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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
20 10 2012
Un escritor y la incertidumbre por Antonio Guerrero

Acaba de obtener el premio literario de novela en la semana negra de Gijón. La obra se titula: Qué de lejos parecen moscas y habla de muchas cosas entra otras de la maldad humana, de la codicia. Su tono moralista trata en el fondo de una profunda crítica a la sociedad Argentina de la que forma parte desde 1972, año de su nacimiento. Su trabajo es reconocido por diversos medios tanto en su país como en España.

A.G.: Como todo el mundo imagina salir de tu país para obtener premios y nominaciones, en otros llega a ser un privilegio. La mayor aventura que puede vivir un escritor. Yo te preguntaría, en ese sentido, si el éxito internacional es una consecuencia de la universalidad de los temas propuestos, de un estilo original o fruto de una adaptación a la literatura de los países en los que se dan los palmarés.
K.F.: Creo que tiene que ver con las condiciones de posibilidad: en Argentina hasta hace una par de años había una sola editorial de género negro –que, dicho sea de paso, rechazó mi novela— ahora son dos. También son dos los festivales y muy jóvenes: Azabache en Mar del Plata, que va por su segunda edición, y el BAN de Buenos Aires, que hizo la primera. Lo mismo con los concursos: uno que se hizo por primera vez, sin dotación económica, y otro que está anunciado para octubre. Y no hay ninguna librería especializada, en una ciudad como Buenos Aires, que tiene una librería cada cinco cuadras. Si comparamos ese panorama con el de España –que tiene la Semana Negra de Gijón desde hace 25 años, más sus hermanos menores, los festivales de Getafe, Salamanca o Barcelona; librerías como Negra y Criminal en Barcelona o Estudio en Escarlata en Madrid y varias editoriales y concursos dedicados al género negro— se entiende que “Qué de lejos parecen moscas”, pese a ser una novela porteña, tenga más repercusión ahí. Y en Francia, multipliquen esto por cien. Por otro lado creo que los temas que trato, aunque contados desde mi porteñidad, son más bien universales: fui niño en la dictadura, adolescente en la hiperinflación, la caída del muro de Berlín y el puto fin de la historia. Me tocó un mundo sin esperanzas y crecí en él. Eso es lo que puedo contar y es lo que cuento.

A.G.:  Y a propósito... ¿cómo definirías tu estilo?
K.F.: No estoy seguro de poder definirlo, si es que ya tengo uno. La voz de un narrador tarda en formarse. Creo que una característica posible es cierta economía del relato corto puesta al servicio de mi narrativa: los finales, la precisión, la tensión interna permanente; me gusta pensar los textos como maquinarias que no dan ni piden tregua.

A.G.:  He leído por ahí que hay cierto grado de experimentalismo, algo que me seduce mucho, aunque la crítica y el moralismo forma parte innegable de tu pluma.
K.F.: Si hay experimentación es para que la aventura de escribir siga siendo divertida y peligrosa. Lo que Fabián Casas llama ponerse en estado de incertidumbre. Escribo para contar historias. Esas historias tienen una mirada, la mía, que por supuesto no es inocente sino que está compuesta por determinadas elecciones éticas y políticas. Supongo que la crítica y el moralismo tendrán que ver con ellas. Hace mucho tiempo ya que no me puedo imaginar la literatura sino como una productora de pensamiento crítico.

A.G.:  ¿Es necesaria la innovación? ¿Son justas las desviaciones de la lengua común hacia nuevas formas que prediquen nuevos horizontes literarios? ¿No es arriesgado estar cerca de la incomprensión?
K.F.: La literatura es un diálogo. Pero el interlocutor no está del otro lado de la mesa, así que es difícil saber que tan cerca o tan lejos estamos de entendernos. Y, por supuesto, el sentido no tiene por qué ser lineal o puro. Es tan peligroso hacerse críptico y enigmático como tratar al lector como boludo al que hay que llevar de la manito para que pueda caminar. Una vez dijo Paco Taibo II hay que ponerle a la manufactura toda la capacidad técnica pero esta dificultad no debe trasladarse a la lectura. Bueno, creo que lograr una literatura legible pero que, a la vez, vaya ganando complejidad en cuanto a la estructura, la construcción y el uso del lenguaje; digamos que si tengo uno, ese es mi programa.

A.G.:  Volviendo a la circunstancia... tus últimos trabajos, los que te han traído por España en la Semana Negra de Gijón han causado cierto revuelo entre los críticos y no críticos. Todo el mundo se ha fijado en otros premios y publicaciones tuyas anteriores (Casa de las Américas 2009). ¿Suponen, estas obras, una maduración o una reafirmación de ti mismo?
K.F.: Por supuesto lo que suele llamarse una carrera literaria está lleno de quiebres, de picos, de momentos críticos. Creo que, por ejemplo, mi mejor novela es “Lo que no fue”, que la escribí en 2007, pero que la historia de “Qué de lejos parecen moscas” es más fuerte. Lo mismo pasa con los cuentos. Hay algunos de hace diez años que son potentes que otros más nuevos. Aunque si fui aprendiendo a entender mejor qué debe ir al tacho de basura, que hay que corregir, cuando la corrección terminó y, sobre todo, cuándo un texto funciona y cuándo no. Quizá así pueda pensarse la maduración: como cierto conocimiento del oficio. Pero, claro, eso no garantiza que vaya a poder escribir el próximo cuento, la próxima novela. Ya lo dijo Bukowski: uno siempre es un ex escritor hasta que vuelve a sentarse frente a la máquina.

A.G.:  Llegados a este punto me gustaría preguntarte si tienes proyectos futuros.
K.F.: Ufff, varios, pero una de las cosas que mejor hago es hacer planes que no voy a cumplir. Me gustaría publicar un libro de cuentos en España. También tengo a la espera una novela —“Punto ciego”— que escribimos a cuatro manos con mi amigo Juan Mattio, un escritor joven que va a dar que hablar: anoten el nombre. Y volví sobre un proyecto muchas veces postergado: escribir una novela policial que vaya entre el primer y el segundo atentado (entre mayo y agosto) contra Trotski en 1940, que espero terminar antes de fin año.

A.G.:  ¿Qué diferencias encuentras en la literatura española y la argentina? Me refiero no solo a diferencias de estilos y géneros si no también al fenómeno editorial y al acceso al mismo.
K.F.: Retomando una idea de Ricardo Piglia no creo que podamos dividir las literaturas por zonas nacionales (argentina, española) y mucho menos continental (latinoamericana-europea). Quizá sí, haya unos tonos —y usos de la lengua— por regiones (en mi caso, digamos, el Río de la Plata), características geográficas generales (en mi caso, urbana) o el género literario (digamos el género negro). Pero yo no veo diferencias de fondo entre, digamos, la zaragozana Cristina Fallarás, el bonaerense Leo Oyola o el defeño Bernardo Fernández o el gallego Ameixeiras. En cambio si hay, entre España y Argentina, grandes diferencias en cuanto a la circulación y la relación entre los escritores y las editoriales. Sobre todo en lo que hace al pago de regalías y adelantos.

A.G.:  ¿Es España un destino literario?
K.F.: Por supuesto que sí. Y en el caso de los que estamos en el barrio del género negro, España es ineludible.

A.G.:  Otra vez en lo circunstancial... ¿cómo se vive desde dentro ese evento tan importante como la Semana Negra de Gijón?
K.F.: Intentar explicar la Semana Negra es condenarse al fracaso: ninguna explicación va a dar la medida de la experiencia. Porque la Semana Negra es eso: una fiesta de la experiencia. Todo en ahí es extraordinario, empezando porque es la única semana que dura diez días y que el Jefe es Paco Taibo II, un hombre de los que ya no se fabrican.
Estar ahí es entrenar el asombro: ver y sentir la camaradería, la comunión, la generosidad. Pero creo que, sobre todo, la Semana Negra es un Festival-Madre, una fiesta paridora. Allí cada año nacen libros, proyectos, aventuras y amistades.

A.G.:  ¿Nos hablaras de tu nuevo premio de novela en la semana negra de Gijón?
K.F.: Qué me hayan dado el Silveiro Cañada de la Semana Negra es la confirmación de estar jugando en primera. No hay más que ver quiénes lo ganaron antes que yo. Además creo que el premio, por los otros libros finalistas, viene a reforzarla idea de una renovación en literatura negra. Una renovación donde los crímenes son bestiales, la investigación no es fundamental y los finales no necesariamente cierran. Una forma de contar que ya no habla de crímenes en abstracto sino del resultado de esos crímenes en los cuerpos, las mentes y —si se me permite— las almas de quienes los comenten o los padecen. Una renovación —cuya expresión más alta hasta hoy es Chamamé de Leo Oyola— hija de las novelas de David Goodis y Jim Thompson y, en español, del Andreu Martín de Protesis. Creo que este premio es para Qué de lejos parecen moscas, pero también para esa manera de contar.

A.G.:  Para finalizar solo me resta pedirte, como a todos los entrevistados, una definición: La mirada zurda.
K.F.: Aquella que ve que la justicia es más importante que el orden. Y que está clavada en la libertad, pero en la del hombre, no la del mercado.


acerca del autor
Kike

Kike Ferrari (Buenos Aires, 1972). A los 8 años, su padre le regaló una edición de “Los Tigres de Mompracem” de Salgari y fue fascinado por la saga más importante de su vida —la de Sandokán—. Esa saga le incitó a ser escritor. En su adolescencia, escribió algunos poemas y cuentos. En 1997, no tenía trabajo y se puso a escribir unos párrafos sobre un tipo que caminaba hasta entrar a un bar. Al día siguiente, cuando volvió a sentarse frente a la máquina, esos párrafos se convirtieron en un relato. En 1999, se fue a vivir a EE.UU. donde escribió su primera novela, “Operación Bukowski”, publicada en 2004 por una editorial independiente de Buenos Aires. Ha publicado también otras obras como “Entonces solo la noche”. A partir del 2009: salió segundo en el Premio Casa de las Américas y la editorial de Casa, siguiendo una recomendación del jurado, decidió editar su novela. En 2010, salió en Buenos Aires una antología que recopilaba una serie de artículos “Postales rabiosas” y en Gijón ganó el premio de relatos de la Semana Negra. Abrió un blog en el que, retomando la idea de folletín, publicaba un capítulo por semana de “Qué de lejos parecen moscas”. La leyó Carlos Salem, quien la eligió para iniciar su colección, Negra Urbana y Canalla. “Que de lejos…” salió en España en abril de 2011 y en julio fue presentada en la Semana Negra. En 2012, su última novela ganó el premio Silveiro Cañada de la Semana Negra y la edición francesa quedó finalista del Gran Prix de Littérature Policière.