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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
29 4 2010
Distintos tipos de cadenas por Facundo Desimone

Y es bien cierto (quieran o no los señores aburridos por tanto traje y tanta corbata, o no); habría que ir empezando, para variar, a contar las historias por el final (claro; total, es algo super-nuevo, algo que nunca hago, con ninguna de mis historias, no, no…) O, al menos, desde el otro lado (y aquí, que cada uno entienda lo que más le guste por esto de otro lado). Esto me parece que ya lo dijo Cortázar, alguita vez (lo habrán dicho millones, pero a mí me suena clarín y trompetas a influencia cortazariana). Bueno, no importa: si él lo dijo, yo hago las veces de recordatorio, o ayudamemoria.

Tendría, entonces, que empezar a hacerme caso a mí mismo (algo sumamente difícil, en realidad, teniendo en cuenta justamente la naturaleza de ése mí-mismo, pero bueno; cuando empieza a latir en las uñas y en la cara interna de la piel la… ¿Cómo lo digo? Necesariedad de un ensamble, hay que, al menos, hacer el intento), y empezar a desembrollar este brusquísimo ovillo de lana más bien roja, o big-bang en miniatura (o en ampliación; claro, depende de en qué lado del universo se esté parado), en todo caso, esta caminata cósmica y un poco cómica (en algunas partes, al menos. O quizás no, no se; no me acuerdo muy bien… la verdad es que no puedo acordarme, porque todavía no la escribí. Pero bueno… parece que en alguna realidad paralela, bastante difícil de definir pero que suele cruzárseme muy a menudo, atravesándome… bueno, no se la ubicación exacta, pero… será, más o menos, un cuarto más abajo del centro exacto del cerebro [y que tiene su propia temporalidad, quiero que lo sepan] ya la escribí, y la verdad que no me acuerdo) que en realidad no se si tiene (o tendrá) mucho de “historia” (más bien son un rejunte de datos de diferentes laberintos, y alguna que otra reflexión medio colgada, y capaz que sí, un par de cosas medio inventadas, pero… qué sé yo), que todavía ni siquiera empiezo a contar (la verdad que… el que piense que lo hago a propósito… no sé… “… tendrá muchos pajaritos en la cabeza…”, como dice una compañera de teatro, que además actúa muy bien).

Bueno… ¿Por dónde empiezo? (acá ya se tendría que empezar a advertir que empezar por el final es mucho más complicado que empezar por el principio, porque los principios suelen ser [en su gran, desastrosa, corrompida y saturada mayoría], unitarios, de una sola vía, o como se quiera entender, pero la posibilidad de un final es siempre una gigantesca y fortísima catarata de posibilidades, que dispara, chorrea y gotea “agua posible” para todos lados, y esto si habría que ir entendiéndolo y distinguiéndolo claramente de todo lo demás [y otra vez, me lavo las manos, y que cada cual entienda lo que le parezca por la expresión todo lo demás]) básicamente, y reduciendo todos los espirales anímicos y cataratas de lo que sea, me quedan dos posibilidades: o empiezo por Nico, o empiezo por el canario. Y creo que voy a empezar por el canario, porque (no te ofendas Naik), pero… todos sabemos que… en las “imitaciones de la vida” (el arte es una de ellas, y la literatura una rama del arte, etcétera), cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa, es más interesante que un ser humano (quiero hacer notar, otra vez [parece que ésta noche me toca estar repetitivo, ¿Qué voy a hacerle?] que todavía, con todo, aún no he empezado el relato). Bien.

El canario, era amarillo claro, pero fuerte. Sus minúsculas plumas se me antojaban como rayos de sol solidificados, o como las plumas de las alas que se hizo una vez, hace añares (me acuerdo y me da calos fríos [¿¿??]), Ícaro.

Su jaula (es horrible y me parte el alma decirlo, pero hay que decirlo: estaba en una jaula; las disposiciones político-ideológico-sociales de mi familia en esos momentos no permitían tener canarios sueltos por ahí, lamentablemente) era color metal, pero grande, y tenía techo con forma de “techo de casita dibujada”, y además era rojo.

No tengo la menor idea de porque le habré puesto Nicolás de nombre (a Nico, quien iba a ser y, gracias a dios, todavía es [al menos hasta el momento de escribir esto], uno de los mejores amigos de toda la vida, iba a conocerlo años después, y nunca se me hubiese ocurrido relacionar los dos hechos, si no fuera por…).

Vino de niño volando desde su patria (las islas canarias), llego por accidente acá. En un descuido (se habrá quedado dormido sobre la tibia y blanda arena de alguna playa sureña, o algo así), lo atraparon y lo enjaularon, recortándole brevemente las alas para que no pueda escaparse, coartando eternamente su natural libertad (en realidad, lo más probable es que haya nacido en cautiverio; pero desde el punto de vista del relato, es mucho más interesante que haya venido volando cuando niño desde las islas canarias).

Silbaba como un hijo de puta. Seguramente su silbido expresara la nostalgia por su libertad anhelada y prohibida (literariamente hablando, por supuesto).

A mí me encantaba escucharlo silbar. Creo (mejor dicho, estoy seguro) que los inventores del tango debían vivir rodeados de canarios (la inspiración poética, que le dicen). Mi abuelo también silbaba mucho. Se sabía tantos tangos de memoria… era una especie de canario gigante de pelo blanco y anteojos. Pero no tenía jaula (o al menos, no-visible por ojos humanos). Quizás por eso estaba siempre tan alegre, a diferencia de los demás canarios. Su silbido nacía desde otro lugar, una emoción casi opuesta a la de ellos.

En fín, un día Nicolás (el canario, no mi amigo) tuvo que irse, porque llegó a la casa un nuevo inquilino (las razones de su llegada son oscuras y nebulosas): Ulises, un gato siamés bebé que inauguraría lo que sería una larga tradición de gatos siameses obviamente, mis viejos empezaron con que era perverso (y además sádico) exponer al canario a una muerte por paro cardíaco, y así.

Bajo ésas circunstancias, Nicolás fue regalado (junto a una larga fila de mascotas que incluían pequeñas arañas, hammsters, pececitos de colores, tritones, diferentes tipos de lagartijas, sapos, y, finalmente, unas pequeñas y exóticas ranitas color beige, increíblemente estilizadas, que tenían ventosas en las patas [o sea que cualquier superficie sólida, paredes, techos, ahí estaban ellas] y además, la propiedad de adoptar el color, como los camaleones, de las superficies sobre las cuales se posaban), con la esperanza, tal vez, de mayor felicidad, y nunca más volví a verlo.

Años después lo conocí a Nico, y nunca se me hubiese ocurrido que estas dos personas tan diferentes tuvieran algo que ver entre sí, hasta que el otro día lo escuché tocar un tango en la guitarra (no era un silbido, pero claramente se distinguía su esencia), y ésa misma noche soñé que el fantasma de mi ex canario (lo de la sombra lo inventé porque se me hacía como más decorativo; la sombra del fantasma, ésas cosas) se metía adentro de la cabeza de Nico y se quedaba a vivir ahí.

Bueno; ahora tendría que hablar de las cadenas, que serían el principio de la “historia” (lo que todavía no se es cómo carajo voy a hacer para hilar las dos partes; supongo que usaré algún conector estúpido como “mientras tanto…”o, “… por otro lado…”, o alguno de ésos. En fín, no importa; se verá, se verá).

Decir que el mundo está estructurado por diferentes tipos de cadenas, es decir que es una idea que se me ocurrió y lo expreso con ésa metáfora (aunque, nada tiene de raro que, ante mis ojos, ésa frase no tenga absolutamente nada de “metáfora”, y que yo realmente vea miles y millones de diferentes tipos de cadenas enredadas entre sí cuando miro las cosas, y nada más, y que a eso le llame “mundo”. Algunos lo llaman causalidad, que se yo). Así que todo (y todos) no somos más que cadenas, articuladas de una determinada manera, y se acabó.

Aunque, ya se sabe, hay cadenas de hierro, de adamantium, de hule, de terciopelo magenta, de madera, de metal oxidado, y hasta de piel.

El ejemplo que voy a poner es boludísimo, pero… ¡¡¡Aguanten los ejemplos boludísimos!!!

Una pareja de novios. Los dos están juntos por realidad, cruda y chocante, por imposibilidad de hacer realidad sus sueños (esto a veces no pasa, y la pareja se desea y se ama mutuamente, y son plenamente felices. Pero lamentablemente, la mayoría de las veces no es así. Lo que pasa es que a veces la gente [sin que se sepa realmente el motivo] intenta ocultar lo que realmente pasa en el fondo de sus almas. Pero bueno, después pasan las cosas, y es como el tema del flaco, “… todo se sabe alguna vez…”). Pongamos que se llaman Pepita y Roberto-Carlos. Para Pepita, el amor de su vida es un tipo que se llama de apellido Ovejero, y para Roberto-Carlos, Juana-Sofía (una rubia que está increíble). Ahora, como los dos saben que no existe la más remota posibilidad sobre la tierra de estar con los amores de sus vidas algún día… no es que dejan de soñar con sus amores… pero, mientras siguen soñando, también (y por suerte), al mismo tiempo, por muy extraño que parezca, enfocan en la realidad: se ponen de novios (hay que ganarle a la soledad, que es una cosa muy horrible), soñando con que tal vez, quizás, algún día… esas cosas que los cristianos llaman milagro, y los demás, la verdad que no tengo la menor idea…

Lo que ellos no saben es que… realmente es imposible que sean correspondidos, porque, a su vez, Ovejero sueña con una colorada con ojos de miel que se llama María, y Juana-Sofía con un doctor en leyes que se llama Hernán. Y a su vez, Hernán y María tienen sus propios amores imposibles, que se llaman Julieta y Caronte (los nombres no importan, es solo para hacer más evidente el ejemplo), y así hasta llegar al último hombre de la tierra (que tiene que ser hombre, porque una mujer, sola, rodeada de nieve, en el faro del fin del mundo… no, es demasiado triste, no me lo puedo imaginar). Ahí tienen su cadena (que, “… por esta vez, y solo esta vez, nena, sí [si no lo sabés]…”, no tiene nada que ver con la constelación de Andrómeda).

A menos que éste hombre se enamorase perdidamente de una australiana, o una japonésida. Entonces no terminaría nada, sino que sería un círculo, un anillo de infinita luz. Pero bueno, las cadenas pueden ser redondas también (sin ir más lejos, el caballero de Andrómeda tenía dos cadenas: una triangular, para el ataque, y otra circular, para la defensa). Así que esta inesperada posibilidad de desenlace de los hechos (que acaba de nacer cuando nadie se lo esperaba, insospechable) no afecta para nada la teoría, que duerme y permanece intacta en el corazón de la tierra.

Listo. Ahora lo que me faltaría es encontrar ése famoso “conector” del que hablaba antes, como para unir las dos partes.

Mmm… creo que ya está; a ver… bien podría ser algo así como…

“… y hablando de cadenas y éste tipo de cosas, me viene a la mente una cosa que pasó una vez con mi amigo Nico y un canario…”

Listo, perfecto. A partir de éste momento la “historia” queda armada y perfectamente articulada. He dicho.

 

acerca del autor
Facundo

Facundo Desimone, Buenos Aires, 1985. Joven artista argentino emergente, actualmente estudia en la Facultad de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Cursó los estudios medios o de “educación superior” en la escuela de arte “Fernando Fader”. Dos relatos suyos han sido publicados en papel, “Paseo nocturno”, en la antología “Ahora!”, presentada en el marco del festival de arte joven bajo la tutela del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en 2007, y “La estatuilla danzante”, en la antología “El libro de los talleres” de la editorial Dunken, en 2008, libro que fue oficialmente presentado en la Feria del libro del mismo año. Además sigue estudios complementarios de actuación, música, y cine, así como también un terciario de fotografía.