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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
1 10 2002
"Conversación con Ponciano Cárdenas, artista de la imponencia escultórica" por Héctor Loaiza

-¿Cómo descubriste tu vocación plástica?
-A los siete años yo empecé a modelar. Mi madre con un tino muy especial me compraba los materiales necesarios para modelar y pintar. Cuando tenía trece años, trabajé como ayudante de un escultor. Pienso que ya estaba modelando o pintando dentro del vientre de mi madre, porque no tengo otro recuerdo más que eso. No recuerdo haber hecho nada que no sea arte. O sea, desde niño mis juegos fueron a través del color y de los volúmenes. El arte lo llevo de siempre. Ahora sí, desde que tomé conciencia de esto traté de aprender el oficio. Estudié Bellas Artes en Bolivia, vine a Buenos Aires y continué en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. Fui profesor en el taller de pintura mural de este centro de estudios durante 34 años. Me jubilé en el año 1998. Inclusive, actualmente sigo dando clases en mi taller, me gusta compartir mis conocimientos con mis alumnos.

-Pero, ¿por qué elegiste vivir y trabajar en Buenos Aires?
-En realidad vine con la idea de ir a Madrid porque yo tuve en Cochabamba como profesor a Requemerubia que había estudiado allá y regresaba a trabajar. Y él me había entusiasmado muchísimo para que me fuera a España. Pero en ese entonces para ir uno tenía que venir al puerto. Aquí empecé a visitar las escuelas de arte, fui a la Cárcova. Hablé con el Director, Alfredo Guido, que tuvo una atención muy especial en recibirme. Después de haber visto algunas reproducciones de mis trabajos, me invitó a quedarme en la escuela. Visité el taller de escultura y de pintura mural. Y efectivamente ahí encontré a Antonio Pujia, a Bucci, a Leo Vinci, pintores y escultores muy conocidos en Argentina. Me impresionaron tanto, por eso decidí quedarme aquí. Al día siguiente, fui y le dije "Mire, quiero estudiar acá". Bueno, me dejaron entrar y me preparé para dar un examen un año después. Fui becado los cuatro años de estudio y después de haberme casado, viajé a Bolivia con mi mujer Mariana Martinelli que también es pintora. Pero allá las cosas no eran como aquí. Vi que aquello no era para mí, y volví a Buenos Aires después de haber hecho algunos trabajos. Así fue como me quedé en este país y asumí la ciudadanía argentina.

-Bueno, la impresión que se tiene al ver tus cuadros, que son el resultado del trabajo de muchos años, es la sensación de que existe una idea principal que es la fuerza.
Creo que la gente de los Andes tenemos esa fortaleza, el mismo clima nos enseña eso. Yo he tratado de alguna forma de interpretar, de ser fiel a mí mismo. No es que yo busque que mi pintura sea fuerte, yo creo que eso está en mí. En la obra de arte, uno no hace más que reflejar su imagen y su idiosincrasia. Creo que ahí reside precisamente lo importante de la obra. En toda mi formación artística, en lo que más he prestado atención es en mi aprendizaje de la técnica más universal. A eso he querido agregar lo que yo soy como boliviano, he tratado de interpretar mis obras de acuerdo a mi cultura. Inclusive he conseguido no ver la pintura desde un punto de vista folclórico, sino verla con la proyección del espíritu del hombre americano que es sólido, fuerte en el interior. Esa es la pintura que trato de interpretar, tanto en la escultura, como en el dibujo, el grabado y la cerámica.

-¿Crees que para un artista el lugar dónde nació tiene mucha importancia?
Yo nací en Cochabamba y mis padres, sobre todo mi madre, era indígena. Yo aprendí mucho de ella a amar mi idioma materno, el quechua. Tuve la suerte de que ella hablara en quechua a sus hijos y a sus nietos y con la gente de afuera hablaba en castellano. A partir de esa experiencia en mi infancia, fui buscando la expresión más justa de lo que son mis orígenes.

-En una ciudad tan cosmopolita como Buenos Aires, tu has recreado en tu obra una serie de figuras humanas, mujeres y hombres cuyos tonos de piel nos hablan de "un sol generoso" como lo escribe Rafael Squirru,"ya se trate de bestias como toros, tema llevado con brío a la escultura, o de aves como cóndores".
Creo que el artista verdadero, no incurre en el error de dejarse influir por las vanguardias de cualquier parte del mundo. Cada artista está marcado por su identidad. En mi caso, mi condición de ser americano, no podría hacer otra cosa que volcar mi inspiración de adentro hacia afuera. He aprendido todas las técnicas universales para aplicarlas en mi obra. Pero lo que yo nunca quise abandonar es la representación de mi ser profundo. Conocí personalmente al gran escritor Jorge Luis Borges. El siempre quiso ser un poco europeo, lo declaró muchas veces, pero en su obra demostró que él antes que nada era porteño. Ningún escritor describe mejor Buenos Aires que Borges. Y esto es una muestra de que el hombre no dispone que es lo que debe hacer, sino que hace lo que brota realmente de adentro. En mi caso, con mucha suerte, es lo mismo. Yo trato de realizar lo mejor posible la obra, con técnicas universales, pero hay un sentimiento que está en mi mismo, que lo voy plasmando poco a poco.

-Después de haber visto tus lienzos, se puede decir que las formas de tu pintura están entrelazadas con la escultura. Tus cuadros tratan de salirse de los límites de las telas. Por eso Héctor Cartier ha escrito que tu obra "encarna un paisaje interior, patético y ritual. Patético porque lo puebla una especial angustia que mueve su ánimo y potencial sensible, como ancestral melancolía enraizada en la historia íntima".
Sí, yo creo que todo, en realidad yo tengo la suerte de que todo espectador que ve mis obras siente un poco lo que dice Cartier. Alguna vez medio en broma dije, cuando me preguntaron: "Y usted, ¿qué es lo que pinta?". Yo respondí "Mire, yo me pinto a mí mismo. ¿Quiere ver lo que es mi pintura? Míreme bien, eso es mi pintura". O sea, el arte, en general, no es más que el reflejo del hacedor.

-Héctor A. Borda ha escrito que tu arte refleja "a los hombres-dioses que pueblan América".
La obra de arte recurre al mito. En el momento en que uno empieza a pintar, a modelar o a dibujar, adopta una actitud mágico-religiosa. La obra de arte tiene una trascendencia sagrada, porque recurre a la representación de nuestros antiguos dioses. Pero es indudable que todo eso es una lucha, lo que importa es lo que recibe el espectador.

-Un crítico bastante racionalista podría pensar que tu visión del paisaje y de los seres de América es idealizada. ¿Qué podrías decirnos?
Seguramente, puede ser idealizada, pero todo lo que se idealiza nace de una realidad. Inclusive el artista las recibe de sus antepasados. Ha ido heredando a través del lenguaje, a través de las acciones de otras personas, como los padres o amigos, o gente que tuvo mucha más experiencia. Yo creo que trato de idealizar porque para mí el arte es supremo, es una cosa ideal.

-Podríamos afirmar que en tus lienzos y en tu escultura, están los personajes míticos, los dioses de las montañas, la Madre Tierra y el sol...
El sol para mí es luz, es potencia, y si mis antepasados lo han adorado es por algún motivo lógico, porque el sol es vida. Se habla de mis animales, el toro yo lo había tomado como elemento de fuerza, era una forma que me gustaba muchísimo. Inclusive eso tiene un poco de historia. Cuando yo tenía siete u ocho años, al lado de mi casa había un criadero de toros de lidia. Yo muchas veces me subía al paredón y empezaba a modelar a esos toros y surge precisamente en mis esculturas, que de alguna forma me han permitido, aparte de darle mucha fuerza, de haberles dado una potencia interior. El sol fue un tema que, apartándonos ya ahora de lo religioso, impactó mucho al espectador, porque precisamente creo que captaron lo que irradiaba el sol, que es vida. Así que son cosas que he ido tomando, como el toro y el hombre. El drama del hombre, su alegría y su llanto me interesan, más que sus vestimentas, más que lo exterior. Me interesa más lo profundo.

-Ha llamado la atención de un crítico como Osiris Chiérico que dice que la luz espectral de tus lienzos, la atmósfera, evoca la profunda realidad de ese espíritu, largamente soterrado...
Yo creo que es una realidad, o sea, mi actitud, al adoptar una apariencia mítica está buscando precisamente eso. Y me alegro muchísimo de que los críticos y la gente que ve mi obra sienta eso. Quiere decir que hay algo interior que se anuncia en permanencia, el de rescatar el espíritu de mi pueblo.

-Hay algo muy importante también en tu trabajo, lo ha manifestado Mariana Martinelli, y es "el dibujo vigoroso, la materia, la forma y su parco color". ¿Esto ha sido el resultado de una búsqueda o se ha dado de una manera espontánea?
Creo que en ese sentido es una búsqueda y un aprendizaje. Es muy importante ir dominando la técnica, para poder realmente representar un tema o un personaje. He aprendido y sigo tratando de aprender de todas las formas posibles de la plástica. Por eso no me detengo en dibujar, en pintar, en hacer cerámica y en esculpir. He hecho murales en cerámica de grandes dimensiones, frescos. Yo exijo mucho a mis alumnos a dominar muy bien el oficio, para después representar sus mundos interiores.

-Tu vives en Buenos Aires desde hace muchos años y sin embargo no has caído en la tentación de las vanguardias.
Yo personalmente no creo mucho en las vanguardias, porque son como modas y el arte no es moda. El arte es una expresión pura del mundo interior de cada uno. Todo eso no se puede manejar a través de las pretendidas innovaciones de las vanguardias. Mi pintura puede ser muy actual y al mismo tiempo representar la riqueza de mi mundo interior. Por eso yo no estoy muy de acuerdo con las vanguardias. Cada uno de nosotros es un creador, pinta lo que realmente siente adentro, no lo que es traído de otros lados o de otros movimientos.

-¿Cómo ves al arte latinoamericano a la hora actual?
-América es el futuro de las artes, no solamente en la plástica, en la literatura y en todos los movimientos. Porque somos vírgenes en ese sentido. En América hay un movimiento importantísimo. Si retrocedemos un poco, vemos a los mexicanos, que dieron el primer paso, Diego de Rivera, Orozco, Rufino Tamayo, Siqueiros. Pero yo creo que América es joven y tiene mucho para dar. Todavía no se la ha descubierto. A mí me ha hecho mucho bien, por ejemplo, haber visto la pintura mexicana. Eso no quiere decir que yo he seguido la línea de ellos, Rufino Tamayo, para mí es un extraordinario pintor, y es el que menos hizo una pintura social. No se encerró dentro de un movimiento político, sólo hizo una pintura mexicana muy personal. Creo que con él empieza a iniciarse la pintura latinoamericana.

¿Cuál es tu relación con el arte argentino?
-Mi relación con el arte argentino, digamos, es casi total. Porque yo me he formado en este país, he estado relacionado con muchos pintores que realmente trabajaban para un resurgimiento de América. Como el caso de Alfredo Guido, de Ferrari, Centurión, o inclusive Petorutti, ya en todos ellos surgía la idea de crear las bases de la pintura latinoamericana. O sea, la necesidad de representar a América. Pero ese punto, es mi gran afinidad con la Argentina, y aparte este país fue muy bondadoso conmigo, porque me dio la posibilidad de trabajar y de vivir realmente del arte. En este caso, Buenos Aires me ha dado muchas posibilidades para poder vivir de ella, y debido a eso es que pude producir con mucha tranquilidad una expresión de índole latinoamericana, porque acá hay mucha gente que tiene la misma idea que yo y que cooperan para que eso empiece a resurgir.

-Ya has hablado de tus relaciones con la plástica de tu país de adopción. Ahora tienes que responderme sobre las correspondencias de tu trabajo con el arte de Bolivia.
Bueno, yo creo que de alguna forma estoy trabajando en beneficio de Bolivia, y a su vez Bolivia me beneficia a mí, por haber nacido allí. Yo creo que no se trata de un problema de fronteras en Latinoamérica. Estoy expresando lo que es Bolivia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina... En este caso si en mi trabajo hay mayor presencia de los Andes o de Bolivia, es porque soy boliviano, pero mi pensamiento unifica todo aquello.