El poeta es aquí como el hombre común: único mamífero superior que se reconoce en el espejo. Acelera su paso con destino a una amada que no reconoce o desconoce su deseo. Su horizonte imaginario es la playa y el mar, lugares para retozar sus oleadas pulsionales. En Miguel Esteban Uribe anida el eterno retorno de los símbolos a través del mar, recurso liberador y gratificante por excelencia. Las olas van y vienen, todo se borra y deshace en ese naufragio perenne del ser. No hay intercambio de miradas pues los ojos de la otra intimidan como si aquellas pupilas perforantes pudiesen leer los pensamientos más secretos, analizar los deseos, examinar los apetitos ocultos. Una vez más el poeta nos pinta las condiciones de amor bajo las cuales los sujetos eligen al ser amado y la manera en que ajustan los imposiciones de su fantasía con la realidad. Pero continuar hablando del amor sería difícil sin extraviarnos en los confusos y rutilantes laberintos de la poesía y la mística. Un poeta, de cual prefiero no recordar su nombre, decía: "Yo no creo que la poesía sirva tanto para enamorar como para lamentarse de los amores perdidos". Rubén López Rodrigué.
Miguel Esteban Uribe, Bogotá, 1995. Actualmente estudia literatura y religión en Vassar College en el Estado de Nueva York (EE.UU.). Vivió sus primeros años en Bogotá y se mudó a los suburbios de Washington D.C. cuando tenía 15 años. Sus poemas fueron publicados en inglés en varias revistas electrónicas en la web. Es enteramente bilingüe y no sabe en qué idioma vienen sus ideas. Entre sus escritores favoritos están Gabriel García Márquez, Andrés Caicedo, León de Greiff, Gabriela Mistral, Ernest Hemingway, Langston Hughes. Aspira a ser un escritor y crítico cultural después de terminar sus estudios.