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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
30 7 2012
Escritor y académico venido de muy lejos por René de Ceccatty

Este universo heteróclito, en el que todas las clases sociales y todos los valores culturales se transformaban, no dejó de albergar en sí hasta París, donde como novelista, editor y gran crítico literario dejaba ver en sus gustos artísticos y en su propio estilo, tanto vestimentario como literario, esa curiosa pertenencia a un mundo poético porteño, del que había huido a pesar de todo desde muy pequeño, sin olvidar nunca a sus protagonistas. Antes que nada a Eva Perón, cuyo carisma, la ambigüedad de la actriz, de la consumidora de la alta costura y de la amiga del pueblo le fascinaban.

Hijo de Don Serafín, campesino piamontés emigrado a la gran llanura, la pampa, cerca de Córdoba, al noroeste de Buenos Aires, Héctor Bianciotti nace en Calchín Oeste, el 18 de marzo de 1930, no siendo ni el menor ni el mayor de siete hermanos y hermanas, nacidos durante veinte años. Familia numerosa por tanto, en la que fue querido y respetado, pero en la que se sentía diferente. Tanto así como para desear ser sacerdote al acabar su niñez. Pero su vocación no fue lo bastante firme. Contará en su autobiografía en tres tomos (Lo que la noche cuenta al día, 1992, El paso tan lento del amor, 1995, y Como la huella del pájaro en el cielo, 1999, publicados por la Editorial Grasset) cómo la llamada de la capital fue más fuerte en el joven y cómo primaban las relaciones individuales antes que el sacrificio de la sensualidad y la renuncia exigida por una espiritualidad demasiado abstracta.

Abandonó por tanto el seminario. Pero su vida interior quedará marcada por este período de formación mística. Todos sus libros, hasta los últimos publicados (Nostalgia de la casa de Dios, Editorial Gallimard, 2002, y Cartas a un amigo sacerdote, correspondencia con Benoît Lobet, Gallimard, 2006), conservan huellas de un diálogo con un Dios a la vez ausente y siempre a la escucha. Como lo revelará su recopilación de artículos críticos (Una pasión con todas sus letras, Gallimard, 2001), su obsesión por una lengua precisa, su pasión por las palabras, su incesante trabajo en el estilo, su veneración de los escritores que buscaban la frase justa para expresar lo inefable, muestran que concebía la literatura no como una religión sino como una labor de orfebre del alma.

Los orígenes italianos de su familia le hacían anhelar que un día fuera enterrado en Cumiana, el pueblo de sus antepasados, cerca de Turín. Después cambiará de opinión. Aunque la literatura italiana, que conocía a la perfección y que hizo traducir abundantemente en Gallimard, donde fue durante mucho tiempo editor, siguió siendo durante toda su vida, una referencia privilegiada y aunque Italia fuese su destino cuando dejó su país en 1955, elegirá finalmente Francia, el francés su nuevo idioma y conquistará allí la notoriedad.
Pragmático y original

Con Sin la misericordia de Cristo (Gallimard, 1985, premio Femina), deja de escribir en español y opta definitivamente por el francés. En 1996, su elección a la Academia francesa, en la que fue recibido el 23 de enero de 1997, será una consagración no tanto de su obra, que no necesitaba este reconocimiento, sino de su elección lingüística. "Paul Valéry" fueron las primeras palabras de su discurso durante la recepción en la Academia. Y es al autor de El señor Teste a quien Héctor Banciotti debía su pasión por la lengua francesa. "Un imaginario venido de muy lejos", dice lacónicamente en ese mismo discurso para resumir su propia obra.

Las enciclopedias califican a veces este imaginario de fantástico. Pero este adjetivo no conviene a un escritor que acosaba más bien lo que la realidad contiene de pragmático, de gracioso a veces y de misterioso también. No abandonaba nunca en sus novelas el realismo turbado por coincidencias, casualidades, fatalismos y fulgores. Lo mostró de manera brillante en las dos novelas con las que consiguió ampliar su público (después de su Premio Femina, su segunda ficción que contiene claves, Solo las lágrimas serán contadas, Gallimard, 1989).

Hábil en relacionar entre sí a numerosos personajes de diversos medios, se fundía él mismo entre mil identidades, ya que sabía que era inasequible. El mundano parisino que muchos veían en él, debido a sus funciones profesionales, no escondía las cualidades a las que también debía su prestigio social: editor perspicaz al que numerosos principiantes debieron su carrera, crítico extraordinariamente refinado y cultivado, capaz de encontrar un nuevo talento y de analizar en profundidad los grandes clásicos, estaba habituado a asistir a los salones. La metamorfosis de un hijo de campesino en escritor sutil no fue un camino sin tropiezos ni sinsabores.

Tras haber trabajado en una fábrica aeronáutica, comenzó una carrera de actor en Argentina (bajo la dirección de Leopoldo Torre-Nilsson), que intentó seguir en España desde su llegada a Europa a finales de los años 1950. Su impactante belleza le incomodaba, como lo alude en sus libros. ¿Se imaginó inmediatamente como escritor? Sin lugar a dudas, no. Quería entender lo real, estar en comunicación con el arte. El Tratado de las estaciones (escrito también en español, Gallimard, 1977, premio Médicis extranjero) relata su fascinación por María Callas, a quien vio en La Traviata, escenificada en la Scala de Milán en 1955 por Luchino Visconti. Durante treinta años le consagrará artículos admirables a la cantante. La ópera fue su otra pasión. Será asistente de decoración e iluminación en varias producciones líricas y coreográficas, antes de darse a conocer como escritor y crítico.

Después de una breve estadía en Nápoles —donde desembarca el 4 de abril de 1955— y en Roma, donde vivió prácticamente como un sin domicilio fijo, esperó tener éxito en Madrid con el cine, pero se frotaba con los bajos fondos. Y gracias a la pintora Leonor Fini llegó a París, introducido a un medio cultural más apto para su gran capacidad intelectual, y pudo afirmarse. Siendo consejero del escritor, crítico y director literario, Maurice Nadeau y después del editor Claude Gallimard, tuvo una carrera de editor (primero en Gallimard y luego en Grasset) y de crítico literario (en el Nouvel Observateur hasta 1985, y en "Le Monde des livres" a continuación).

Sus primeras novelas (Los desiertos dorados, 1967, La que viaja de noche, 1969, Ese momento que acaba, 1972) fueron traducidas del español por Françoise Rosset y publicadas por Denoël. Influenciados por Nathalie Sarraute y por Virginia Woolf, estas obras ponen de manifiesto un uso muy peculiar de la lengua española, del que encontrará más adelante un equivalente en francés. Largos fragmentos pletóricos de metáforas, que siguen las sinuosidades de la memoria y la sensibilidad de sus personajes.

Con el Tratado de las estaciones y El amor no es amado (Gallimard, 1982, Premio al mejor libro extranjero), tomamos la medida de la originalidad de su empresa literaria, en busca de un laberinto interior, cuyo núcleo es la infancia, un paraíso perdido. "La vida es demasiado difusa para el paso tan lento del amor; se hace tarde; y yo no tengo Itaca": así acaba el segundo tomo de su autobiografía, El paso tan lento del amor. Sabía en efecto no tener un puerto para volver.

Poco complaciente frente a su pasado, Héctor Bianciotti había seleccionado algunos acontecimientos que reflejaban más su pérdida que su construcción. "Solo soy lo que era al nacer, y aunque prefiero la subida a la bajada, ignoro la estabilidad satisfecha de las cimas", escribía en el mismo volumen. Convencido de deber "perderse para siempre" un día, había tenido cuidado en señalar tanto sus extravíos como sus iluminaciones. Y su vida de hombre generoso y de escritor místico fue un ejemplo de honestidad, de libertad a pesar suyo y de enigmático destino.

acerca del autor
Héctor

Héctor Bianciotti (Calchin Oeste, Córdona, Argentina, 1930 – París, 2012) Sus padres eran de origen italiano. Después de haber vivido en Buenos Aires, viajó a Europa en 1955. Tras residir en Italia y España, se estableció en París en 1960 y se naturalizó francés en 1981. Fue crítico literario en el semanario “Le Nouvel Observateur” y colaboró en Le Monde des livres desde 1986 hasta a principios de los años 2000, antes de que su enfermedad, lo alejara poco a poco. Fue también editor en las editoriales parisinas Gallimard y Grasset. En 1996 fue elegido miembro de la Academia Francesa. Publicó en la Editorial española Tusquets diez obras desde 1973: “Sin la misericordia de Cristo”, “Lo que la noche le cuenta al día”, “El paso tan lento del amor”, “La busca del jardín”, “Como la huella del pájaro en el aire” y “La nostalgia de la casa de Dios”, así como “Ritual”, “Los desiertos dorados”, “Detrás del rostro que nos mira” y “El amor no es amado”. Sus novelas en francés merecieron el Premio Médicis Extranjero 1977 por “Le traité des saisons”, el Premio Femina 1985 por “Sans la miséricorde du Christ” y el Prix de la Langue de France 1994 por “L’amour n’est pas aimé” y recibió el Premio Prince Pierre de Monaco 1993 por el conjunto de su obra.