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Homenaje
4 7 2009
Fernando Aínsa: historia y ficción complementarias por Ricardo Gattini

Así, se nos presenta un escenario en donde asoman visiones distintas según su particular ángulo: la historiografía pretende llegar a la verdad científica cuando revive los hechos pretéritos; la literatura se despliega en el afán de desarrollar la ficción de los sucesos del pasado para lo cual es suficiente que las posibilidades sean verosímiles. Por la vía suplementaria, una toma de la otra lo que le falta: la historia, el imaginario narrativo de la literatura; y esta última, los recursos formales de la primera.

Sobre estas ideas conocidas y estudiadas a cabalidad, según nos enseña el contingente de publicaciones sobre la materia al que hemos accedido, algunos pensadores latinoamericanos, inmersos en nuestras profundas densidades, le han otorgado al tema una dirección propia.

Durante su trayectoria, Fernando Aínsa ha examinado de manera persistente nuestra novela histórica, cuyas conclusiones se han publicado como artículos en diversos medios, y recogidos en un libro fundamental: Reescribir el pasado. Historia y ficción en América Latina (2003), Mérida, Venezuela, CELAG y Ediciones El otro, el mismo.

En su obra describe e interpreta los procesos creativos e investigativos de la narración histórica, sus motivaciones y sensibilidades. Entre los variados aspectos en los que se vierte, podemos descubrir un tema que atraviesa los capítulos que la componen: identificar el discurso histórico y el ficcional como dos modos complementarios de mediación con la realidad para refigurar el tiempo en su común esfuerzo de persuasión.

En este camino integrador no sólo nos referimos a las conocidas relaciones de préstamos entre la historia y literatura comentadas al inicio, sino también a considerar la ficción contemporánea, según Aínsa, como “un complemento posible del acontecimiento histórico”, cuyos “signos” se perciben a pesar de sus relaciones “complejas”; “pero no antitética” es una respecto de la otra. Y agrega: “la relativización del saber histórico tradicional acerca aún más los territorios de las dos disciplinas que han estado separadas”.

Estas disquisiciones que pueden leerse coronadas por guirnaldas sólo teóricas, se encuentran en cambio en una situación simétrica con el quehacer en nuestra realidad actual, visible en la investigación historiográfica aparecida en nuestro medio en los últimos años, y aún en desarrollo; y en una ficción que se entromete en la historia como pretexto para aglomerar su alto ingrediente historiográfico.

En mi experiencia como escritor de un relato de ficción, se recogió un referente historiográfico del cual surge esta reflexión creada en torno a la historia y la literatura. Sin embargo, este ejercicio se ha prolongado más allá de la publicación de la novela hasta ahora, con el ánimo de actualizar y confirmar la primigenia intención; y para intentar comprender con posterioridad, lo realizado en esa práctica solitaria de la escritura y la investigación.

En este camino nos hemos encontrado con interfases entre ambas disciplinas que merecen ser observadas; como los trabajos de los investigadores de formación literaria quienes se han introducido en la historiografía: Ximena Azúa, Paulina Barrenechea, Franklin Miranda y Cathereen Coltters, entre otros.

Desde el punto de vista de la organización de personas del mundo académico, se han formado equipos de investigación y de divulgación histórica en los que se incluyen profesionales del ámbito literario. Es el caso del grupo liderado por Alejandra Araya, y del seminario permanente sobre la esclavitud dirigido por Celia Cussen, ambas del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile; como también el del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica en su disposición al coloquio sobre las representaciones literarias de la historia; y del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago, interesado en los puentes que se pueden construir entre las áreas de humanidades y de las ciencias sociales.

Durante la búsqueda de elementos que se hallan, a mi juicio, en la intersección entre la historiografía y la ficción con vocación histórica, tuvimos la ocasión de conocer los trabajos de tres historiadores en los que apreciamos esta cercanía que intentamos hacer notar.

Claudio Rolle muestra primero la proximidad del historiador a la ficción, cuando alude a una obra de Simón Schama en la que éste conjetura sobre cómo pudo ver el mundo un soldado de la Guerra de los Siete Años, al decir: “logra dar las impresiones que los contemporáneos se hacían de los hechos al componer con fragmentos una representación ideal que, aunque no existe, resulta plausible”. Por otra parte, distingue los artificios de la ficción en una obra del escritor Jorge Luis Borges, la que, según Rolle: “ofrece al historiador una posibilidad de lectura que lo ilumina en su reflexión histórica, proporcionándole una angulatura de visión que no es la acostumbrada e incluso, una interpretación de todo el proceso”.

Es el mismo Rolle quien afirma: “la construcción del relato, sea el de imaginación o el testimonial, se apoyan en la imaginación y en mayor o menor medida en la ficción que actúan como cemento en la estructura narrativa”.

De allí que William San Martín, durante la realización de su propia tarea, al comentar sus fuentes judiciales advierte en este soporte de investigación una realidad "plasmada como verosimilitudes –posibilidades culturales, construcciones discursivas– más que realidades puras”. En este fragmento, debemos subrayar el término que invoca lo verosímil, concepto que se presenta en un relato inventado: aquello que tiene apariencia de verdadero, pero no es sinónimo de esa verdad atribuida, al modo convencional, en exclusivo a la intención historiográfica. Es decir, estaríamos frente al escenario de un registro sólo verosímil para sustentar una reconstrucción de los hechos reales con pretensiones de verdad, una dependencia de instrumentos de persuasión que está más allá del cálculo lineal para encontrar el difuso límite entre un concepto y otro.

El historiador argentino Pablo Lacoste en su artículo Amor y esclavitud en la frontera sur del imperio español: la manumisión de Luis Suárez 1762-1824, nos muestra una faceta que interpretamos más cerca de la literatura que de la narración historiográfica rígida y distante:

“El poder eclesiástico se opuso a la libertad de Luis, lo mismo que los hacendados y los jueces: Pero Pascual y Andrea siguieron luchando, y se jugaron la vida en ella. Cada paso, cada página de esta historia está escrita con el dolor, la pasión de un matrimonio por su hijo […].Ella amó a su marido y a sus hijos; luchó por ellos y junto a ellos. Hasta morir de amor”.

Por otra parte, nos sentimos estimulados a indagar cuánto se acerca la literatura a la historia cuando la ficción, según Eddie Morales, “se apoya, en una copiosa documentación y lectura de las fuentes históricas”.

Pensamos en aquellos casos en los que la estructura de soporte ha sido seleccionada y estudiada con rigor, durante un largo proceso, en el empeño de sacar a la superficie una parte de aquel mundo que fue. En una novela historiográfica que al incorporar el “dato duro”, al mismo tiempo le otorga a éste una dimensión ampliada más allá del alcance del registro, mediante su capacidad heurística e intenciones propias.

En la mencionada obra de Fernando Aísa, encontramos un espacio de posibilidades en donde la historiografía y la ficción de vocación histórica se desenvuelven de manera complementaria. Reflejado en los signos encontrados en nuestro medio, desprendemos de allí que ambas especialidades se descentran, una en la otra, para converger en el objetivo principal de aproximarse a la recuperación de los hechos del pasado.