire que contiene
mi cuerpo y exhala ahora
no estas a mi lado no sé
qué verías desde este tren.

Temblor instalado en cada objeto
manchas de grasa confunden
sobre vidrio contra niebla

Espacio

una lluvia sólo abierta a tu mirada cómo
te digo ahora
tarde rosada una soga
donde tu camiseta recién lavada se deshoja
viento invernal esa pick up
perdiéndose en un campo mojado.

(De Warzsawa, 1996)

 

SONICS

Una cancha de basquet en la noche: quisiste ser
ese hombre y su salto
encestando preciso otro tanto. El vuelo
de tres pasos sobre el aire, sobre el mundo, allí donde todo gesto sea
      necesario.
Sólo hacerlo
y quien hace es:
el estadio, las luces, esa distancia que separa el aro. ¿Cuántas veces habrías
      fallado?
Deseaste y supongo
tus manos habrán temblado. Quisiste otro cuerpo
la historia del joven negro, una casa en los suburbios y partidos
que invadieran la madrugada. Velocidad y poder
podrías decirlo: que la fuerza esté a tu lado
en el salto
en el poder encestar un último tanto.

 

HOTEL BAHÍA

Te expliqué qué era un minero
hundiéndose por galerías no conocidas –¿tan sola?–
pico y lamparita sobre la frente. Estrechos
pasadizos hacia abajo o grutas, te expliqué
que era yo ese minero
con la cara áspera y los guantes percudidos, tan adentro
sin extrañar la superficie y su cielo. Bajo tierra

–¿será crecer abandonar la veta?– más abajo más sola
podría haber dicho, esos mineros que de niños se hundían en la turba
arrastraban
los cuerpitos por grutas, por entrañas
detrás del calor que arriba
sería consumido
consumada así la búsqueda. Se intuye allí una mena

no hay calor arriba: reinan debajo los trozos del carbón
esta veta –pico y lamparita– la respiración pastosa
el cuerpo recordando, consumiéndose
en este adentro. Un minero

su propio piquete de huelga y los feriados del festejo:
bajo tierra, este ansia y su búsqueda
por galerías inciertas.
Surf

Un acuario estalla y queda sólo agua. No marejadas, agua
chorreando los pisos, cuerpos se sacuden sin ser peces
sin ser nada. Buscaste el caos y deseaste
los límites arrasados. Este acuario pierde contención y eso que fue algo es
      restos
reminiscencia: el juego
de las cajas chinas se termina y el mundo dentro de otro y de sí, se apaga.
      Caos:
ausencia
de un mundo que te sostenga. No hay proceso, no habrá
rebeldía que enfrente nada. Plantas antes erectas pierden boscosidad, cuerpos
son despojados
de cualquier potestad, un mundo dentro de otro y así. Has amado
la ausencia de fronteras
sin contar que sólo se ve nada. Tolera este sistema apenas un metrónomo, la
      mínima
alteración y tiemblan: grava, criaturas aterradas. Qué sistema. Ínfimas
irrupciones del movimiento inesperado. Este pez
marca su territorio y en él todo lo posible: soñás un mundo dentro de otro y
      así
se levantan cuevas, mareas, una sombra almizclada. El juego de las cajas
      chinas una en la otra
y sí, la historia:
un límite que te contenga. Igual se obsequia la última sonrisa
al desconocido que nos admiró, se cuida la temperatura o el control
preciso de los filtros. Algún mundo nos comprende, una en la otra y así, el           sueño,
tu historia. ¿Buscaste la irrupción
del desorden del sistema para quemar tus ojos viendo nada? No hay
      tempestad.
Un mundo tras otro: destruir tu acuario y destruir
la presencia de vos en el agua.

(De Taiga, 2000)

 

BRUJAS

Celebremos: hay ciruelas
duraznos y cerezas. El ejercicio
firme de la tarde, su cruenta
efervescencia. Que así todo sea
brille, acabe y de nuevo
ahora
lleguen las cerezas.

 

LADY

Tal vez porque apostamos a esas
cuestiones elegidas pero también
las dos o tres fatalidades y todo
el staff que nos soporta. Hablo de esa bolsita
flameante de polietileno, cómo protege
a la chica ucraniana
cuando cruza en la lluvia
la avenida y arrastra
el changuito de café. Ciertos asuntos: cómo esta mujer
llama belleza
a un perro tuerto.


HAIDA

Y entonces pedir cada noche
que sea veloz, sin dolor
pasar del on al off
como el conejito duracell que me apague: un palillo
recién retumbado el parche y el otro
en ascenso, intenso
con la firmeza del golpe
que habrías dado.

(De Goa, 2003)

 

MADRUGADA EN LA AVENIDA

un chico, no más

seis o siete años
repite perfecto aquel
ademán del malabar con botellas
vacías
de agua mineral. Niño

en medio de la calle
día
insinuado a la frontera de esa
nuestra avenida más
ancha para el mundo. Alza las villa
vicencio contra el cielo, hace el gesto

vacío de atajar.

 

SANTA LUCÍA: HOSPITAL DE OJOS.

—Santa Lucía, déjanos ver. —Aquí donde esperamos todos
mientras afuera sigue febrero, su luz brillante y restan más
de cincuenta números antes, aquí, Santa
permítenos en la espera —a mí, a los otros— cierta dignidad en bordes
poco limpios inhóspitos
rincones éstos de la pública
salud y heridas

por trabajos varios, soldadoras o astilla
que es vidrio en tu ojo. Permítenos sí
ver claro cómo
esto alcanzaría para todos. A la espera con números
imposibles del cien al dos
diez cuánto
habrá más que esperar para ver? Alcanza con  el verde

pleno de febrero y alcanza para más
éste estar acá. Guardia
médica en filas iguales: mi orzuelo y el pañuelo
sangrante del hombre viejo. Son de fajina
sus pantalones y uniforme, aquí
donde también él
tendrá sus sueños cuando espera y vos
al lado le tendés otro pañuelo. —¿Es rojo

esto que veo? ¿Tiene el dolor
algún color?– “Santa Lucía, que estás aquí
hecha por nosotros – para nos– los que en fila
esperamos qué salvación: déjanos ver un probable
tiempo para todos
donde también este penar
tenga su sitio sin apostar al empuje
del otro para hacer lugar.” Y hay algo

definitivo de barco hundido aunque alcance
el gesto alcanza, decinos vos Lucía, para en el otro
ser nosotros y así
la luz completa de febrero
no se opaque ni se sostenga más
esa regla del pobre
para otro pobre aplastar. Acá, donde parches hablan miradas

cuando no estamos ahí
donde queríamos llegar. Qué, Santa Lucía, nos podrá ya
justificar. Lavandina más espadol, el alfajor que la nena
come inquieta en un rincón. Ciento
sesenta y ocho escrito en digitales rojos, suspiros
de la impaciencia al fastidio porque nada
logra a veces ligar en dolor, ni siquiera
cierta redención. —Pero estalla afuera esta mañana
única de febrero, cualquier posible
caminata al sol, el mismo aquí, en esa

clínica privada siempre aséptica y no
la salud no se paga
no debiera negociarse eso: nuestra debilidad ante los cielos.– Santa
Lucía Santa, recuérdanos que nosotros
y los otros igual moriremos. Y alcanza
con alcanzarnos unos a otros debiera, Lucía
ser suficiente aunque la madre
da un bofetón a la nena, en esta calma chicha
tan parecida a sala previa
del huracán que borre toda

espera pero no. Vos
aquí ayúdanos a ver, no el ojo emparchado de la nena
sino que a ver

vinimos aquí lucía: solamente a vernos, los unos
en los otros ya que éste
espacio alcanzaría para todos
cuando casi esa mano
del hombre herido sobre el hombro
blando de su chica alcanza
también estas entrañas, Lucía aquí
vos despierta con nosotros.

 

CORRIENTES II

De amor quedará ademán
no amor: un profesional
alza los pinos sabiendo cuál
será la hora pico, cruces
embebidos de turistas o pirueta
rendidora a la hora
de contabilidad: hucha y monedas. De amor

resta el gesto

cuando capaces parecemos casi
de todo
hasta de hacer belleza: ese niño

recortado en la avenida, las botellas
arrasadas por vientos
matutinos chocan aires y ahí

qué te sucede para que veas
más
en esa acción ya
abandonado malabar, estremecimiento o pobreza
deja incluso de operar. Mendiga un niño al alba

reboleando botellas plásticas? Taxis y regresos
en ruina clásica —domingo
madrugada—. Digo: del malabar
tan sólo ademán
como de amor

aquí no más
sólo gesto. Comienzo del día o fin
en la tormenta. Más, cómo se construye

algo parecido a la belleza cuando
qué

hizo de éstas
nuestras historias de pasión posibles. Alza los brazos
detenido al alba en esa
avenida ancha y a la vez se estrechan
horizontes rosados ante él. Si en el mismo
carril vamos y dolor

resulta igual para ese
cuerpito o el tuyo abstraído
ante el ademán vacío
empresa
que iguala a la belleza. Alza una

botella de agua y pide como vio
pedir a aquel
profesional del malabar que no
no es igual a él. Niño
estancado en nuevos días
sin lugar para ese cuerpo suyo
—el tuyo— cuando de amor
restan gestos
incapaces de unir eso
que no es postal, presencia

digna a ser narrada si en pasión
el chico intenta aquello
bien imposible. Antes
otra tormenta hizo de estos
nuestros gestos probables. Brillaban albas,
jacarandás y niño
donde el día comienza alza
confiado esas botellas  Hay un segundo

mientras el aire traza malabares
vertiginosos por ellas  Así , en amor sea.

(De Plaza Real, 2004)

 

Una segunda oportunidad: si hiciéramos corte
se filma de nuevo igual
que anoche cuando el tiro
en la mesa de pool fallaba una
y otra vez y Conni
reacomodó las bolas y dijo: va de nuevo. Otra opción,
pasar de la secuencia errada
al plano previo, cuando a la mesa del bar
estabas a menos
de tres movimientos: entonces sí
podía llegar. (Contalo de nuevo: “Es el estómago
el golpecito fuerte
si va rápido el auto y agarra
una bajada” contesta la nena
a su madre que pregunta cómo
es que está enamorada.) Hablamos de ese
subibaja con vos a tres
movimientos de mi mano
– y no llegué– igual que antes
la estrategia de rozar apenas
el costado a la roja y que así
corra leve hacia la derecha – Un beso,
dijo dave–. Otra chance
que conni acomode las cosas y se recupere el tiro
antes perdido. Pasemos por esto: movimientos precisos
hasta alcanzarte hasta
tenerte ahí. Tuc y un golpe
seco del taco
para abrir el juego
hacia otro lado. Botellas y ceniceros
a los bordes de la mesa el jaleo
de la noche del pub. Por suerte
nadie nos pregunta qué
es eso de amar. Subibaja o ruido
firme con que caen lisas
y rayadas en el estruendo al poner
la moneda necesaria, cierta
clase de intensidad. Conni prepara su estrategia
y yo
a infinitos movimientos de distancia
pido una
segunda oportunidad. Seguramente haya más y entonces
que por nosotros hablen diagramas
– lisas, rayadas–, posición de la negra o ese gesto
con que alguien clava la mirada
detrás del taco y pregunta: ¿cuál
es la jugada?
–¿Acabaste conmigo? – O si hubiera el sistema
de banderitas que señale: ahora
estás acá, ahora
no. Digo esa impresión
que tu mano deja sobre mi omóplato o el olor
del jabón en tu remera. Ínfimas
instancias entre éste
“estás acá, ya no”. Pasemos por eso: contalo de otra manera
algo así como qué cansancio
todavía más cuartos, más luz, más peras. Un gesto lánguido
de la dama de cangurito celeste y anillos disco, otra
fácil ecualización para no decirte: cierro los ojos
y te tengo. – Bien: ¿acabaste conmigo? ¿Vos
también llegaste ahí? —Entraba la luz
apenas clareaba y resultó demasiado
sencillo, casi fácil de pronto estás y luego
no. Sistema
de banderas que me diga “ahora sí
ahora estoy”. La contundencia de la noche
llegando a la mañana o el simple
estar de la luz
sobre la mesa. Me preguntaste si yo
había acabado y me reí. Luego fuiste al baño
al volver te burlaste del cliché
mi cigarrillo encendido y yo – la chica huevo–
pasmada ahí. Solamente
se hacía otra vez la mañana —y sí: nuevos cuartos
muchas más peras— cuando acaba la noche
y me descubrí durmiendo en tu abrazo, tu voz
que seguía hablando.  —Claro que sí
si cierro los ojos
cruza tu mano mi espalda,
desde atrás me agarra. Cuando cierro
los ojos llevo eso
algo así como decir
“te tengo”. —Qué miedo
todavía sobre mi cuerpo. Sigue la luz
más mañanas, todavía más
veces en que preguntar: ¿acabaste? —Conmigo en tu abrazo
y eso ya
queda en mí. —Contalo de otra manera: qué trabajo
más encuentros, más luces, más
espera. Y una —la chica huevo tan
acostumbradita a abrazar sus piernas— y un cuarto nuevo
y otros brazos y otro
jabón en tu remera. Gesto lánguido
para no confiar ese
“¿estás ahí?”. Código
de banderas igual al “hola”
con que tu cara emergió de la almohada
la marea. —Tanto miedo. —Clareaban los vidrios
y me dormí sobre tu voz: instancias
mínimas a ecualizar si estás y no. Más
lánguidamente allí donde la luz
roza esas peras del plato, respiración
tuya tocando mi cuello. Después
dijiste hablé dormida, en sueños
la chica huevo te contó
de la cajita feliz. Habíamos cruzado esa
noche de la disco a tu casa y luego
en taxi a la mía y sí, hablé dormida y eso
me sorprendió mucho
más a mí que a vos. El trayecto largo
desde ese “¿está mal?” hasta el recorrido
por la ciudad con una
botella de whisky y otra
de agua mineral. —Está mal si pregunto:
“¿seguís ahí? ¿ya no?”— Códigos
de reconocimiento: sí, llegaste. Otro cuarto
adonde descubrir cómo entra la luz y marca
nivela la distancia de vos
a mí un nuevo
sistema de señales con sus propios
banderines y retornos. Pasá por eso: contalo de nuevo.
Demasiado
fácil todo, tu mano en mi omóplato
la manera
de girar al mismo tiempo o ese
emerger la marea de la almohada
hacia dormirme
en tus brazos. —Tanto trabajo. —Una impresión
complicada de ecualizar, si es que llegaste
hasta mí demasiado. Entonces:
“te llevo”. No el gesto lánguido la chica
huevo no: esa
mujer que encontraste al abrir los ojos y tu mano
apretó para alcanzarla, de nuevo,
hacia vos. Clareaba y no sé qué
viste de mí o cómo
después despertamos bajo el mediodía
su luz plana sumergiendo la casa y las peras
en la mesa resplandecían. ¿Llegaste ahí?
Habrás podido ver ese cuarto, la clara
posibilidad de entrar o no: instancias
ínfimas que permiten decir el “quiero
seguir ahí”. Aunque está mal —si pregunto–
acabaste conmigo cuando en verdad
sólo debías decir – sin banderitas
y al oído– “te tengo”.

(De 36 movimientos hasta, 2004)

acerca del autor
Andi

Andi Nachon (Buenos Aires, 1970). Es Profesora de letras, poeta y guionista. Publicó “Siam” (1990), “Warszawa” (1996/2017), “Taiga” (2000/España 2016), “Goa” (2003), “Plaza Real” (2004), “36 movimientos hasta” (2005), Volumen I (2010), “La III Guerra Mundial” (2013) y “Viernes de chicas” (2016). También han sido editadas tres compilaciones de su obra: “Taiga no Rio de Janeiro”, Ediçoes da passagem (Rio de Janeiro, 2001), “Villa Ballesta/Ñuñork” (Surada, Chile, 2003) y “La irrupción del desorden” (Kriller, Madrid, 2019). Con ilustraciones de Sebastián Bruno editó “De vos a mí, digo” (Suscripción, 2002) y con fotografía de Constanza Vicco “En destello” (La luminosa, 2013). En 2007 realizó la selección y prólogo de la antología “1961-1980. Poetas Argentinas” para Ediciones Del Dock. Su poesía reunida de 1990 a 2019 fue editada con el título “En la música vamos” nombre de su último libro (Editorial Bajo La Luna Nueva, 2019). Integra las antologías “El turno y la transición”, compilador Julián Ortega, (Editorial Siglo XXI), “Monstruos”, compilador Arturo Carrera, (Editorial Fondo de Cultura- ICI), “Poesía Erótica argentina 1600-2000”, compilador Daniel Muxica (Editorial Manantial), “Agua de beber”, compiladora Mónica D´Uva (Editorial Nusud) y “Penúltimos” compilación de Ezequiel Zaidenwerg (UNAM, 2014) . Es profesora adjunta del Taller de Poesía I de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes.