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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
4 8 2020
Sueño de una noche de primavera por Álvaro Marín Marín

Cuando despertó descubrió que había ganado el avión presidencial.
Sobre la mesa de noche estaba la carta en papel membretado de la Presidencia de la República que a la letra decía: “Estimado ciudadano, gracias a su entusiasta participación junto con los otros millones de mexicanos que compraron su billete de lotería, hemos podido reunir el dinero para pagar la lujosa aeronave que usted se acaba de ganar”.
¿Cómo era posible que un Godínez gris, metódico, disciplinado y ahorrativo tuviera tanta suerte? Ganarse con quinientos pesos un avión que ni Obama tenía. La vida plana y monótona de este burócrata acababa de dar un vuelco y lo separaba de los demás mortales para siempre.
Hasta donde tenía noticia las rifas repartían electrodomésticos como pantallas planas, extractores de jugos, tostadoras de pan, hornos eléctricos y para los más suertudos viajes a los cabos y/o refrigeradores. La gente del sindicato se sacaba computadoras, autos y uno que otro departamento de interés social.
Hasta ahí todo iba bien pero, un avión presidencial, a nadie se le hubiera ocurrido ni en sus sueños más delirantes. El más disparatado sueño de este ciudadano había sido sacarse un viaje todo pagado para dos personas a Cancún en la rifa de fin de año de la oficina. Cuando se ponía a divagar en sus ratos libres, se veía llegar a su casa con los dos boletos para comunicarle a su mujer que por fin haría realidad su anhelo de vacacionar en ese maravilloso destino de playa.
Continuaba pensando que su mujer se pondría muy contenta, saltaría a sus brazos y lo besaría apasionadamente. Como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo. Esa había sido su máxima ilusión en los últimos años. Una ilusión romántica después de todo, pues la personalidad del afortunado ciudadano era la misma en la oficina y en su casa: plana y sosa sin ninguna sorpresa o novedad.
Pero ahora, con este golpe de suerte el ciudadano Godínez comenzó a dudar hasta de su razón. Éste era un burócrata de tiempo completo en la oficina de correspondencia y, aunque en ocasiones tenía que trabajar hasta tarde para evitar el rezago de sus envíos, la mayor parte del tiempo no había nada que hacer y se ponía a leer. Cuando los más jóvenes trataban de ligarse a la secretaria del director o se emborrachaban a escondidas de los supervisores, Godínez leía.
El edificio de la Secretaría tenía una enorme biblioteca que nadie usaba y contenía verdaderas joyas de la literatura universal. Godínez se maravillaba con libros como el Quijote y, a propósito de su suerte, se acordó del capítulo de la Cueva de Montesinos.
Don Quijote se hizo bajar con una cuerda a la famosa Cueva de Montesinos y, según quienes lo ayudaron en su empresa, estuvo abajo cerca de cinco horas. Los que lo bajaron a pura fuerza de sus brazos se asustaron de que Don Quijote no diera señales de vida y a jalones lo rescataron.
Don Quijote salió desmayado y sin sentido por lo que debieron despertarlo con algo de esfuerzo y angustia. Pero para sorpresa de todos, cuando Don Quijote recobró la conciencia, narró una aventura de dos semanas en un mundo subterráneo. ¿Cómo era posible esa diferencia temporal? ¿Por qué los de afuera no oyeron ni vieron nada y Don Quijote descubrió todo un mundo subterráneo? Godínez pensó: ¿me pasará lo mismo con mi avión?
Recordó los comentarios de Borges al “Sueño de la rosa” de Coleridge: “Si un hombre soñara que atraviesa el Paraíso y si en el Paraíso le fuera entregada una rosa, y si al despertar se encontrara con esa rosa en la mano, entonces ¿qué? Godínez dijo para sí, puede que soñara que me gané el avión presidencial, pero estoy despierto y leí la carta firmada por el mismísimo señor Presidente. ¿De cuál lado del sueño estoy?
¿O pudiera ser que tengo una pesadilla? Lector incansable de todo tipo de textos, Godínez recordó cuatro cuadros muy raros llamados así, pesadilla. Un demonio sentado en el pecho de una mujer cuya cabeza cuelga hacia abajo de una cama vista en diagonal. El primer cuadro llamado Nightmare fue pintado en 1781 y se exhibe en el Institute of Fine Arts de Detroit; otro de similar tema y más impactante por incluir una cabeza de caballo fue pintado en 1793 con el título en alemán Nachtmahr y cuelga en las paredes del Goethemuseum de Frankfurt; dos cuadros más un poco menos atemorizadores están en Francia de autor anónimo. Son litografías de 1830 tituladas “Le cauchemar” y muestran a una mujer dormida a la que se le detecta el demonio sobre el pecho sólo cuando se ilumina el cartón con una luz especial por detrás. De paso recordó Godínez el poderoso cuadro de Goya “El sueño de la razón produce monstruos”. El cual se exhibe al público en el Museo del Prado de Madrid.
Borges en su cuento “Las hojas del ciprés” de 1985, escribe un sueño terrorífico. Un hombre es conducido por su enemigo a un jardín donde lo van a matar. Sale de su casa llevando un libro de Emerson como un recuerdo. Salva su vida cuando se despierta pero, al observar el librero, nota un hueco donde debería reposar el libro de Emerson. El libro se quedó en el sueño y se perdió para siempre. Godínez supuso que el avión estaba en sus sueños y ahí se quedaría.
Algo similar sucede con Bricolaje de Raúl Brasca: un soñador se sueña frente al espejo de su cuarto examinando una moneda. Cuando despierta encuentra la moneda en su cama. La levanta, mira hacia el espejo y su imagen no muestra la moneda. ¿Sólo soñó que despertó?
En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez menciona que José Arcadio Buendía soñaba que se levantaba de su cama abría la puerta y pasaba a otro cuarto exactamente igual al anterior y así seguía durante toda la noche de cuarto en cuarto. Su método para regresar a la vigilia era caminar hacia atrás hasta un cuarto donde estaba Prudencio Aguilar. Ese supuestamente era el cuarto de la realidad, aunque la realidad pudiera no existir porque Prudencio Aguilar había muerto hacía muchos años.
Borges trabajó bastante y con mucho talento la relación sueño / realidad y Godínez lo sabía. En Las ruinas circulares de 1944, escribe de un asceta que a través del sueño creó a un hombre que atravesaba el fuego sin quemarse pero, en algún momento el asceta descubrió que a él tampoco lo dañaba el fuego. “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.” Y qué decir de don Augusto Monterroso quien en 1959 escribió “cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”.
Y ahí estaba Godínez, con un ataque de pánico existencial pensando en las palabras del Marqués de Santillana: “recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando, como se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando. Cuan presto se va el placer, como después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor.” Que voy a hacer decía nuestro leal ciudadano, por qué me saqué un avión cuando yo sólo quería un viaje a Cancún con mi mujer.
Y mientras se lamentaba de esta manera, recordó a Bécquer que escribió: “me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales.” Aquí tendré que usar las palabras del magnífico Calderón de la Barca y recomendar a Godínez: “no hagas caso de los sueños, que los sueños sueños son.” O en palabras del excelso Chava Flores “a que le tiras cuando sueñas mexicano”. Dejemos a Godínez con sus sueños y pesares, con sus dudas y angustias para que él sólo resuelva cuál es su realidad.

acerca del autor
Álvaro

Álvaro Marín Marín, Ciudad de México, 1955. Estudio Licenciatura en Historia y Maestría en Historia de México en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Hizo la Maestría en Pedagogía en la Universidad Pedagógica Nacional de México. Ha publicado diversos trabajos revistas impresas y en revistas electrónicas que se pueden encontrar en la Red. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo ANUIES.