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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
2 9 2002
Liber Fridman: el tejedor de la memoria de América, por Dan Loaiza
¿Cómo integrar los mitos latinoamericanos en una obra de arte? Cuando se sobrevuela por avión la selva amazónica, se descubre que los múltiples caminos del hombre latinoamericano se pierden en una multitud de arroyos y ríos tumultuosos. Uno de esos recorridos ejemplares es justamente el del artista argentino Liber Fridman. En Buenos Aires, tuve la oportunidad de visitar el taller del pintor. Sus cuadros me habían impresionado desde hace mucho y fue un privilegio encontrarme con el artista y su obra. La palabra “libertad”, tomó un sentido inesperado al saber que su nombre, Liber, fue elegido precisamente para hacer referencia a la libertad. Por su vocación abstracta en el continente latinoamericano, me pareció un artista admirable que asumió sus propios desafíos. La importancia de su obra se centra en haber dado sentido al armario de símbolos de las creencias amerindias. Al contemplar sus lienzos, tuve la sensación de que existe una columna vertebral invisible que sostiene a todo el continente. Este eje estaría representado por los Andes y la Amazonía. De ahí se desprende y se concretiza en su obra una red de sueños, de presencias invisibles, de universos y armonías como la variedad de pájaros del paisaje latinoamericano. Liber trabajó mucho en Manaus (Brasil) y en otros lugares del continente como restaurador de cuadros. Cabe destacar este interés por el arte religioso colonial (viniendo por el padre de la tradición ancestral hebrea y habiendo sido anarquista) como una forma de generosidad y respeto a la religión católica. Fue también en Manaus donde empezó a pintar los paisajes exuberantes de la Amazonía. Vivir en una canoa a principios del siglo XX para pintar al cauchero, al buscador de fibras y orquídeas hace pensar a las búsquedas cosmogónicas de los personajes de las novelas de su compatriota, Horacio Quiroga. “Cuando llegué al Perú en 1958” cuenta el artista, “me encontré otro continente: mientras en Brasil al norte, lluvias torrenciales cubrían nueve meses del año, en Perú cubría, nueve meses sin sol, una leve garúa, que creaba una ligera humedad de centímetros apenas en la tierra. La costa peruana es gris y ocre. Parece velar miles de historias vividas en su lento andar de siglos...” No imaginaba encontrarse con los restos de la antigua cultura chimú que se desarrolló en la costa norte, antes que la inca. Allí, investigó sobre los tejidos de las momias y empezó a incluir esos motivos en sus lienzos. "La veneración tributada a los muertos es la manifestación religiosa más antigua" ha escrito Liber, "y la más extendida por todo el mundo, pudiendo señalarse su presencia en las más remotas épocas prehistóricas..." Fue subyugado por las cerámicas-retratos mochicas, por el cementerio de Chan Chan, por la gigantesca pampa de Nazca, cuna de la civilización del mismo nombre, las necrópolis de Paracas en la costa sur de Perú y las pinturas rupestres del altiplano del lago Titicaca. "Pero en las tierras donde la huaca duerme su eterno sueño, más abajo aún, transitando senderos fosforescentes, casi en total penumbra, comencé el coloquio. A mi inspiración de pintor acercaron mis manos figuras apegarminadas. Se abrieron las pupilas, vendas y ataduras. Se rasgaron extrañas voces, silbidos llegaban desde otros laberintos. Sentí pasos y confusas palabras." Estos encuentros con los vestigios precolombinos fueron muy importantes en su obra y provocó en él un pozo sin fin de inspiraciones. Su pintura se refiere al universo mágico de esas civilizaciones desaparecidas, como si fuera la expresión de su arraigamiento en tierras americanas. Al yuxtaponer fragmentos de diversos motivos gráficos precolombinos, el artista eleva esta expresión decorativa a la misma lectura plástica que la pintura. Logra conducir al espectador por medio del óleo hacia el misterioso mundo paralelo que representan los motivos de los tejidos mortuorios. ¿Acaso no es una coincidencia que se trate de momias de la civilización chimú? Liber ha soñado y se ha inspirado de esos mitos. Los símbolos de esta cultura le han permitido generar un campo léxico-pictural. El óleo le hace afirmar un espacio poético y los colores se inspiran de los sueños. Esos fragmentos de tejidos llaman de una manera particular a la mirada. Cuanto más profunda sea la observación, el mensaje parece ser más impenetrable. Llaman la atención en un juego de espejos sin fin. Los tejidos -según los chimús- tienen el poder de acompañar a los muertos en el más allá. Me pregunto, ¿puede el pintor trabajar con tejidos de otros significantes sin perder de vista su intención y la fuerza de su arte? Este planteamiento permite ver que los enlaces con las culturas antiguas son múltiples en su obra. Aparecen en su pintura todos los símbolos mágicos de las creencias chimús: El sapo, El cóndor, El pájaro, El brujo, El cielo y las montañas, Las nubes, Los espíritus voladores y protectores... Los tejidos no son figuras. El pedazo de tejido siempre se refiere a la totalidad que no se muestra. Un pedazo es también toda la fuerza del tejido que se encuentra en el lienzo de Fridman. No importa que esté cortado o reducido a la forma figurativa dentro de los límites del cuadro. Tal vez alguien observe que el pintor use un material sagrado de otro contexto histórico, de otro tiempo o de otro registro. Pero su pintura no hace más que mostrar la posibilidad de un enlace. Dando un cuerpo más abstracto que el de la momia. Uno debe recordar que este tejido acompaña el cuerpo momificado del muerto, con todos sus sueños idealizados por la emoción que despierta el lienzo. Con el universo que evocan sus cuadros el espectador se desaliena de los discursos místicos, porque los elementos iconográficos recuperados del arte sagrado se transforman en discurso estético depurado. Su obra crea un lenguaje propio conformado por un léxico de piezas claves que dan estructura y contenido a su escenario. Así como en los sueños de Borges o en la exploración del lado oscuro de la conciencia humana de Sábato, Fridman pinta la variación de los niveles de conciencia durante el sueño. Se podría decir que los sueños de Latinoamérica a través de su obra son variados, están llenos de color, de energía, son febriles (aún en los climas cálidos o fríos), vibrantes y profundos. Cada uno puede encontrarse soñando en el altiplano de Perú o en su desierto, o en medio de la pampa argentina o frente a una laguna, o en un pueblo brasileño. Son varios lugares donde el equilibrio del día cuenta con el sueño de la noche. Liber Fridman tiene la tranquilidad de un gran soñador. Su pintura inspira la tranquilidad que este sueño sea el que hemos buscado durante mucho tiempo, que ninguna angustia perturbe su equilibrio para convertirse en pesadilla. Esto representa una proyección del camino hacia la madurez y la estabilidad que debe recorrer Latinoamérica. Como un sonido sordo en su columna vertebral, desde el llano al altiplano, pasando por la selva. Sus lienzos caminan con paso seguro, sin torpezas, sin temor que en la oscura noche se perfile la pesadilla de la realidad posmoderna de este continente. La obra de Fridman representan largas noches de luz.