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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Opinión
16 12 2009
Estados desunidos de Latinoamérica por Andrés Oppenheimer

En momentos de escribir estas líneas, da la impresión de que el continente americano es una región de "todos contra todos". Nunca se han visto más cumbres latinoamericanas proclamando solemnemente la integración regional, ni tantas peleas entre países vecinos. El presidente narcisista-leninista de Venezuela, Hugo Chávez, no ha dejado de pelearse prácticamente con nadie que no integre su bloque de aliados incondicionales. Acaba de proclamar que "vientos de guerra" soplan sobre la región y que "estamos listos para el combate" con la vecina Colombia. Sus embajadores deben vivir con las maletas preparadas, porque Chávez constantemente anuncia "congelamientos" de relaciones diplomáticas —los más frecuentes con Estados Unidos y Colombia— y los llama en consultas a Caracas, para luego volver a enviarlos a sus destinos pocas semanas después. El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ha roto relaciones diplomáticas con Colombia, luego de que el ejército colombiano atacara una base de las narco guerrillas colombianas FARC en Ecuador y confiscara archivos de computadoras —certificadas como auténticas por un peritaje internacional de Interpol—, que mostraron el activo apoyo de Ecuador y Venezuela a la guerrilla colombiana.

Perú y Bolivia retiraron sus respectivos embajadores hace pocos meses, en medio de insultos del presidente boliviano, Evo Morales, a su colega peruano, Alan García, por presuntamente tratar de perjudicar las aspiraciones bolivianas de obtener una salida al océano Pacífico. Anteriormente, Perú había presentado una demanda contra Chile en la Corte Internacional de La Haya por una vieja disputa sobre el área marítima de unos 37.900 kilómetros cuadrados frente a la frontera entre ambos países. Mientras tanto, sigue latente la disputa entre Chile y Bolivia por la exigencia boliviana de una franja de tierra soberana en el norte de Chile que le proporcione una salida al mar. Uruguay y la Argentina prácticamente no se hablan desde que el gobierno del ex presidente argentino, Néstor Kirchner, respaldó a manifestantes que cortaron las rutas de acceso fronterizo a Uruguay protestando por presuntos daños ecológicos de una papelera finlandesa en la costa uruguaya, a pesar de que estudios del Banco Mundial revelaron que las plantas no eran contaminantes. Las relaciones entre Brasil y Bolivia siguen afectadas por la estatización de plantas petroleras brasileñas realizada en Bolivia. Y Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua —y en tono algo más mesurado Brasil, la Argentina y Paraguay— no pierden ocasión de culpar a Estados Unidos y España por su retraso económico, acusando a los países más ricos de ser la causa de su subdesarrollo regional.

La desunión de las Américas sería un dato anecdótico —a veces divertido— si no fuera porque está fomentando una escalada en gastos militares en la región, poniendo trabas al comercio entre los países, frenando el crecimiento económico y perpetuando la pobreza. Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), con sede en Londres, el gasto militar en Latinoamérica y el Caribe aumentó un 91% en los últimos cinco años, para llegar a los 47.200 millones de dólares en 2008. Los países que más incrementaron sus gastos militares fueron Venezuela, Colombia, Brasil y Chile, según el IISS. Chávez ha gastado más de 4500 millones de dólares en armas rusas, lo que constituye más del 5% del producto bruto interno venezolano. Brasil acaba de iniciar negociaciones formales con Francia para la compra de 36 aviones de combate por más de siete mil millones de dólares, además de submarinos y otras armas de fabricación francesa. Hasta Bolivia, uno de los países con más altas tasas de pobreza del mundo, acaba de sacar una línea de crédito en Rusia por cien millones de dólares para comprar armas. Los rusos, felices.

Y mientras los países asiáticos firman nuevos acuerdos de libre comercio —incluyendo tratados comerciales entre China y la India, que podrían crear el bloque comercial más grande del mundo—, el proyecto de crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ha caído en el olvido, y las negociaciones para nuevos tratados comerciales bilaterales —tanto entre Estados Unidos y países latinoamericanos como entre estos últimos— se han congelado. La falta de integración económica es patética. Pocos días atrás, conversando con un ministro peruano, me comentó que, debido a las reticencias mutuas por su conflicto fronterizo, Chile está por importar gas natural de Indonesia, mientras que Perú está por exportar gas natural a México. El caso más absurdo de desintegración regional es Centroamérica, donde cinco países pequeños tienen cinco bancos centrales diferentes, cinco monedas diferentes, cinco leyes de inversiones diferentes, y donde —tal como me contó uno de los dueños del grupo empresarial guatemalteco Pollo Campero— es más fácil exportar productos avícolas de Guatemala a China, en la otra punta del mundo, que desde Guatemala hasta la vecina Costa Rica. Los países centroamericanos han creado un Consejo Monetario Centroamericano, un Sistema de Integración Centroamericano, una Corte Centroamericana de Justicia y hasta un Parlamento Centroamericano. Pero en la práctica, a la hora de exportar pollo, les resulta más fácil hacerlo a China que al país vecino.

A diferencia de la Unión Europea, que comenzó con acuerdos muy concretos destinados a facilitar el intercambio de carbón y acero, y luego pasó a tratados mucho más ambiciosos hasta llegar a una política exterior común, los latinoamericanos están haciendo al revés: comenzando por lo más ambicioso, y dejando para un futuro incierto lo más concreto. El resultado concreto es que la gran integración latinoamericana se queda en declaraciones que en su gran mayoría no pasan de ser poesía.

¿Tiene remedio la actual desunión de las Américas? ¿Podrán los líderes de la región anteponer la urgencia de la disminución de la pobreza a su demagogia populista-nacionalista en aras de sus intereses personales? La siguiente colección de columnas, publicadas entre 2006 y 2009, intenta dar una respuesta a esta pregunta. No soy del todo pesimista, pero quiero que los lectores saquen sus propias conclusiones. Por ahora, baste decir que en el mundo de la poscrisis, en que el pastel de la economía mundial será más pequeño y en el que se perfilan cada vez más tres grandes bloques comerciales —el estadounidense, el asiático y el europeo—, los países que no tengan acceso comercial preferencial a uno de los grandes mercados del mundo se quedarán cada vez más fuera de juego. Y los que tengan acceso preferencial a mercados importantes, pero no lo amplíen a nuevos mercados, crecerán mucho más lentamente que los mejor insertados en la economía global. Ahí está el desafío de los próximos años, que sólo se podrá remediar con más unión regional, para poder producir más eficientemente productos que tengan salida a la economía global.