Miercoles 01 | Mayo de 2024
Director: Héctor Loaiza
7.271.825 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
resonancias.org logo
157
Arte
2 9 2002
"Vagamundo" texto de Liber Fridman
Un largo collar de cuentas sin números ni distancias crearon mi destino de pintor; reflexionaba permanentemente sobre otros tiempos de esta América y sobre el artista de este continente que con todo arte y religiosidad elaboró para sus dioses la cerámica, la textilería, joyas y metales preciosamente labrados. Todos estos elementos de historias para descifrar entre soledades y muy en secreto, hallaron en mí al caminador de rutas hacia el pasado. Entre los cerros, con infinita nostalgia, la mirada descubre restos de andene- gastada y bruñida por vientos, huaycos y lluvias. Profundas grietas calcinadas donde el silencio hizo mortaja y adormeció raíces de los tiempos primarios. Florece el espejismo en los desiertos de ondulantes dunas. Más allá en lo alto de pedregosos barrancos, domina la vista de un gran río seco tatuado por las vetas de centenares de acequias que dejaron de manar sus fresquísimas aguas. Argentina y Perú, el altiplano, los abismos, las cimas de los Andes: todos visitados por iguales pueblos laboriosos, creadores de mitos y leyendas, viajeros sin fronteras. Adoradores del sol, la luna, las estrellas y el trueno que llevaron a cuestas de llamas sus culturas, semillas y dioses protectores. Siento realmente nostalgias por esos días de caminante. Se me fijaron imágenes extrañas; cada acontecer de una luna más me convocaba a dedicarle el tiempo que fuese necesario. Su luz reflejada paseó noches de fina plata y turquesa, siguiendo manantiales entre el caserío. Atravieso, con respetuosa reverencia,sus ciclos, sus edades, el inmutable resplandor de su misterio, privilegio que no pudo alterar la acción del tiempo. Y me siento extrañamente ligado a esos orígenes herméticos, que parecen llamarme desde los laberintos de su savia para que los rescate a la luz. Pertenezco a esos tiempos donde los ríos que bajaban de los Andes eran sitio de honor; donde las hierbas y las flores bordaban la andenería, cuidada con amor por labriegos y sus familias; custodios de cada parcela de tierra. Artesanos, orfebres y tejedores; maestros de alta inventiva que realizaban tareas para la liturgia de sus dioses. Tocando esas raíces milenarias, las siento redivivas, con sus nostalgias, sus angustias, su re motísimo aliento de vida, que de alguna manera imperiosa y constante pareciera pujar desde el abismo para volver a ser. Estoy siempre bordeando los tiempos del precolombino. Me siento acompañado y desdoblado en un extraño parnaso de seres y ángeles tutelares que poblaron mis cuadros: viajeros de alboradas, arcoiris, cumbres nevadas y profundas cuevas. Siento que tengo las llaves del ayer; puerta por la que puedo penetrar a mi gusto, ventanas sin cortinas para observar el paso de llamas adornadas con zarcillos y campanillas siguiendo a sus pastores, bailarines, músicos con quenas, antaras y tambor. Fiesta ideal, sol que acaricia el alma, país donde vive la armonía.