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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
1 6 2009
Los Aleph de Jean Marc Calvet por Porfirio García Romano

Más, ataca (más bien juega) con las tradicionales propuestas de figura y fondo y la reversibilidad de figura y fondo, enarboladas por los brujos ancianos, poetas, a la vez que médicos, jerarcas a la vez que sacerdotes, danzantes a la vez que dramaturgos, pintores a la vez que magos utilizaron los antiguos chorotegas para hacer notar los espíritus que viven en el encierro de las cosas.

Y tal como en los tiempos en que las creencias nos llevaban a la obsesionante idea de que cada objeto habla, cada lanza, cada flecha, cada, hoja, cada pedernal, cada nube, cada gota de la lluvia, el arte de Calvet, nos hace ver en cada centímetro cuadrado, que el espíritu de las cosas habita en cada cosa y el mundo nos está lleno sólo de lo que vemos sino de lo que no vemos.

Como artista contemporáneo sin no está armado de ungüentos ancestrales, plumas en la cabeza, rostros tatuados en cada una de las intrincadas formas de la naturaleza, sino objetos grandes y pequeños, inocuos y agresivos, niños de escuelas y terribles gendarmes armados con UZIS y AKAS resguardando lo poquito que nos queda de un paraíso pintarrajeado con espray y cargado de grafitis.

Una pintura de Jean Marc es un Jean Marc preocupado por lo real. Él es un ser ensimismado que, con sus exposiciones, cual pintor tradicional olvida en sus vernisages hechos ya en diferentes países, que es ensimismado. Y es, en esa preocupación por lo real que da apertura a los asuntos de la vida de hoy, incluyendo en sus temas el sexo, la agresividad y la muerte.

La temática de Jean Marc Calvet es de denuncia, es retrato de la opresión que grita en el objeto, como en su pintura: “The-Simple-Thing” o en su otra pintura “Alpha-Dog--Head-Mag” o desde el objeto: “Dans-le-Train-de-19h-2008”. Pero es al mismo tiempo su catarsis. Su prometeo. El arte de su propio resurgir de su propia redención. Y por ello no un arte complaciente.

La pintura de Calvet es el mismo retratado. El mismo fuera de él. Su furia fuera de él. Su sudor, su sangre. Sus días frente la tela que es blanca y al mismo tiempo negra como la noche. Esa tela colgada de la pared de adobe de su casona en Granada, Nicaragua. Abriéndose en su construir a un agujero que es puerta hacia muchas culturas y dimensiones.

En su decirnos con su manera plástica de hacer las cosas, la pintura de Jean Marc es ante todo lenguaje. Es varias maneras de escritura intercalada: pictograma, ideograma y signos. Es una pintura fonética que nos cuenta muchas cosas. Bien parece una traducción del “Aleph” de Jorge Luis Borges, ese Borges que en ese mismo cuento nos habla del lenguaje:

“Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y las circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph). Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: La enumeración, si quiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es.” (1)

La obra de Jean Marc Calvet, al igual que su escultura, la que aquí se presenta, pareciera el increíble centro de ese lugar que acumula tantas cosas como tantos pensamientos. Esa tela que pareciera que cede al blanco ante el color de sus pinceles cuando más bien sus pinceles son llaves que abren puertas hacia un punto desconocido de donde surgen aquelarres, brujos y brujas, espíritus y fantasmas coloridos, angeles y querubines, distorsionados personajes de un Jean Luis David, de un Théodore Géricault: napoleones a caballo, que han desaparecido;, la “Balsa de la Medusa”, llena de medusas. El cuerpo humano y las plagas del siglo XXI reunidos.

La pintura de Jean Marc Calvet es pintura pura elemental, es abstracción serial, es surrealismo automatista que subsiste y respira hoy en Managua, pero igual en Granada, así como que Nueva York. La pintura de Jean Marc es moderna en el sentido de lo moderno de que está hecha en esta fecha 16 de abril de 2009, en su decir retoma temas no pictóricos como las figuras del comic, o pictogramas e ideogramas ancestrales.

Su pintura es una verdad completa, en la conciencia de su pertenecer parcial, inasible e inseparable parte, cuál un dibujo ancestral de un petroglifo de Ometepe, su huella lleva una canción que enmudece, su trazo es una danza inmóvil y a punto de explotar. Su pintura es un oficio de catorce horas diarias le una lucha como la del Ángel y Jacob.

Lo suyo no es una técnica, no es un estilo, más bien es, entre otros, como el intento de la traducción en pintura sin proponérselo del “El canto de guerra de las cosas”, de Joaquín Pasos tomando vida. Sino escuchemos este fragmento al mismo tiempo que vemos una pulgada cuadrada de su pintura: “somos la selva que avanza./ Somos la tierra presente. Vegetal y /podrida/ Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris./ Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,/ nuestro dolor brillante en carne viva,/ oh santa y hedionda tierra nuestra, /humus humanos. / Desde mi gris sube mi ávida mirada,/ mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,/ desde el fondo de un vértigo lamoso/ sin negro y sin color completamente ciego./ Asciendo como topo hacia el aire / que huele mi vista,/ el ojo de mi olfato, y el murciélago/ todo hecho de sonido./ Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo/ puede imaginar si vamos o venimos,/ pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,/ pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos/ y en esta cruel mudez que quiere cantar./ “ (2)

Hagamos pues, gozar la vista. Pongámonos frente a estas pinturas. Caiga nuestra mirada sobre sus esculturas como árboles con llantos de color. Sigamos con nuestros ojos la alegría teñida, en esta miscelánea, pulpería, cambalache del siglo XXI de Jean Marc. Tapémonos nuestros oídos y escudriñemos esa cruel mudez que quiere cantar.

 

(1) Fragmento de “El Aleph” cuento de Jorge Luis Borges (1899-1986).

(2) Fragmento de “Canto de guerra de las cosas” de Joaquín Pasos (1914-1947).

acerca del autor
Jean Marc

Jean Marc Calvet nació en Niza (Francia) en 1965. A principios de los noventa, atravesó por un período crítico de su vida, acumulando ira, soledad y tristeza. Siempre atormentado, empezó a pintar y a medida que lo hacía se operó una metamorfosis en él. Guiado por su instinto, llegó a la catarsis artística. Como pintor autodidacta, curioso e ingenuo, reside actualmente en Granada (Nicaragua).