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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Teatro
4 12 2003
“Un Poco de Buena Suerte” (segunda parte) por Jorge Alberto G. Fernández
Jacobo: Pero, ¿qué hace? Carmela: No quisiera ser descortés, pero creo que va siendo hora de marcharme Jacobo: Pero, ¿por qué? Carmela: Ya es tarde, Además, imagino que debe estar en tiempo de regresar a su casa, ¿no? Jacobo: ¿Qué dice? Todavía es temprano... No se vaya, por favor. Acompáñeme otro rato. ¿Por qué no me cuenta un poco más sobre usted? O si lo prefiere yo puedo hablar de mí mismo, no me cuesta ningún trabajo. Carmela: Estoy segura. Ustedes los escritores son personas egocéntricas. No lo irá a negar. ¿Sabe qué pasa? Es que aun no me he ganado la vida hoy. No puedo pasarme todo el día sentada aquí sin hacer nada... ¡Caramba, creo que me ha ca... ensuciado un pájaro! Jacobo: ¡Vaya, me ha robado usted mi buena suerte de hoy! Carmela: ¿Su buena suerte? Jacobo: ¿Por qué piensa que paso tantas horas aquí bajo los árboles? Carmela: ¿No me irá a decir que se sienta a esperar que lo ensucien los pájaros? Jacobo: No se puede imaginar, al llegar la noche, la cantidad de buena suerte que he acumulado. Carmela: Pero, ¿qué historia es esa? Si quiere que le sea sincera... —y va a tener que perdonarme—. Pienso que esta costumbre suya es muy poco higiénica; eso sin contar con que considero que uno no debe quedarse sentado a esperar que la suerte le caiga del cielo. Jacobo: ¡Ah, ¿no?! Carmela: Hay que salir en pos de ella, amigo mío. ¿No me ve a mí? ¿Qué suerte cree que pueda tener si no salgo al camino a buscarme el sustento? ¿Cómo podría comer si me quedo todo el tiempo en un mismo lugar a esperar que me caiga todo del cielo? Jacobo: Me parece, amiga mía, -y va a tener que perdonarme usted a mí,- que está mezclando las cosas. Carmela: ¿Mezclando? ¿Cómo que mezclando? Jacobo: Mezclando, sí. A ver, dígame: ¿Qué es la suerte para usted? Carmela: ¿La suerte? Pues eso: lo fortuito, lo casual, lo inesperado. Jacobo: ¿Se da cuenta? Entonces su sustento no le va a llegar gracias a lo casual, a lo fortuito, o a lo inesperado, como dice, sino porque usted misma salió a buscarlo. Ahí, como puede darse cuenta, no hay casualidad. ¡Mire qué cosa! Pienso que con un poco de buena suerte usted no tendría que salir a desandar el mundo para ganarse el sustento. Carmela: ¿Le parece? Jacobo: ¡Por supuesto! Carmela: En ese caso creo que no estaríamos hablando ya de la suerte. Jacobo: ¿De qué si no,? si se puede saber. Carmela: ¿No se imagina? Jacobo: Me temo, Carmela, que la única adivinadora que hay por aquí es usted. Carmela: Estaríamos hablando de algo mucho más poderoso y trascendental: el destino. Destino y suerte, estimado Jacobo, no son la misma cosa. El destino, - eso lo sabe hasta un niño de brazos, - es más bien contrario a la suerte. Jacobo: ¿Cómo que contrario? Está intentando confundirme... Carmela: ¿No estábamos de acuerdo en que la suerte era obra de la casualidad? Jacobo: De acuerdo, sí. Carmela: Pues el destino es... lo inexorable, lo inevadible, lo inevitable... Jacobo: Creo que está siendo redundante... Carmela: Es algo que viene con uno desde el mismo instante en que se nace... ¿Qué digo nace? Desde antes de ser concebido. Jacobo: ¿Cómo así? Carmela: Déjeme ver cómo hago para que entienda. Para muchas personas el destino puede estar íntimamente relacionado, por ejemplo, con un hijo que han de tener inexorablemente... Jacobo: Creo que no la estoy entendiendo. Carmela: Le explico. Pongamos por caso que usted sea una mujer... Jacobo: ¿Y por qué no se pone usted misma como ejemplo, a ver? Carmela: Está bien. Voy a cambiar de ejemplo. Pongamos por caso que usted conoce a una mujer que podría ser el amor de su vida. Jacobo: Eso está mucho mejor. Carmela: Se unen y planifican su familia. Al cabo del tiempo ella concibe un hijo suyo, pero juntos tienen un accidente en el que mueren usted y el bebé, quedando ella sola, desamparada, desconsolada... y ciega en medio de este torbellino que tenemos por vida. Jacobo: ¡Qué ejemplo tan triste el suyo! Carmela: En este caso, no sólo estaría determinado su destino, sino el de su hijo y el de ella. Jacobo: ¿Y acaso no se trata precisamente de mala suerte? Carmela: No. Rotundamente no. Pongamos por caso que usted conoce cuál va a ser su destino porque... no sé, porque alguien lo leyó en la palma de su mano hace veinte años... Jacobo: En ese caso no me casaría por nada del mundo. Carmela: Eso cree usted. Usted puede haber contado con la suerte de tropezarse en su camino con una adivinadora que le predijo su suerte... Jacobo: ¿Cómo dijo? Carmela: Quise decir su destino. Fue apenas un lapso. No quiera ahora llevar la cosa a los extremos. Usted tiene la suerte de conocer su destino y se propone no casarse nunca para no tener que pasar por tal transe. ¿Quiere que le diga algo? No habrá resolución ni fuerza humana, - o divina, - en este mundo que pueda impedir que este vaticinio se cumpla. Jacobo: ¿Cómo es posible? Carmela: Esa respuesta no se la puedo dar. El cómo es totalmente inextricable. Pueden haber mil formas . ¿Usted no es católico? ¿No ha oído nunca el refrán de los caminos del Señor...? Jacobo: Así que intenta ganar su batalla con armas robadas al enemigo. Carmela: Seguramente conoce también la frase del fin y los medios, ¿o me equivoco? Jacobo: Ahora resulta que me ha salido maquiavélica... Carmela: Nada de eso. Sólo pretendo sacarlo de su error. Jacobo: Pero me parece que se está contradiciendo. Carmela: ¿Por qué? Jacobo: Dice que es ponderable el quedarme sentado a esperar que la suerte me caiga del cielo. Y que el destino, -a pesar de que suerte y destino, ya quedó claro, no son la misma cosa,- es inevitable. Carmela: Así mismo. Jacobo: Esto me hace intuir que por mucho que yo ande o desande la vida, no voy a encontrar salida alguna para mi destino... Carmela: Usted no ha intuido nada, señor. Eso se lo acabo de decir yo ahora mismo... Jacobo: Está bien. De acuerdo. Pues en ese caso, prefiero quedarme sentado y lo que vaya a suceder, que suceda, sea esto suerte o destino. Carmela: Lo que digo es, sencillamente, que el destino es inexorable, pero la suerte es sólo el producto de la combinación en tiempo y espacio de diversas circunstancias que... Jacobo: ¡Por eso mismo...! ¿La suerte no es casualidad? Carmela: ...Sí, como quien dice... Jacobo: ¿Entonces...? Carmela: ¿Entonces, qué? Jacobo: ¿Que tal si moviéndome para encontrar la suerte es ella quien viene hasta mí y no logra encontrarme? Carmela: Usted me ha salido un poco extremista, ¿no le parece? Jacobo: La tengo acorralada, la tengo acorralada. Carmela: Ni por un instante. Jacobo: Le voy a poner un ejemplo que le va a hacer deponer las armas. Yo siento que mi destino, hace ya bastante que se cumplió... Carmela: ¡No! No diga eso. Tal vez me expresé mal. El destino no es uno sólo. El destino es múltiple, variado. Hay destino en cada página del libro de la vida. El destino de esa supuesta esposa suya podrá ser enviudar, perder a su hijo, quedar en la miseria, pero también, por otra parte, puede, en tanto, no sé... ganar la lotería, y ese también sería su destino o tal vez ella siempre deseó recorrer el mundo y nunca pudo hacerlo hasta que se quedó sola. ¿Comprende? Jacobo: ¿Aun con esa terrible carga? Carmela: Aun así. Jacobo: ¿Cómo podía tener fuerzas para recomenzar? Carmela: Hay que seguir viviendo, amigo mío. No nos queda otro remedio. Además, usted debe saber también que el destino sigue rigiendo la vida del hombre incluso hasta después de muerto. ¿No ha oído hablar nunca de artistas que sólo triunfan después de morir? Jacobo: Así no quiero triunfar, mire qué cosa. Carmela: Eso no es algo que usted pueda decidir o determinar ahora. Jacobo: Ya comprendo. Y comprendo también por qué no logra entenderme cuando digo que ya mi destino se ha cumplido. Carmela: Amigo mío, no hay explicación que pueda hacerme cambiar de parecer. Jacobo: Entonces creo que no tiene caso seguir discutiendo. Carmela: Le advierto que para mí no ha sido una discusión, en el mal sentido de la palabra, sino una charla bastante interesante. ¿Me creería sí le dijera que desde mis tiempos de estudiante no tenía una igual? Jacobo: ¿Cómo no le voy a creer? A mí me ha sucedido lo mismo. Carmela: Pues eso sí que no lo creo. Jacobo: ¿Cómo? ¿Duda de mi palabra? Carmela: Por supuesto. Estoy segura de que se pasará la vida discutiendo con sus colegas. Jacobo: ¿Qué colegas? Carmela: ¡Los escritores...! Jacobo: ¡Ah! ¡Ya! Mis colegas escritores. Tiene razón. No había pensado en ello. Resulta tan cotidiano que hasta, como ve, me olvido. Sí, en efecto, discutimos todo el tiempo... Carmela: Filosofan... Jacobo: Eso, filosofamos y comentamos nuestros proyectos. Carmela: Bueno, ¿qué me dice entonces de los suyos? Jacobo: ¿Los míos? Carmela: Sus proyectos, sí. ¿Es que no está escribiendo nada ahora? Jacobo: No por el momento. Aunque estoy madurando algunas ideas para una novela. Carmela: ¡Una novela! ¡¿Se va a tirar en grande, entonces?! Jacobo: En grande. Carmela: ¿Y se puede saber sobre qué tratará? Jacobo: ¿Cómo? Carmela: La novela. ¿Qué argumento tendrá? Jacobo: Eh... Todavía no estoy muy seguro... Carmela: ¿Cómo que no está seguro? Un escritor como usted... Jacobo: Está bien. Se lo voy a revelar. Pero que quede claro: sólo porque es usted, ¿me oye? Pienso escribir sobre la vida de un hombre que lo perdió todo, incluyendo su fe... Carmela: ¿Hasta su fe? Jacobo: Sobre todo su fe. Un hombre que tuvo, como cualquier otro, una vida, una casa, familia, dinero, amor, ideales... hasta que un día llegaron los malos a su vida y le arrebataron todo, incluso sus dos manos... Carmela: ¡Sus dos manos! ¡Qué horror! Entonces tendrá un argumento triste... Jacobo: Triste... sí... Carmela: ¿Alguna historia real o ficción? Jacobo: Pura ficción. Normalmente la gente pierde un dedo o una mano, pero no las dos... Carmela: Sé de uno que se las cortaron, pero después de muerto... ¿Y cuando comenzará a escribir? Jacobo: No sé. Estoy esperando que me baje la musa. Carmela: Así que además de esperar la suerte, también espera que le baje la musa. Si me permite preguntarle: ¿Qué más espera que le llegue de arriba? Jacobo: Ahora se está burlando de mí. Carmela: Nada de eso. Es apenas una broma para suavizar la cosa. Jacobo: Se está vengando, ¿eh? Carmela: No, no es una venganza. Ya conoce el refrán: A mal tiempo... Bueno, ahora sí me voy. Jacobo: No, por favor. Todavía es temprano. Carmela: Pero entienda, Jacobo, tengo que buscarme la vida... Y no piense que me resulta fácil. Mire, usted mismo no ha querido que le adivine el futuro ni siquiera gratis. Imagínese lo duro que me resultará encontrar clientes que quieran pagar. Debo marcharme ya. Jacobo: (En un rapto.) ¿Y qué tal si yo mismo le buscara clientes? Carmela: ¿Qué dice? ¿Ahora? Jacobo: Sí, ahora, ¿por qué no? Carmela: Pero... ¿Por qué haría eso? Jacobo: ¿Quiere saber algo? Prométame que no se va a ofender. Carmela: ¿Cómo puedo prometer tal cosa? Jacobo: Está bien. No lo prometa. Pero no saque conclusiones anticipadas. Carmela: Diga lo que tenga que decir, por favor. Jacobo: Es que... apenas la he conocido hoy y ya me siento como adicto a usted... No piense, por favor, que se trata de algo... No es lo que se imagina... Carmela: No saque conclusiones anticipadas sobre lo que yo pueda pensar. Lo que usted siente puede tener dos nombres. ¿Se los digo...? No, mejor no le digo nada. Jacobo: No sé qué decir... Bueno, sí. Tengo una propuesta que hacerle. Carmela: Espero que no sea una propuesta indecente. Jacobo: No. Se trata de una propuesta de negocios. Carmela: Hace tiempo que no escuchaba esa palabra. Veamos: ¿qué tiene que ofrecerme? Jacobo: Como le dije mi única ocupación en esta vida es escribir y sólo lo hago cuando estoy inspirado. Mientras espero pacientemente que me baje la musa me dedico a contemplar la vida. A veces la musa pasa largos períodos sin bajar y yo... digamos que me aburro al no tener qué hacer. Carmela: ¡Pero vaya al grano, señor mío! Jacobo: Tiene razón. Le propongo que hagamos una compañía. Carmela: ¿Una compañía? ¿Cómo se entiende eso? ¿Está hablando en serio? Jacobo: Como nunca en mi vida. Carmela: ¿Qué clase de compañía sería esa? Yo no tengo nada que invertir... Jacobo: Una compañía de adivinación. ¿No dice que es una adivinadora profesional? Carmela: ¿Yo...? Bueno... sí... Por supuesto que lo soy. Jacobo: Muy bien. Tal vez de ahora en adelante usted pudiera venir a este lugar todos los días como se va a trabajar a una oficina o a una fábrica y yo me encargaría de asegurarle la clientela. Carmela: No estoy entendiendo bien... Jacobo: Es muy sencillo. En lugar de andar por el mundo de norte a sur y de sur a norte, como usted dice, vendría aquí todos los días de trabajo, o si lo desea todos los días de la vida; se sentaría, — podríamos conseguir unos cojines cómodos, —y yo sería quien me movería por los alrededores buscando clientes. Podríamos hasta inventar un toldo para protegerla del exceso de buena suerte si tanto le desagrada... Carmela: No sé qué decirle. Estoy algo confundida con esta propuesta. Jacobo: Ya le dije que era una propuesta de negocios. Si quiere saber, tanto el comercio, como las relaciones públicas y los trabajos intelectuales siempre han sido mi fuerte. Bueno, ya le dije: soy escritor. Carmela: Todo eso está muy bien, pero negocios son negocios, - Bisnes ar bisnes. Y si este... negocio que me propone llegara a funcionar, tendríamos que tocar el tema de las ganancias... Jacobo: Sobre ese aspecto podríamos conversar a partir del momento en que veamos los frutos, ¿no le parece? Aunque estoy seguro de que el éxito será rotundo. Me imagino que llegará el día en que no será necesario movernos a buscar clientes. Ellos mismos traerán a otros y estos a su vez a otros y así sucesivamente. Verá como le van a hacer colas aquí. Carmela: No diga eso, mire que puede perder su empleo. Pero, ¿cómo puede estar tan seguro? Ni siquiera me ha permitido que le lea su futuro para saber si soy buena en realidad o no. Jacobo: Aunque lo hiciera, ¿cómo sabría yo si es buena? Tendría, en todo caso que esperar que pasara el tiempo y se dieran sus predicciones. ¿No? Le confieso que soy demasiado impaciente. Carmela: Bueno, entonces su pasado... Jacobo: Eso no, por favor, el pasado no... el pasado no... Carmela: Perdone. Jacobo: Podríamos empezar hoy mismo. Voy a recoger un poco este reguero, para que todo luzca más presentable, más decente... Carmela: Me parece que está siendo presa de un exceso, o más bien de un acceso de entusiasmo. Jacobo: Nada de eso. Mi olfato de negociante jamás me ha fallado. Tengo una corazonada que me dice que todo va a salir mejor incluso de como lo esperamos. Con el tiempo podremos mejorar y mudarnos a un local cerrado porque aquí a la intemperie tendremos que dejar de trabajar los días de lluvia. Bueno, esos serían nuestros feriados. Carmela: Imagino que en algún momento tendremos que pedir un permiso oficial y pagar una licencia. Debemos averiguar desde ahora cuál sería el impuesto a pagar por adivinación. No me gusta nada la idea de terminar en prisión por pretender burlar el fisco. Jacobo: Pagamos el impuesto si fuese necesario. ¿Qué me dice? ¿Lo intentamos? Carmela: Bueno... con probar nada perdemos. Jacobo: ¿Me permite, entonces, llamarla socia? Carmela: Por supuesto. Vamos a cerrar este negocio con un apretón de manos. (Levanta su mano dejando atónito a Jacobo quien no sabe qué hacer.) ¿Qué pasa, socio, se arrepiente ahora? (Ofrece un muñón a Carmela. Esta lo palpa desconcertada, pero finge no percatarse de nada.) Creo que este sí podría ser un tema interesante para una de sus historias, ¿no le parece? Jacobo: (Pasmado) ¿Cómo? ¿Qué tema? Carmela: El nuestro; esto que nos ha sucedido... Nuestro encuentro, quiero decir. ¿Quién sabe si hasta pudiera llegar con él a la cúspide de la fama? Jacobo: No sé qué decir... Carmela: No diga nada. Sólo confíe en mí. Jacobo: No es que desconfíe, se lo aseguro. ¿Sabe qué pasa? El público de nuestra época gusta más de argumentos ininteligibles. La gente hoy en día prefiere esas historias enrevesadas en las que no se sabe dónde está el principio ni el fin; ni quienes son los buenos y quienes los malos. Esta sería una historia demasiado simple. Como puede ver, carece de complicaciones. Carmela: ¡Es usted un hombre de muy poca fe, amigo mío! Lo acabo de leer en su mano. Tiene una brillante carrera de escritor por delante. Alcanzará la fama y será reconocido entre los mejores de su generación. Lo he visto todo muy claro en cuestión de segundos. Confíe en mí, en la gitana Carmela. ¿Sabe que soy descendiente directa de la pitonisa que predijo el destino de Edipo? Permítame hacerle una historia que escuché cuando era niña. Mi madre, que en paz descanse, solía dormirme todas las noches con una narración. Muchas ya las he olvidado, pero esta que voy a contarle no sé por qué motivo quedó aprehendida en mi memoria y me ha acompañado durante toda mi vida. Cada vez que siento que me faltan las fuerzas para continuar me remito a ella y es como una suerte Bálsamo de Fierabrás para mi corazón. Comienza así: Érase una vez un hombre que no creía que el destino existiera... Los acordes de una estridente música ahogan las palabras de Carmela. Podemos ver charlar durante un rato a nuestros personajes, pero no podemos escucharlos. Finalmente, sus cuerpos se van desdibujando a medida que la oscuridad se apodera de aquel rincón que le hemos inventado junto al banco de un parque, o al doblar una esquina de casi cualquier ciudad, en casi cualquier país al Sur de este, nuestro planeta.

FIN

acerca del autor

Jorge Alberto G. Fernández, La Habana, Cuba, 1971. Hizo estudios profesionales de inglés y veterinaria. Transitó por diversos grupos teatrales de aficionados de La Habana hasta 1995, cuando ingresa al grupo de teatro Jácara. En 1999, dirige y actúa en su primera pieza, “Gisselle o El Bache” que obtiene un primer premio en el Encuentro Municipal de Escritores. En 2001, recibe premio con la obra “Habana – New York - ¿Habana?” así como con el cuento “El otro lado del espejo”, mención en el concurso del website argentino El Escriba. Pone en escena en 2002 su obra “Quién es Usted” obteniendo un premio. Premio municipal con la obra “Deyanira” y estrena la puesta en escena de “La Moira”. Ha publicado “Opera Prima”, Editorial Extramuros, La Habana, 2003.