El poeta se enfrenta a una vejez anticipada donde las caricaturas, el helado, la chupeta y la rayuela han dado su paso a la sopa, el noticiero, el alcohol y el cigarrillo. La muerte se anuncia con lentitud, día tras día, del verde campestre al gris citadino; como dando la razón a Rogelio Echavarría cuando dice que «El poeta es un hombre que vive y convive con la muerte». La opalina niebla envuelve los árboles en una suerte de nostalgia bucólica en pleno siglo XXI. Jorge Diego Mejía mira la sombra que viene lenta sobre la loma, de sus ojos chorrea luz y sombra. Los afectos van y vienen trenzados entre la muerte y la locura: tristeza, ansiedad, anhelo, desencanto. La poesía oscila entre la vejez y la juventud. No se trata de viejas encopetadas, de viejos sonriendo pacientemente, de señoras de pelo morado, sino más bien de una mirada resignada esperando la muerte. Pero pese a la sombra del turbante, aquí el lector podrá ver la cara del árabe. Rubén López Rodrigué.

• Temprana vejez y otros poemas de Jorge Diego Mejía