Sábado 18 | Mayo de 2024
Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
3 5 2011
Donde está la esperanza (fragmento) de Fernando Sancho C.

I
La reencarnación de la desdicha
1970

Poetisa galardonada, es cierto. Y leída hasta por los que no gustan de esta faceta de la literatura. Usted, que me lee, me disculpará la petulancia, pero no son palabras mías, sino algo que ha publicado últimamente ese crítico, para el que hasta hace poco era una intrusa sensiblera (según sus propias palabras) y, que ahora, se declara mi descubridor. ¡Quién me lo iba a decir, yo poetisa! Con tanto como había obviado la poesía hasta que, afortunadamente, la encontré en aquel momento tan crucial. Pero mi éxito, desde luego, no estriba en haber obtenido reconocimiento en esta profesión, sino en seguir viva y cuerda después de todo lo que he vivido, y arrastrando esta enfermedad mía que tan limitada me tiene. Un éxito rotundo. Y es que, la vida es, demasiadas veces, como una losa bajo cuyo peso uno siente poderosamente la tentación de sucumbir.

El trastero de la finca se construyó en la terraza. Por fuera se parece más a una casamata que a la vivienda en que dijo el patronato en que había quedado convertida después de practicarle un par de ventanas para que Vicente Fuster y Jacinta Sirvent se pusieran allí a vivir: cortinas como paredes entre habitaciones, quinqués de petróleo por alumbrado, una cocina económica, y sin más muebles que una mecedora, una cuna, dos camas y un balancín. Vicente Fuster, de costado en la cama, finge dormir. «En todo lo que llevamos de semana, no he podido dejar encendido ni una sola noche el quinqué de este cuarto para no caer por si ésta se pone de parto. Pero tengo que racionarlo todo, hasta el petróleo de los quinqués; de otra manera no es posible llegar al fin de semana. Hay que sobrevivir. Lo principal es estar a cubierto, llenar como se pueda el estómago y tomar las cosas como vengan; más no se puede hacer. ¿Por qué haciendo siempre todo lo que he podido, qué culpa tengo yo de haber tenido que cambiar tanto de trabajo en estos últimos dos años?, si me hacían la vida imposible en unos sitios, y en otros, con lo que me pagaban no me llegaba ni para ahorrar para unas albarcas. Y encima tenía que escuchar del padre de Jaci: “Eres un culo de mal asiento, Vicente”. ¡Cómo se nota que no ha tenido la perra suerte que he tenido yo toda mi vida! Y además, ¿no me he casado con su hija y le hemos dado una nieta y lo que está a punto de venir? Aquí estaría yo si no fuese por mi falta de suerte. Con una mujer que no se cansa de decirme que no me quiere, ni de acusarme de ser un inútil. Tres veces que la he podido tocar, y dos veces la he dejado embarazada; y bien que me lo echa en cara. Como para no deprimirse. Otros, con menos motivos, se hacen con alguna amiguita para los apretones más urgentes. A lo mejor yo también debería...»

Jacinta Sirvent zarandea, con suavidad, a Vicente Fuster, y aunque entre dolores la voz se le ahoga en la garganta, logra articular:
—Vicente, despierta. Me estoy poniendo de parto.
—Ya voy, Jaci. Bajo a llamar y subo enseguida.
—Escucha, Vicente: deja a Luci con mi madre y no líes nada.
—No te preocupes.

Vicente Fuster toma a su hija Luci en brazos y sale de la casa. Después de atravesar la terraza bajo un cielo de lodo veteado de relámpagos, llega al rellano del último piso. Vicente tantea con una mano la pared hasta encontrar el pulsador de la luz. El chasquido fuerte del temporizador precede a la iluminación de la escalera, después, su tictac anuncia la cuenta atrás. Vicente Fuster aprieta a Luci contra su pecho y baja, aprisa, las angostas escaleras, temiendo quedarse en un pozo de oscuridad entre planta y planta. Al llegar al primer piso, Vicente se planta ante la puerta número veinte y pulsa el timbre. Tras unos instantes, abre la puerta Bienvenida Verdaguer —la madre de Jacinta— envuelta en un batín azul celeste y con los ojos entrecerrados.

—Jaci se ha puesto de parto. Le dejo a Luci, que voy a llamar a un taxi.
Vicente Fuster alarga los brazos y le tiende Luci a Bienvenida, que la recibe con un gesto de desaprobación.
—La cojo, pero no debería; porque para eso es vuestra hija.
—Hago lo que me ha dicho Jaci. Pero descuide, que vendremos lo antes posible.
Bienvenida cierra la puerta rezongando:
—Descuide, descuide. ¡Poca vergüenza es lo que hay!

Vicente Fuster sale del edificio y recorre Padre Ferris hasta la esquina con Reus, donde encuentra una cabina. Llama tartamudeando, pero a pesar de todo la chica de la centralita le entiende y le dice que, casualmente, hay muy cerca un taxi y que llegará enseguida.

El cielo se ha rasgado por completo. Llueve torrencialmente. Vicente Fuster hace, aprisa, el camino de vuelta, y aprisa sube también los escalones. Cuando llega, Jacinta Sirvent ya está preparada y lanza a Vicente una mirada recriminatoria. Vicente y Jacinta bajan, despacio, la escalera. Al salir del patio ya hay un taxi esperando. El trayecto es corto, y se hace en un silencio que se rompe por el sonido de sirenas de los vehículos de emergencia, pero a Vicente y a Jacinta se les hace interminable.

Al llegar al hospital, una enfermera abre la puerta del taxi, sienta en una silla de ruedas a Jacinta Sirvent y se adentran por un laberinto de pasillos. Vicente Fuster paga al taxista y da, después en recepción, los datos de Jacinta a una funcionaria, que más bien parece un autómata, y que, al acabar, con voz impersonal, le informa de la situación de la planta de maternidad.

acerca del autor
Fernando

Fernando Sancho Casañ, nacido en 1960 en Torrente (España). Estudió Educación General Básica en el colegio Juan XXIII. Allí tuvo un maravilloso maestro llamado don Saturnino García. Con el tiempo ha realizado de forma autodidacta estudios de varias disciplinas. Ha trabajado en varios oficios, que sin duda le han proporcionado una visión más amplia de la realidad.