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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
4 12 2003
“La cuestión del arte sagrado” por Jean Luc Chalumeau
Una obra me ha llamado especialmente la atención en el agotador recorrido de la quinta edición de la Bienal de Venecia (extrañamente puesta, como se sabe, bajo el signo de la “dictadura del espectador” por el curador general Francesco Bonami, expresión que fue calificada como “odiosa” por Thierry de Duve…). Esta obra, firmada por la artista belga Rivane Neueschwander, llevaba como título “María Magdalena”. Se trataba del cuerpo joven de una mujer en tres dimensiones, disimulada en parte por una larga cabellera: representación de lo más convencional de la santa. Tan clásica que uno se preguntaba si no estaba ahí como un simple “pastiche” de una representación muy antigua. Por ejemplo, la realizada en madera de tilo por Gregor Erhart (1) a comienzos del siglo XVI, los especialistas nos dicen que el escultor germánico se ha inspirado de la tradición gótica dándole una “factura carnal y flexible del cuerpo”, un perfume renacentista. Entre la Magdalena de Erhart y la de Rivane Neueschwander, las analogías son sorprendentes. ¿De qué se trata? ¿Nuestra contemporánea ha querido al abordar ese tema hacer arte sagrado? De ninguna manera: sólo se trata de ilustrar la tésis propuesta, en el pabellón central de los giardini, por Daniel Birbaum y el mismo Bonami: el arte sólo se ocupa de “desviaciones y repeticiones”. La artista belga no nos propone ninguna reflexión sobre María Magdalena, se contenta de desvíar (un poco) y repetir (mucho) un arquetipo del arte religioso occidental que ha estado a menudo reducido a la representación de un bello cuerpo femenino parcialmente oculto por una larga cabellera. El número especial de Verso Arts & Lettres (2) está consagrado a Véronique Sablery, una artista que se consagra desde hace muchos años a la meditación visual sobre María Magdalena. Sería inútil decir que se preocupa muy poco de repetir tal o cual imagen pasada de la pecadora del Evangelio. A partir de la Escritura, busca traducir, con medios plásticos, el fascinante misterio de la mujer-discípula a quien Cristo le ha prohíbido tocarle, aunque como lo ha señalado Jean-Luc Nancy, “nada ni nadie es intocable en el cristianismo, puesto que el mismo cuerpo de Dios es dado a beber y a comer” (3). Pero lo que Magdalena no puede tocar, es el cuerpo resucitado en tanto que la resurrección es la “surrección”, el surgimiento de lo indisponible, del otro y del que desaparece en el mismo cuerpo y como cuerpo” (4). Se comprenderá en la lectura del “número especial”, que Veronique Sablery produce precisamente arte sagrado. He visto por primera vez la obra de Sablery en la Abadía de Juaye-Mondaye en junio de 1990, cuando ella presentaba instalaciones alrededor del tema de las Fuerzas ascendentes y descendentes: palanca. En aquella oportunidad, el vidrio era su material predilecto, pero no se trataba aún de María Magdalena (la palanca era la cruz). Pero, sin duda, debe haber visto entonces, en el crucero de la iglesia, el inmenso cuadro de Eustache Restout (5) de acuerdo a Jouvenet, la cena en la morada de Simón, donde Jesús absuelve a la “mujer pecadora”, la mano derecha levantada por encima de Magdalena, arrodillada, la mano izquierda designándola a los comensales descontentos (ella no es frecuentable, ha desperdiciado un perfume costoso…), pero sin mirarla. Es la junta ruidosa que Jesús desafía con la mirada. Eustache Restout intenta hacernos ver lo que los invitados de Simón no han sido capaces de comprender: la misericordia de Dios no tiene límites, con tal que el pecador se reconozca como tal, de una parte, y por supuesto Jesús es Dios, ya que él perdona, por otra parte. Sin duda, Eustache Restout sólo es un simple buen pintor de a comienzos del siglo XVII, hábil para retomar las ideas de los maestros de su época, pero su arte aborda eficazmente las cuestiones de la fe y produce significado: es arte sacro. En su exposición reciente en la Sala Real de la Iglesia de la Magdalena en París (La Aparición), Sablery ha puesto en imágenes el misterio de Dios hecho hombre a partir de la más importance escena del Evangelio que atañe a María Magdalena, la llamada “Noli me tangere”, “Misterio de la Encarnación mostrada del dedo por una mujer. Profunda humanidad la de ese gesto, el último antes que Dios hecho hombre no retorne a su Padre” ha comentado la artista. Puesto que lo que señala y designa la aparición de Cristo en la historia del arte, es la mano tendida de Magdalena (en Angélico, Durero y el Tiziano por ejemplo), por supuesto Veronique Sablery se ha servido de las manos. Huellas y fotografías de manos, en este caso las de las mujeres encarceladas en la prisión de Rennes, fotografiadas una por una, juntadas enseguida por la artista en “una especie de diálogo gestual alusivo y diáfano”. El material común en todas las piezas era el vidrio, las fotos habiendo sido serigrafiadas o insoladas sobre película. “El conjunto de las manos reunidas aquí, escribio Veronique Sablery, no señala una presencia, sino presencias, múltiples, diferentes. La aparición, la del Dios encarnado, tomará una vez más valor de símbolo, dejándonos meditar en la imagen que nos deja ver.” O bien, retomando las palabras de Jean-Luc Nancy con relación a los pintores que pintan las manos tendidas de María, la artista ha “representado” en el sentido propio de la palabra, y le ha dado intensidad a la presencia de una ausencia en tanto que tal. Es todavía eso, el arte sagrado, y no es el caso de la casi totalidad de los trabajos (que pueden tener interés, pero sólo desde el punto de vista decorativo) que invaden hoy los lugares de culto bajo esta denominación a la vez cómoda e incomprendida. Por supuesto, una obra “abstracta” puede escapar a lo decorativo y producir significado: en otros tiempo, la iglesia cisterciana, reducida a lo que Georges Duby llamaba “lo simple, el pobre, la línea, la forma”, hoy en día los vitrales de Pierre Soulages para la Abadía de Conques, a través de los cuales la luz natural está al servicio de un lugar que, en su totalidad, produce significado. Es tiempo de plantear con seriedad la cuestión del arte sagrado. A la hora en que el Vaticano renuncia (¿por qué?) al admirable proyecto de Richard Meier para “la Iglesia del año 2000” en Roma (6), me parece que hay urgencia y una artista como Veronique Sablery nos ofrece una incomparable materia a reflexión. (1) Gregor Erhart (1470-1540), artista alemán, nacido en Ulm. Nota del traductor (NDT). (2) “Verso Arts & Lettres”, revista de la Editorial Cercle d’Art, cuyo responsable es Jean-Luc Chalumeau. NDT. (3) Jean-Luc Nancy, “Noli me tangere”, Bayard, París, 2003. (4) Op. cit. (5) Eustache Restout (1692-1768), pintor francés, nacido en Rouen, sobrino y continuador del artista Jouvenet. NDT. (6) Véase “L’art dans la ville”, Editions Cercle d’Art, París, 2000.
acerca del autor
Jean-Luc

Jean Luc Chalumeau, crítico de arte francés, vive en París. Es profesor en el Instituto Superior de Carreras Artísticas (ICART). Enseñó en la Escuela Nacional de Administración (ENA) y en Ciencias Políticas de La Sorbona. Es también director de la revista “Verso Arts et Lettres”, publicada por la Editorial Cercle d’Art. Se desempeña en la misma editorial como director de la colección “Decouvrons l’art” (Descubramos el arte) que ha publicado monografías sobre Dubuffet, Modigliani, Tapies y Zao Wou-Ki.