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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
4 8 2009
Un paisaje de miradas en Julio del Valle, por Andrea Cabel

Primera aproximación al libro: “…la arena en la mano sería una metáfora clara del tiempo”

La arena desborda los espacios que la circunscriben. No podemos mantener un puñado de agua como no podríamos hacerlo con uno de arena. Así, sobre la historia, producto del tiempo, nos dice que tiene nombre de marea. Y la marea, en sí misma, no tiene bordes, en todo caso, tiene algo que llamamos orillas.

En el libro, el recuerdo es un reino habitado por paisajes y personajes, por la voz del sujeto poético que nos narra a modo meditado y sutil, lo que siente. Es un caminante el que escribe estos versos. Una voz poética, introspectiva, curiosa, llena de preguntas que aparecen como un mar revuelto, y que necesita interactuar con quien lo lee. El filósofo, que como cita, a veces es poeta, a través de breves diálogos, rompe el ritmo lírico e incluye preguntas coloquiales que irrumpen en una sola pagina: “¿qué miras ahora? Entonces, alza la mirada y quiere encontrar un “otro”. Comienzan las preguntas, la espera de más preguntas y no necesariamente de respuestas. De hecho, éstas, poco a poco aparecen a modo de metáforas, y la búsqueda por sus raíces, por los personajes que habitaron su nombre antes que él, comienzan a darle el verso exacto para resumir este momento: “el pasado es siempre un recuerdo presente”.

Partiendo de su memoria, va en búsqueda de los apellidos que son como los suyos, intenta reorganizar a modo de rompecabezas, a quién pertenecieron sus ojos que ahora buscan otros ojos que le confirmen lo que pregunta, “El padre de mi abuela, Heinrich Muller, insistía en que le llamaran Enrique”. El tema de la identidad aparece con temor y delicadeza en cada momento que se intenta recordar, y cuestionar el recuerdo. Uno es lo que hereda, lo que construye después, lo que calla. Lo que dice y lo que busca.

Expone temas que pasean entre estos tres grandes ejes: memoria, tiempo, historia y estos tres, son palabras que se necesitan entre sí para poder dejar una idea completa. El sujeto poético nos alerta: uno es sujeto de tiempo, dice: “serás como yo, un pedazo de tierra con memoria”. Se reconoce como parte de todo este aparatoso sistema de idas y vueltas, de reencuentros, desamparos, de despedidas y pérdidas.

 

Un paisaje de miradas: el mar y el cielo

El sujeto poético entiende la historia como entiende la marea, como un inmenso caudal de misterios que arrasa con lo que se involucre en su camino. El mar para él, es un espacio habitable para criaturas mágicas, algunas aún no conocidas, es parte de un paisaje íntimo, silencioso. El agua tiene una forma específica en este texto y es la forma de la historia. Ambos tienen en común que son parte de un ciclo, que se transforman y que constantemente se están haciendo. El pasado no es más que esta palabra que nombro. Y que pasa, y que ya no existe ahora, que existió hace unos minutos.

El agua, para la voz poética,  alberga el deseo, la esperanza, la distancia, la poesía. De ahí que encontremos un paralelo entre dos figuras que se desarrollan entre los versos: el cielo y el mar. Ambos se miran, así, si el mar es la historia, el cielo sin duda, sería la memoria. Son dos espejos que se nutren el uno del otro, y que al mirarse, se parecen el uno al otro. Existe una preocupación por el lenguaje, no solo por el tono y el estilo personal, sino porque incluye idiomas ajenos que son parte de la polifonía del libro y de la vivencia del autor. La inclusión del alemán permite ubicar al lector en ese contexto desde el cual él escribe, o desde el cual se traslada.

 

“Cruz del sur”

Esta es la cuarta parte del libro. Es otro paisaje importante, porque desde la tierra, cualquiera que levante la mirada, ve que la constelación “cruz del sur”, es un paisaje inalcanzable, infinito. Es una señal que nos sirve, muchas veces para ubicarnos en lugares que no conocemos, una guía, un grupo de luz que en polifonía marca un camino. Por otro lado, la cruz es un símbolo sacro e histórico. En este acápite asoma el amor de modo sutil. Dice un verso “Porque la posibilidad del amor es casi tan fuerte como el amor” y concluye este primer poema en que “por eso sin duda, se hace necesario no creer demasiado en el amor ni en la justicia. Por eso sin duda, creemos”, es decir, estos “entes” por llamarlos de alguna manera, el amor y la justicia son dos necesidades, dos paradigmas constantes de las sociedades. Asimismo, el poema IV, de “Cruz del sur”,  continúa en una escena plagada de gerundios, es decir, llena de movimientos constantes, “despertando, evadiendo, evocando, mimando, desesperando….” Todos estos movimientos acaban rozando las manos del sujeto al que se dirige este yo poético y que dice “perdiéndote, inexorablemente perdiéndote”. Ese poema es uno de los mas intensos del libro puesto que brilla como las estrellas de esta cruz y que funciona como el amor y la justicia, todos lo vemos, todos lo sentimos, nos acercamos a el de alguna manera, y podemos acabar en lo que diría luego “una furiosa calma”.

El juego de miradas es a cada momento más intenso, el sujeto poético se pregunta sobre la historia, la memoria que la recupera y el tiempo que lo asume todo, de pronto se acelera y se intensifica de modo más personal e íntimo. Un modo que compartimos los lectores al sentirnos igualmente víctimas del tiempo y de la memoria. Siguiendo este poema encontramos un mantra, se repite “salvo tu nombre y la emoción de tu nombre” y se repite, y se repite hasta que solo queda el nombre, y la emoción del nombre, de pronunciarlo. El acto profundo que implica para el poeta la emoción de enunciar una palabra, y por ello, de creer en ella. La palabra existe, tanto en el poema, como en la realidad del poeta que la repite ritualmente, esperando que ella, lo escuche y lo cobije.

Obertura, es el breve poema con el que acaba el “Instinto”. Es curioso que el poemario acabe dando el nombre de una pieza de música instrumental con que se da principio a una ópera  Dicho de otro modo, la última parte del libro se plantea musicalmente como el comienzo de algo. Así, la obertura plantea dos versos finales precisos: “mi callado cielo/otra vez”. Podríamos entender que es un guiño al libro anterior “callado cielo” y sin embargo, enfatiza en la imagen del silencio, porque el cielo que se refleja en el agua y se alimenta de lo que ve y que de manera cíclica lo contiene, está callado, siempre, dejándonos la idea de que la plenitud puede ser muda. El aire y el agua aparecen como dos elementos que se miran y complementan y que se necesitan para esta polifonía visual, para este entramado de colores y de hilos que son tejidos con instinto.

acerca del autor
Andrea

Andrea Cabel (Lima, 1982). Licenciada en Literatura hispánica por la Universidad Católica del Perú (PUCP). Diplomada en Periodismo por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Sus poemas fueron traducidos al inglés, al catalán y a otras lenguas. Participó en el proyecto Panamericana de la revista Sèrie Alfafulls Valencia-España). Colabora en diversas revistas peruanas e internacionales. Su primer libro "Las falsas actitudes del agua" ganó el primer premio del concurso Esquina de Papel, organizado por la Embajada de España y fue reeditado en 2007. Publicó reseñas literarias en los diarios El Comercio y Expreso de Lima. Su segundo poemario "Uno rojo" (plaquette)apareció en la colección “Underwood” de PUCP en setiembre 2009.