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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Número Especial
1 9 2002
"Elogio de la destrucción" y otros poemas de Juan Ojeda
Elogio de la destrucción Aber stille blutet in dunkler Höble stummere Menschheit, fügt aus harten Metallen das arlösende Haup. George Trakl Pero silencio sangra en oscura caverna muda Humanidad Reunión de metales duros para la grandiosa Cabeza Final. Tiempo agrietado y confuso, tiempo de muertes y áridos abismos humanos "Oh, ya hemos conocido el tiempo, ya hemos ordenado el pasado y el futuro en el hórrido escombro de un presente irredimible, y todo es como nacer desde la tierra muerta, tiempo muerto entre muertas raíces". "¿Es ésta la región verdadera, o te has confundido? ¿Qué ruidos son esos? ¿Quién grita?" Sólo las raídas jarcias del viento, que arrastra el hedor del mar enfermo. Ya ni los cuervos graznan sobre los musgosos cuerpos flotando a la deriva. Tratamos de soñar, soñar, nutriendo el cariado prestigio de un Saber oscuro. Una premonitoria gravedad gobernó nuestros sentidos mientras caminábamos sobre brumosas ruinas, y era el murmullo o el estrépito de un universo detenido. Oh, tú diestro ya en el arte de la navegación y temeroso de más duros escollos, ¿escuchas las lamentaciones? ¿Qué détestables tierras sepultas en los sueños? Cómo huir de una revelación, dime, y haber hurgado y mientras despertaba:lo real ordenándose en un calor pútrido. Objetos, objetos del tiempo y ya no puedes contenerte, torpes aguas del espíritu en una duración que temes. Vivías o soñabas soportando un tiempo absurdo. ¿Vivías o soñabas? Objetos húndense y es inerte todo humano obrar. Oh el Caos, la desordenada ciencia del que habita tenazmente y sus horribles ojos horadados por una visión muerta. Y días, días, que no transcurren y aúllas desde un pozo. Pústulas, pétrea sombra, huesos roídos por diligentes ratas. Y los que no vivieron ni soñaron, ¿conocerán el tiempo Otro? Tal vez una inocencia oscura accedería, como dolorosa llaga, en la raíz de lo vivido, el tiempo deviniendo bajo inmóvil materia. Pero nuestra pureza ya la hemos perdido, o mora en un dominio de pavorosos; gestos, Reino de lo Sórdido donde un breve aullido nos retiene, y es difícil la ascensión, y dioses huyen amontonando párpados de piedra Destruye el mundo, destruye los sentidos y su horroroso reino, destruye el tiempo, ¡oh, destruye! Destruye el espíritu entre putrefacciones y Caos, y espera entre el sueño y la muerte el nacimiento de la Realidad. "¿Ves algo allí abajo?" "Sólo muecas de monos ásperamente aturdidos en una danza siniestra". Así, pues, destruye el tiempo de un Reino ya vencido al propósito de usura e indigencia. Destruye, te digo, y que el torpe ayuntamiento de las disquisiciones no ocupe la memoria en un gesto conmovido. ¿Quiénes laboran la deleznable propiedad humana? Destruye, destruye que es tiempo de abandonar lo tenaz de unas pobres virtudes, la astucia de lo oculto, que sin cesar trunca lo vivido, trastos de una extinguida Realidad. Porque ahora habitamos un mundo derrelicto, el uso del tiempo entre insidiosas costumbres, la opacidad del acto en la aciaga Historia. Destruye, destruye y no procures lo innominado, la pura curación del instante en un reino irreal, mientras heredas un lencuaje erróneo. ¿Es fiel la memoria para un tiempo tan real y confuso? ¿Lamentaste el execrable cuidado en un Origen falso? ¡Antes de ti, indigencia, y después de ti, indigencia! (Nutre la destrucción a quienes entendieron el mundo, y es necesario consumirse en una ciencias óptima, para mostrar la aborrecible imagen de un cosmos putrefactado). "Oh, no perturbes mi quietud con olores de despojos, en esta ribera sólo existe la esterilidad. Ascenderemos a los cerros morados, y no nos ahoguemos en la transparencia". Iluminación del desorden en un más alto vestigio, herrumbradas llaves que conducen a aposentos derruidos. ¿Es ésta la pútrida heredad roída en una mente incierta? Y habremos de considerar la insuficiencia del espíritu, y haya otra Realidad no este tiempo mendaz, costra de otros tiempos pétreos donde Nacimiento y Muerte, Putrefacción y Crecimiento, son columnas quebradas que un ojo perverso contempla torpemente. Noviembre de 1969


Soliloquio A Yando A Cesáreo Martínez

Para el que ha contemplado la duración lo real es horrenda fábula. Sólo los desesperados, esos que soportan una implacable soledad horadando las cosas, podrían develar nuestra torpe carencia, la vana sobriedad del espíritu cuando nos asalta el temor de un mundo ajeno a los sentidos. ¿Qué esperarías, agotado de ti o una estéril música, cuyo resplandor al abismarse te anonadaría? Pero tú yaces oculto o simulas alejarte de lo que, en verdad, es tu único misterio: en la innoble morada de la realidad nutres un sentido más hondo, del que ya ha cesado todo vestigio humano. Y destruyes el reino de lo innombrable, que en ti mismo habita. ¿Qué esperarías? ¿Sólo madurar, descendiendo, en una materia más huraña que el polvo? Nada hay en los dominios frescos del sueño o la vigilia. Así he considerado con indiferencia mi vida, y debemos marcharnos.


Elogio de la infancia A Julio Nelson
Porqué serà la tierra en sus dones primeros: herbajes fecundos, el ruido del tordo en los riscos, y agua sonando, sonando. Vivimos esperando un objeto de presagios, la razón de una edad nueva, el tiempo de las vides tiernas, no tierra árida, no oscuros promontorios. ¿Quiénes murmuran allí, en esos huesos blancos? Hendimos las raíces en un desierto de osamentas, mansiones recamadas de ámbar, pedrería en las escalinatas, dorado acanto sobre los capiteles. Oh ciudades, éstas son las ruinas. Construiremos, niño, la nave fuerte y desde allí, descendiendo a las breñas: las ramas plateadas sobre la fuente, el musgo en luminosa profusión, la escarcha brillante en cada hoja violeta, el polen rosado. Pero mira: comerciantes obesos, cabritilla y vestimenta olorosa a espliego, la charla a mediodía bajo los pórticos tallados, devaneo y miseria. Nosotros esperamos otra tierra. ¿Qué presente o pasado nos conduce a nutrir el tiempo futuro? La delectación en la carne, el café a medianoche después de una agotadora lectura. ¡Conocimientos! ¡Conocimientos! La sonrisa aparente. Noche (como si el tiempo fuera la noche), ¿adónde caminamos? "Por aquí permanecemos durante el verano, de día comemos langostas y en la tarde hacemos el amor. Estas son las ruinas, hijo mío; no andes con prevaricadores, recibe consejo y prudencia que serán caminos en la noche. Mira estas manos, bésalas y participa en el reino de la muerte hijo mío No bebas agua impura; nuestros antepasados bebían en vajilla de plata, nosotros erramos con el candelabro quebrado, las manos quebradas, la impostura útil. ¿Ves estos vestidos? La orla está gastada, el resplandor de otros tiempos gastado y nuestros cráneos vacíos". ¡Oh infancia de futuros siglos, ya se escucha la humana muchedumbre, se insinúan los tiempos de un orden nuevo! Porque la tierra, niño, te cobijará en su dones eternos, porque ya se avecina la edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas.


Epístola dialéctica A Salvador Allende, Homme vivant An dem ödem Strand des Lebens, Wo sich Dün auf Düne häuft, Wo der Sturm im Finstern traüft Goethe Así, Fabio, me muestra descubierta Su esencia la verdad, y mi albedrío Con ella se compone y se concierta. Epístola Moral I Hurgando las muertas sirtes del Tiempo, contemplamos La tierra despojada como una mano de oro vacío, Sorprendidos por el hedor de las sombras Que intolerablemente arrastra el viento sobre nuestras cabezas. Y en verdad, el mundo es un parloteo de bocas atrapadas, Y hemos sido testigos del derrumbamiento del espíritu Con una sensatez incierta, hastiados Por el ruido pútrido de los mercaderes de la Historia, Intentando descifrar los sueños que arroja el mar En las pIayas huecas, y oprimiendo unos fragmentos inútiles. Se desmorona el mundo en una reseca polvareda Que infesta la memoria, ruedan los lamentos Ensalivados por fauces sordas como pesadillas. Ardió la morada con olores. de sebos sagrados Y la parda corona de la canícula cayó entre las arenas, huyeron Las aves tímidas desovando signos de destrucción, Y aún permanecemos esperando el nacimiento del día enclenque Temerosos de habitar sombras disgregadas. Repartidos nuestros alientos entre la barda del tiempo Y la inmóvil niebla de la tierra putrefactada. Avistamos El curso de las estaciones con sus rebaños muertos Las puertas del insidioso temor destellan Sobre el ojo cóncavo del sol, y las vastas ciudades Engordan sus almacenes con mercaderías deshechas. En las bahías blancas por la claridad viciosa del mediodía Los pescadores retiran sus redes rotas, puedes ver en sus rostros La fatiga de navegaciones sin rumbo, la cólera cayendo. Como ardor desfondado en frescos orígenes, Y el griterío en la plaza es el augurio de que las calamidades Han parido una serenidad hiriente. Tiempo andrajoso Tullida época de la depredación, rostros estériles Por donde la calígine levanta sus hojas de polvo y premoniciones, Los días púdrense en el aire mineral de los despojos Y grandes sueños fulgen en la cabeza vacía de los contaminados Pregonando una luz irreal, elevando las arcas inertes De los mercaderes que inclinan sus brazos rellenos de sortijas. El mar pervierte sus labradas aguas arremolinando fucos Y los navegantes destruyen las embarcaciones, alistan sus garfïos Para sostener el aire quebrado, y meditan dolorosamente. Puedes ver los maderos podridos en el centro de las plazas Pliegos caídos de un cielo encenizado, mudos lomos De antiguas memorias ahora incomprensibles ¡Oh Sueño muerto! En los vestíbulos de la noche resuena el brillo de los depredadores Que ingresan danzando a las ciudades, olvidan sus armas relucientes Sobre la hierba salitrosa, y nutren sus túmulos de venta Con edictos nuevos, con voces argentadas en predios suntuosos Donde una manada de soldados ebrios eructa Sobre el hermoso libro de las Costumbres Populares. Esta es la noche de los infortunios, esta es la noche Que cubre las ciudades con presagios de pestes mayores Y se debe permanecer al acecho de los movimientos, atemorizados Por quienes ahora se apoltronan en las grandes mesas de la Historia Como si las voces humanas los hubieran designado, ellos Que sólo conocen el uso de la muerte en los áridos campos Que sólo fatigan su fervor en el polvo de la luz hueca. Tiempos en verdad imposibles, se siente un hastío de siglos Hemos descendido al cuenco de un fuego temible. Tiempo de las muertes y domos desgarrados por el dolo No sabenios dónde recoge el sol sus flores de tierra Y en las casas de la palabra cuelgan ramos de sombra. Los ríos se desploman infecundos y escarban la piedra Hasta que un lodo muy triste arrasa los campos, Huyen los días entre la inmovilidad del mundo tasajeado. Tiempos de usurpadores, época enferma, dominios depredados. Los navegantes destruyen las embarcaciones y abominan del mar Sólo resuenan murmullos pétreos, sólo desiertas cenizas. Que escarban sus vanas mercancías en un mundo yermo. Y así navegamos,, guarecidos en la Noche desflecada Así deambulamos en los puertos comidos por la sanguaza marina Sin otro sentido que mirar fijamente la descomposicion Así navegamos entre las aguas inmóviles, dijeron Mientras las olas de plata oscura lamían unos huesos resecos Y las piras refulgían en el aire muerto de la ciudad. II ¿Qué alegría labra —hórrida niebla— el ojo de la usura? ¿Qué brillo los eleva ahora, Entre e1 polvo de sus armas pútridas? Júbilo de sedientos cascos de yeso. Ellos convirtieron El agua en estrepitosas columnas. Para caminar por patios sonoros a mediodía Y grietas de olvidadizas conversaciones, ruidos o tronos Donde rodaban las torpes euforias desecadas Por el graznido del tiempo, y el agua de muerte agostada. Se untaron las cabezas con símbolos olorosos Y poseían cuerpos tan agudos como sus ojos, Hablaban del Reino y el flujo podrido laqueaba sus lenguas Una música quebrada. Oh la alegría Sepultando pequeños dominios frente a su casa de sombras, Y ellos apilaban los escritos estratégicos o charlaban Tendidos en lugares demasiado perfectos. Cómo doraban sus ojos No se ha olvidado. Sólo las armas Abiertas en heridas muy vivas brillaban en los mercados, Y pregonaban hasta altas horas con irisados plumajes Y sus vuelos medraban en los obituarios. Cómo demoraban espurias palabras, el rumor Cuando se desmoronan las piedras de una ciudad y la, alegría Desteñida en bubas sobre la bota cenagosa. Y habitaban los recintos con astucia Hablando rencorosamente y destruyendo los días, Luego ensangrentaban el Estadio o merodeaban En las calles con gestos desganados, hablaban siempre De la custodia del Reino y engordaban sus arcas. Son los famosos traidores y labran aire muerto, Revientan hinchados de hedor y monedas relucientes Y pintan sus armas con ceniza, gruesas sangres inertes Donde frotan sus ojos, áureos edictos del Miedo. Pero hay una alegría como un secreto ardor Que ellos no conocieron, que ellos no temieron La alegría terrible de la verdadera rebelión Cuando, públicamente, les pida cuentas el Pueblo. Ahora contemplamos las corazas de la Putrefacción Pero mira el cadáver del déspota habitado por gestos horrendos: Ya lo devoran —escoria es su Poder— las áridas aguas del tiempo.


Lima-Perú Noviembre de 1973-Abril de 1974
acerca del autor
Juan

* Juan Cristóbal nació en Lima en 1941. Estudios secundarios en Chosica, ciudad cercana a la capital peruana y en la Universidad de San Marcos. Fue periodista en los suplementos culturales de los principales diarios peruanos. Actualmente es profesor de periodismo y de literatura en diversas universidades de Lima. Ganó el Premio Nacional de Poesía en 1971, los Juegos Florales de San Marcos en 1973 y otros. Publicó varios poemarios, libros de cuento y prosa testimonial.