NISÁN

En la noche última del invierno, bajo la luna de Nisán, cuando velaba sobre las rosas el viento, llegó el ángel violeta de la muerte a volar en derredor de los campos, cuando de repente vio bajar de la cumbre de aquel crepúsculo, al ángel blanco de la vida.

Ambos sintieron el tierno aliento del relente rozarles sus alas, a la brisa hundirse suavemente en sus bocas sedientas y al temor rondando en las aguas de sus sangres profusas de umbría. Ambos sentados en las rocas aledañas al sepulcro, viendo mancharse el cielo con la grana del amanecer, con el carmesí de la sangre de aquel que había muerto y ahora vive, ese esplendor vagamente enrojecido. Ya la saeta de luz del sol penetrante en el cielo límpido, retrataba el retorno de un idilio de abril.

Y el mundo tembló y las piedras suspiraron, los mares azotaron sus mareas y el campo tomó la imagen de un jardín de estrellas temblorosas ante la caricia de la áurea corona del viento que aleteaba. Las entrañas de la tierra se abrieron y el erebo sollozó en amargura. Ambos ángeles se miraron espantados con sus alas abiertas dispuestas al vuelo, cuando otro Ángel, de aspecto como un relámpago y de vestidos blancos como la nieve,  descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella, y los dos ángeles vieron que el velo que cubría el misterio de la luz había sido rasgado, y la vida y la muerte quedaron desnudas a los ojos de los hombres...

AHORA SÉ…

Ahora sé lo que siente la hierba cuando no llueve, lo que sufre la tierra cuando no se derrama el caudal de aguas celestes surtidas por las nubes…

Ahora sé lo que siente la noche desdentada por la luz, sin la tiara que le torna el relente de bellas estrellas que decoran con su cintilar su oscuro velo.

Ahora sé lo que siente el caracol debajo de su casa, lo que sufre el amor bajo la sombra del corazón, lo que lloran los nardos ante el tierno rocío…

Ahora sé lo que sienten los jardines de las casas cerradas, los rosales quemados de silencio, la estopa apolillada por el súbito rayo de sol. Lo que sufre el mar que brama encalado y frío que arrulla a la caída de la tarde…

Ahora sé lo que sufren las callejas sin amantes que las anden con mimosos séquitos. Lo que sufre el espejo sin reflejo, la cometa sin el viento anodino y sin la brisa baladí…

Ahora sé lo que siente el ave que ha emigrado y al retornar no halla el nido en la enramada de aquel árbol de su infancia. Lo que sufre un recuerdo cuando ha muerto a la memoria…