Cuando me reencuentro con la poesía más puramente metafísica, asaltada de dudas tan antiguas como el mundo, mi corazón no puede evitar arrugarse y contraerse como hiciera en su día al leer los principios cosmológicos de Albert Einstein. No es tanto una nueva revisión de las viejas filosofías morales lo que entre leo en los versos de Mauro Carlos Mercadante (Buenos Aires, 1988), sino más bien un primer intento por manejar el tiempo de aquellos Segundos Analíticos de Aristóteles, lleno de causalidades eternas y accidentes particulares que caracterizan a los hombres. La dicha eterna está afligida, / en camino y en silencio. / Por no leer, escribe su suerte / y la de todo el universo. Que “A” suceda antes que “B” tampoco le es ajeno a la poesía de todas las épocas, y eso lo sabe bien Mercadante, arquitecto de profesión, recién egresado en la ingeniería de la poética de las intenciones primeras del ser humano, ese otro signo de los tiempos que se maneja entre versos que hablan de sutiles verdades y mentiras. Boris Rozas.