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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
1 2 2012
Quién manda (cuento) por Silvia Hebe Bedini

Miro mis manos y tanta sangre me obliga a cerrar los ojos mientras creo palpar la viscosidad entre mis dedos.
Estoy obnubilado por las imágenes internas que bombardean mi cerebro como explosiones. Y yo que me jactaba de ser un intelectual, de pasar todo por el tamiz del raciocinio; aquí estoy ahora ante esta atrocidad que no consigo enfrentar ni siquiera desde la arbitrariedad de los sueños.
Siempre pensamos que la vida al dar vueltas y más vueltas ofrece al menos una oportunidad de cambio antes de marearnos sin retorno. No entiendo por qué ella prefirió decir basta de ese modo.
Era una estrella visible en medio del cielo más nublado. Y ahora…nada.
Quisiera cubrir mi piel con su sangre, teñirme de rojo púpura y yacer junto a ella. Tomar su olor, su tibieza en plan de desarraigo, su media sonrisa ya sin eco. Desnudarme y pegarme literalmente a su vientre abierto. Que nos hagamos uno. Quiero acariciarla; pero si su piel no me abraza, esa piel ya no es ella.
Cada mentira que salió de mi boca me cierra la garganta. Cada promesa que hice sin medir su alcance me duele en el pecho. Cada tarde que acorté para no llegar a destiempo a mi oficina, dejándola a ella caminar a solas hasta la estación de tren, me parece ahora una pérdida de vida inconmensurable. Yo tengo la culpa de esto. Yo.
Le ofrecí un mundo entero para luego darle tres metros cuadrados de baldosas en crudo.
La creí perfecta para luego criticarla en todo. La desmenucé quitándole hasta el jugo de sus huesos. Me guardé en mi egoteca cada grito suyo de placer y no me hice cargo ni de una de sus lágrimas. La hice mía, aún viéndola llorar por no poder serlo.
Sí, yo.
Y ahora es otra la viscosidad que me humedece los dedos. No es la de aquellos días, no; imagino su sangre que no deja de salir de ese agujero imperfecto. No deja de salir.
La muerte no la acepta. Sigue viva.
No la dejaré sola ahora. Ya lo he hecho tantas veces…no ahora. No en sus últimos respiros por más quejosos que sean. No en mi imaginación.
Al menos no la dejaré sola ahora.
Sé que ya no me escucha, y por eso hablo.
No hubiese querido que termináramos así. No pude cambiar ni un centímetro de mi vida, no tuve coraje, huevos, cojones, dinero, ganas de perder la vida burguesa que tan bien me calza.
No pude; no quise, es verdad, no quise. Pude pero no quise. Y por eso estoy solo, en esta habitación, bañado en sudor y el recuerdo de su sangre.
No pude mantenerla en la jaula que diseñé para ella, tan elegante por fuera y tan mediocre por dentro. No pude mantenerla encerrada y tampoco pude empujarla a que se escapara de allí, y por eso tuve que matarla. O imaginarla muerta, que es lo mismo. O jamás la hubiese olvidado; o jamás hubiese dejado de buscarla o de ser encontrado.
Ella tiene la culpa tanto como yo. Ella cometió el terrible error de amarme.
Insensata. Ingenua. Principiante. Amante.
Le diría si pudiera: Hay mujeres como vos que no se olvidan mientras existan. Y por eso te hice desistir. Y desististe. Bien. Yo mando.
Su sangre parece calmarse. Ya mi piel recobra su color.
Recuerdo su suavidad y su apertura, su entrega. Se calman con su sangre.
Abro entonces los ojos.
Ya no está.
La maté por fin, al menos por un rato, hasta que mi piel comience a desearla con la intensidad que sé que ella también me desea.
Pero esta vez la hice desistir. Yo soy el que manda. Y no habrá mujer que sea la última. Ni siquiera ella.