Bautismo en Cajamarca

Fui polvoreado en oro
como un hombre de valor,
principesco, delfinado de ríos.

Fui conquista entre mis hombres,
ejército de un risco
a la luz de amatistas taurinas.

Las heridas se abrieron
en sal de cordilleras
y Andes fue un bisílabo
de mi mitología perdida.

Ofrecí mujeres
embalsamadas de mi semen argentado,
eyaculadas por los espejos
del Potosí.

Abrí las piernas de mi imperio,
talé los árboles en cenizas
y resucité
en crematorios benditos.

Los dioses me miran.
¡Me están mirando con
sus barrigas de tambores secos!...

Fui rey bañado en agua.
Me arrodillé llorando
a sufrir la escupida de mis dioses.

¡Señores! ¡Señores!
¡Perdonen a este pobre indio!
¡Tenga piedad
su maldita mirada de cuenca!

Me he arrodillado
en el abismo,
de frente a las montañas y desiertos.

He bajado mi frente curtida
borrada de todos los metales
para recibir una bendición extraña,
un agua que arde
en el nombre de un enemigo
al que llaman
Cristo.

Oda a Pizarro

Juro haberte visto
con tu cola de diablo,
torciendo tu falo
cual pedúnculo de rata.

Juro que vi tus dedos afilados
como una pesadilla animal
y tus dientes podridos
de tabaco transoceánico.

Eras putrefacto,
rodeado de perros y cerdos,
con aliento de prostituta bárbara
y rabo de alimaña parida.

Juro que adiviné tu caminar
de moneda,
tu sed de óxido
y tu lengua sombría
llena de pelos
y folículos de víboras.

Te vi cruzando los riscos,
arrastrando cadenas y clavos,
resonando con tus pies
de misionero
las infinidades del infierno.

No olvides que
canté en tu nombre
y te ofrendé lagunas
llenas de miasmas
y piedras fulgurantes.

No olvides.

No olvides
que en tu tumba
está dormido un Inca,
acostado de piernas contigo
con la gula brutal de un gusano.