Max Lichtenstein con sus poemas, que más parecen la antítesis de la poesía, se hace eco del acto de fe en la libertad que practicaron Rimbaud y Verlaine. Las obsesiones salen a flote con «Kerouac por delante de Ginsberg», máximos exponentes de la generación “beatnik” norteamericana, que planteaba un despertar espiritual y la transformación de la sociedad norteamericana atravesada por un delirio imperialista. Como Ginsberg y su aullido, en el espíritu nuevo el poeta reclama una libertad de expresión, con ribetes de surrealismo, la única que puede posibilitar nuevos descubrimientos en el pensamiento y en la poesía. La creación de lenguaje se enfila en esa línea libertaria, propagada por Apollinaire, que no le hace el quite a rones y tequilas que no enemista con el budismo.
Max Lichtenstein remata con un haiku en ese camino espiritual pregonado por la generación “beatnik”. Esa suerte de beatitud instantánea, que no excluye la ironía, no significa cerrar los ojos ante el mundo y sus horrores. Acertada o desafortunada, su poesía es como Kerouak: el estadounidense que iba donde el viento lo llevaba. Flaubert: «La poesía es una planta libre; crece allá donde no la siembran». Rubén López Rodrigué
Max Lichtenstein nace en la ciudad de Santa Fe, Argentina, en 1979. Actualmente reside en los bosques del estado de Hidalgo, México.