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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
3 3 2014
Hoy ha caído un hombre de Sergio Manganelli

POEMA 42

Hoy ha caído un hombre

Desde la cima
de un andamio,
con su overol
de azul descolorido,
la herramienta aún tibia
en el costado
y un casco tan inútil
como el grito.

Un perito sin ley
registra en acta.

El porvenir
tumbado en la vereda,
anticipando el hambre
de sus hijos,
la mirada morbosa
de las fieras
y al capataz
como único testigo.

Allí quedaron
los sueños resignados,
la vida sin color,
la espera sin sentido,
el último jornal
que no pagaron,
los ojos que no ven
mirando al cielo,
su historia
en un legajo del archivo.

Muy pocos notarán
su traspié hacia el silencio
(donde ya no replican los martillos)
la falta de su olor,
la ausencia de sus rastros,
de su queja ancestral
ahogada en grapa
o su risa inusual
blindada en vino.

El hueco en la ronda de barajas.

La pelota que no devuelve al niño.

La silla frente al plato del domingo.

Mientras repintan
el cartel de “hay vacantes”
sobre el portón de chapas
del destino.

 


PLAZA ONCE

Ojos al sol,
sangra el toro
en la arena,
tras el cobarde
estoque del destino.

 

 

POEMA

Viento y marea,
barajas de la noche,
fertilidad marítima.

El agua huele a sal
y a madreselvas,
a luceros carmín
y a albor del universo.

Buen hacer de las horas,
maldecir del camino,
abandonando al juego
de la espera
un memorial de fango
y de reptiles.
Con un pan de deseo
bajo el brazo,
y una bandera azul
de inconformismo.

Salvar el mar
sería una esperanza,
una romántica forma
de medirme,
cruzando las distancias
y los siglos,
acurrucando gestos
que la hiel
sacude en las facciones.
Navegación de dóciles
fantasmas,
bucaneros de sándalo,
niebla sostenida,
y la proeza cierta
de modelar la luna,
en la dolida arcilla
de la espera.

De la penumbra nace
el resplandor profundo,
y un perfume a duraznos
endulza la conciencia.

 

 

POEMA

si una campana no suena
el silencio se durmió.

León Gieco

Heredo un silencio,
retrato y centinela
de las heladas horas,
cuando no vibro más
que a leves ecos
de lo que nunca pronunció
tu corazón bandera,
de aquello que jamás
escuchará tu boca.

Sin embargo transito
las fobias y las cúspides,
y tu pena horizonte
se duerme con la mía,
bajo un reloj inagotable
de murmullos,
que acompasan un verde
latido acurrucado.

No hay paréntesis,
ni leves agudezas melancólicas.

Una babel de copas
y gorriones,
de sárgazos, derivas
y horfandades.

La piel y su amnistía.

El mutismo de ojos que se tocan.

Un apremio de heridas
acalladas,
bajo una sombra ritual
de despedida.
El abrazo a flor de alma
y un misterioso páramo
de risas.

La marea invade
el arrecife,
y me siento fraterno,
desolado,
oscuramente oscuro,
vigía de un destino
acaso irremediable.

Predigo las frases,
los sueños,
la primicia,
        el lànguido llamado
entre las olas.

Apago los candiles,
mientras el río alza
la muerte
hasta mi boca.

Y hay gaviotas
surcando el otro lado.