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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
29 4 2009
Siete poemas inéditos de Carlos Barbarito

Nabokov

Veo a los que van a llevarlo, agrisado
y ciego, bajo un cielo cuyo peso se duplica
y curva las ramas. Son los mismos
que van a llevarme también a mí,
en una mañana de escarcha,
de mí quedará una manzana en un plato,
que se pudrirá sin ser pelada ni comida.
¿Y él, qué es lo que deja?
¿Un temblor silente, un alerce abstracto?
¿Una mariposa inventada,
huellas de bicicletas sobre la arena,
un nido abandonado, un muro nocturno, un pisapapeles?
Desnudo bajo su traje blanco,
ya no verá nacer una nueva palabra
entre moon y moonbeam;
lo cargan en una carretilla de jardinero,
se lo llevan cuesta abajo,
por un sendero, tumbado sobre hojas secas
y tallos quebrados, más allá de fulgores de nácar,
de erratas, sarcasmos y nogales.

 

 

Arco iris de sucesivos grises hasta el negro...

Arco iris de sucesivos grises hasta el negro:
¿quién que da muerte podrá darte la vida?
Ése camina sobre el agua, ¿para qué,
si sabiendo nadar no nada
y si no, no se ahoga? Se avecina
lo esperado, lo inesperado,
el gallo canta después del alba
para anunciar que, pese a la luz,
sigue siendo de noche. ¿Quién
comprende, abre los ojos,
entiende el porqué del golpe seco
del amor como látigo
contra el espejo? No
logro darle un nombre
a todo esto, una talla,
una fórmula; sólo con aire
no es posible lograr
que alguien respire,
pero ¿qué otra cosa?
Ahora estoy desnudo ante el silencio.
Estás desnuda y el silencio
te lleva en sus brazos
más allá del número y su borde;
no queda casa, plato, camisa,
apenas cenizas de padre,
que el viento, cruel o piadoso,
ya dispersa.

 

 

Tal vez toda la luz del mundo...

Tal vez toda la luz del mundo
sea sólo el reflejo de un sol entre nubes
contra el cristal oscuro de un cuarto vacío;
quizás el que, en busca de agua,
cava tras la orden del rabdomante
no guarda dentro de sí
más esperanza que aquella que se quita
y pliega su vestido sobre una silla,
y espera cada día la llegada del desconocido
en una casa plantada en el desierto.
¿Y la constante mudanza
de la piel y las plantas,
la hora en que a tientas la beso y la penetro,
el tosco florero vacío
ante la colmada vastedad de la muerte,
el vuelo de la polilla de cuarto en cuarto?
Ahora que la hija del sueño se consume
y un único pájaro canta
desde el borde de una larga rama inclinada,
quema la lágrima y el río
no se convierte en mar ni lo que hablo
en idioma exacto y puro.

 

 

¿En qué creer, en qué creer? —nos preguntamos—...

¿En que creer, en qué creer? —nos preguntamos—,
si por más que nos desnudamos
seguimos vestidos, si por más que nos abrazamos
seguimos teniendo frío.
¿En las oraciones de los alumbrados,
en el Gran Arquitecto,
en alguna tesis, nestoriana o monifisita,
en el símbolo niceno?
El viento sopla y trae sólo silencio
desde la casa de los pescadores
que, pasado el tiempo de la pesca,
duermen, entre redes, estopas y breas,
arrumbadas, como ellos,
en un rincón, en lo oscuro.

 

 

Tiembla la gota en el extremo de la rama...

Tiembla la gota en el extremo de la rama.
Abajo, el animal vacila entre huir o quedarse,
husmea en lo dado, orina, con angustia,
en lo negado. Lo que sí muere
es la hoja, despojada de nervaduras.
Prosa y número detenidos en reflexión
tan pura como inútil. Ave
que se pudre al sol, antes de la tormenta.
Y el pan bajo la tierra, la piedra en el plato,
partida y comida aunque nadie tenga hambre.
Hija, ¿qué otra cosa puede ser el mundo?

 

 

Podría decir esto fue todo...

Podría decir esto fue todo;
qué fácil sería entonces para el fuego,
ardería desde la carne hasta los huesos,
qué fácil sería para el hielo,
helaría hasta la mínima sombra,
el más fugaz de los reflejos.
Podría olvidar ni nombre,
perder la memoria, quitarme las ropas,
cambiar el idioma por el aullido,
dejar que el viento me arrastrara
hasta el fondo más oscuro;
qué difícil sería entonces para el árbol
sostenerse sin raíces,
qué difícil para el deseo
desear sólo la niebla, el humo, las cenizas.

 

 

Si de otra materia fuéramos. Pero no...

A María García Pérez

Si de otra materia fuéramos. Pero no,
un esmalte al que la menor vibración hace mella;
bajo la fina capa, lengua, sexo y garganta.
Un cincel raspa hacia el primer sueño
la última sílaba, hasta el instante preciso
en que, desnudos y urgidos,
dejamos de ser ángeles, animales.
De otra medida, otro espesor.
En el hielo, en el fuego, en el aire y el suelo.
En riqueza y despojo, hoy y en la víspera.
En lo que abre la llave y en lo que la llave cierra.
Otro dolor y otro goce. Más allá
de las marcas de las azadas,
las huellas de los zapatos,
donde cada acto concluye en beso, en lastimadura.

acerca del autor
Carlos

Carlos Barbarito nació en Pergamino, Argentina, en 1955. Publicó: Poesía quebrada; Teatro de lirios; Éxodos y trenes; Páginas del poeta flaco; Caballos y otros poemas; Parte de entrañas y otros nueve poemarios. Crítica de artes plásticas: Acerca de las vanguardias, en Arte argentino siglo XX, y Roberto Aizenberg. Diálogos con Carlos Barbarito. Distinciones obtenidas: Premio Fundación Alejandro González Gattone, Premio Fondo Nacional de las Artes, Premio Dodero de la Fundación Argentina para la Poesía, Premio Bienal de Crítica de Arte Jorge Feinsilber y otros. Sus ensayos y demás textos fueron publicados en diarios, revistas y páginas de Internet de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, Venezuela, Cuba, Puerto Rico, México, Estados Unidos, España, Portugal, Alemania, Reino Unido, Suecia, Alemania e Italia. Sus textos sobre arte, literatura y su obra poética están traducidos, en parte, al inglés, al francés, al portugués y al holandés.