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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Homenaje
9 4 2012
La tarea del traductor por Kenneth White

Pero la traducción de los Upanishads, que se habían convertido en los Oupnek'at, no debía detenerse ahí. Hacia finales del siglo XVIII, un francés, Anquetil Duperron, se topa con el libro persa, se entusiasma y se pone a traducirlo —al latín. Esta traducción latina, bajo el título bilingüe de Oupnek'at, id est secretum tagendum, apareció en 1801, y puede decirse que este suceso en el campo de la traducción relega a su justo lugar todo el ruido y el furor de la revolución francesa. Los mayores pensamientos, como dice Nietzsche, llegan con pasos de paloma...

De los Upanishads a Yeats

No se mide la importancia de los Upanishads por el "movimiento alemán" del siglo XIX, por su influencia sobre el romanticismo, sobre el pensamiento de Shopenhauer que habla del "fresco aliento que sopla de los Upanishads”. Y si se sigue rastreando la pista se llega a Yeats en Irlanda que, desencantado por una cultura occidental cada vez más vacía y buscando un resurgimiento, una renovación, vuelve los ojos, precisamente, a los Upanishads. Del encuentro entre un espíritu occidental moderno y estos antiguos textos indios, Yeats esperaba ver surgir "una obra maestra mitad asiática”. Esto es lo que puede hacer una traducción: ligar culturas extrañas entre sí y preparar el terreno para un tertium quid, un nuevo mundo intelectual. Una traducción de este nivel tiene una importancia mucho mayor que el noventa por ciento de la producción literaria que pasa como "creación” y que, para un espíritu, por poco exigente que sea, no puede sino permanecer incalificable. "Todo eso", decía Valéry.

Después de Babel

Esto corno preámbulo a la lectura del libro de George Steiner. Una pequeña observación, antes, en cuanto a la traducción, observación que se impone desde la portada del libro. La edición inglesa apareció en 1975 con el título de After Babel. Por una vez, un título que no presenta ningún problema; es el subtítulo el que me detiene. En inglés es bastante modesto: Aspects of language and translation. No sucede lo mismo en francés, donde se convierte en una poética de la expresión y la traducción. Por supuesto se puede decir que el inglés cae siempre en el understatement y que la lengua inglesa carece de precisión. Se puede decir que el francés está siempre envuelto de intelectualismo, y que, a fuerza de querer precisar, la lengua francesa desatiende lo real. No entro en esta vieja querella (para buscar precisamente un tertium quid más allá del "inglés" y del "francés"), pero lo que yo percibo en "poética de la expresión y la traducción” es una cierta jerga de hoy (o quizá de ayer) que (no pienso aquí en la traductora de Babel, que debe ser felicitada por haber traducido estas 470 páginas espesas, sino en todo un "clima") compensa la debilidad de su pensamiento con un vocabulario y un estilo abstrusos.

Los ejemplos de este criticismo (Kritizismus) pretencioso abundan, y George Steiner, preocupado del estado de salud de las lenguas, no gusta de él más que yo. En Langage et silence (Seuil, 1969), Steiner evoca al "pequeño joven lleno de porvenir", crítico ajergado en ciernes (después de haber "logrado" París, podrá hacer giras a los Estados Unidos...) que, "lejos de considerar su trabajo como una confesión de sus fracasos, corno el reconocimiento solapado y desteñido de los límites de su propio talento, se imagina hacer carrera. Esto podría ser gracioso; en realidad es siniestro”. En "póétique du dire", como también en el texto, se percibe la presencia del "pequeño joven" y qué lástima. Además, dejando aparte todo problema de traducción, George Steiner no ha escrito, aquí, una poética. Quizá ha acumulado materiales y trabajos en vista de una poética, y está seguro de que el que quiera escribir una nueva poética (la necesitamos enormemente), tendrá interés en consultar sus libros,pero él no ha creado una poética. El contenido del libro es, muy precisamente, el que anuncia el subtítulo inglés: aspectos de lenguaje y traducción.

George Steiner es un humanista, yo no diría que de "la vieja escuela”, pues su inquietud es mantenerla viva impidiendo que zozobre en el academicismo y en el olvido, que se preocupa (y esta preocupación rebasa a la crítica literaria en tanto tal) por saber y promover, en la medida de lo posible, "las condiciones en las que un arte de calidad puede sobrevivir”. Steiner es muy consciente de las amenazas que pesan sobre esta supervivencia: "Mi propia conciencia se siente invadida por las olas de barbarie que se extienden sobre la Europa moderna: por las masacres de millones de judíos y por la destrucción, bajo la égida del- nazismo y del estalinismo, de lo que yo he tratado de definir... como el genio propio del humanismo centro-europeo”. Se puede pensar, como yo lo pienso, que es tiempo de tratar de desembarazarnos de buena parte de nuestra herencia greco-judaica: que es tiempo de salir del humanismo (hacia algo que falta definir): y que la noción de centro-europeo es uno de los últimos hombres: la “literatura” de las tiras cómicas y el gran entorpecimiento de la música. Esto quiere decir que tendría materia para dialogar con George Steiner y quizá para un fecundo desacuerdo, pero esto sucedería en la punta del iceberg, por así decirlo, sobre una enorme base de acuerdo total.

El lazo principal: el libro

Si, para Steiner, se trata de mantener el diálogo entre el pasado y presente, también se trata, para él, de mantener las zonas de contacto entre las lenguas y las culturas: Cualquiera que afirme que un hombre no puede conocer a fondo más que una lengua, que la tradición novelística y la herencia poética nacionales son las únicas válidas, cierra las puertas que debería abrir y estrecha el espíritu en lugar de conducirlo a contemplar un espacio universal.”

De modo que el principal lazo entre el pasado y el presente, como entre espacios culturales heterogéneos, es el libro. Y la conservación de un arte de calidad depende, en buena medida, de un arte cuya práctica escrupulosa es extremadamente rara y que es el arte de leer. Y, para seguir, con la filiación, una de las mejores maneras de leer es tratar de traducir. Es éste el complejo campo del que trata el libro de Steiner para no hablar del diálogo entre lo particular y lo universal (el relativismo y el universalismo en teoría lingüística, por ejemplo) que le da título.

El campo, es, repitámoslo, complejo. Para insistir en algunos detalles antes de volver a Babel, ¿hasta qué punto podemos confiar en los textos, incluso en los más venerables de nuestro patrimonio? En los textos griegos, por ejemplo, el mismo Platón no escribía. Debemos el texto a un amanuense, sin duda bárbaro, que tenía que traducir mentalmente todo lo que entendía. Después, en Alejandría; se tradujo esta traducción de una traducción. Y por supuesto, las cosas no se detienen aquí. El lector "interpreta” el texto, lo que es también una forma de traducción. ¿Dónde está el "original”, dónde está la verdad del texto? Preguntas análogas a otras tan viejas como el mundo: ¿dónde está la lengua original?, ¿existe alguna verdad fuera de las palabras? Un escéptico como Montaigne acabará por decir: “Hay más que hacer en la interpretación de las interpretaciones que en la interpretación de las cosas y más libros sobre los libros que sobre Ortega y Gasset, "leer es una empresa utópica”, lo que no puede ser, a fortiori, sino más verdadero todavía para la traducción. Pero después de haber concedido todo su lugar al escepticismo, se puede seguir traduciendo y leyendo alegremente. Solo un purista de la peor especie se abstendría. O un místico, me dirán ustedes. Pero todos los místicos están sumergidos en el silencio de lo Uno. Hay místicos enamorados de la multiplicidad. Babel tiene sus ventajas. Y cuando menos, todo este amasijo libresco contribuye a la alegría de las naciones. ¿No es cierto Meister Léonce? Y gloria a Marpa, a Marpa dice el traductor, a Kumarajiva, a Kasyamatanga, a Chofa-lan, a Dara Shikoh, a Anquetil, a Stephen Mackenna, a... todos los enloquecidos por los textos, enloquecidos por la lectura, transmisores del sentido, incluso si se hace que este sentido sufra variaciones infinitas…

Por donde sopla el viento

George Steiner escribió, con Después de Babel, un "bello libro de grasa sumía", como decía Rabelais, que se sumerge en la materia permaneciendo siempre en las alturas (no cita ni una sola vez el viejo lugar común: traduttore tradittore) y que mantiene abiertas las grandes preguntas, que en el fondo no lo son y constituyen espacios por donde sopla el viento del delirio. Sí, leer, a final de cuentas, es esto: delirio, es decir (pensemos en la etimología), una manera de salirse del carril.

Quisiera dejar la última palabra a Steiner, quien, por su parte, desconfiando de los esquemas (de los carriles) de un cierto cientificismo que todavía hace estragos, en lingüística como en otros lados (pensemos en los tormentos a que han sido sometidos los pobres gatos de Baudelaire), deja la última palabra a los poetas (no a cualquier poeta evidentemente): "Más que los lingüistas, y mucho antes que ellos, los poetas y los traductores han explorado la epidermis del habla… para descubrir el lenguaje hay que abandonar las estructuras profundas de la gramática transformacional para tomar las estructuras más profundas todavía de la poesía... Hölderlin va más lejos que cualquier filólogo, que cualquier gramático, que cualquier otro traductor en su búsqueda obsesiva de las raíces universales de la poética y del lenguaje." Frases como ésta indican un cambio muy significativo en el clima mental. El fin del cientificismo y la apertura del campo.