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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
1 9 2011
Poemas para querer lo imposible por Eduardo Chirinos

Quisimos lo imposible
quisimos susurrar los años que llevaba la sangre muriendo,
la pesadilla infinita de despertar nevando

A. C.

“Amo la rabia de perderte” ha escrito el poeta César Moro, y Andrea entiende en ese verso la más extrema declaración de amor que haya escrito peruano alguno: amar la rabia de perder nuestro objeto de deseo es alumbrar con palabras la helada oscuridad a la que nos confina el olvido, someterse a los rigores del deseo, arder en esa pérdida que supone cruzar el umbral de lo sagrado:

“…tal vez mañana arda un contrapunto y exista el furor gritando el paso de una gaviota, tal vez mañana, veintiuno, un ángel me cosa sus alas, y el sol antiguo me deje buscarte aún rizando los lagos, aún lamentando de improviso que aquí la lluvia zumbe igual que el metro o el tren de las hormigas, de las verdes manos agitando algún lugar de este pecho, incompleto y acaramelado.” (“Cuatro puntos dorados”)

“Lo sagrado no debe frecuentarse” advierte Antonio Muñoz Molina, pero Andrea ha decidido no hacerle el menor caso: cada uno de sus poemas es un paso adelante en ese umbral donde que la sensata mayoría suele detenerse. Andrea Cabel sabe que lo sagrado es un espacio donde los dioses juegan a ser como nosotros: en esa latitud fornican, se enamoran, se traicionan y se vengan con una crueldad que no conoce más límites que la sangre y el tormento. Detrás de ese umbral los dioses nos ignoran y a la vez nos revelan que sus pasiones —por más crueles que puedan ser— son eternas, mientras que las nuestras están condenadas al olvido. Esa revelación, sin embargo, no oculta la paradoja de que nuestro apartamiento de lo sagrado sea la única garantía que les permite a los dioses representar el espectáculo de sus pasiones. La recomendación de no frecuentar lo sagrado —parece decirnos estos poemas— ocurre por el temor a que los mortales descubramos que somos el modelo de los dioses y ellos la copia, de que cruzar la latitud del fuego no nos hace divinos, sino más terriblemente humanos. Pero, ¿quién que ama no quiere sentirse atravesado por la eternidad que supone desear lo imposible?, ¿quién que ama puede preocuparse por consumirse en ese fuego donde arden sin remedio las pasiones?

Cruzar o no ese ecuador es la tarea más ardua que nos corresponde como seres humanos. Tal vez a ella se refería Vallejo en Trilce XXIX cuando hablaba de esa “ingrata línea quebrada de felicidad” y recomendaba acorazar ese ecuador. La latitud del fuego en el que arde cada una de las palabras de este nuevo y sorprendente libro de Andrea Cabel.