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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 5 2014
Sentimiento de culpa (fragmento) de Enrique A. Meitin

Capítulo 1
Máximo sintió un dolor agudo en medio del pecho que se irradiaba a los hombros y el cuello, lo cual tomó en un principio por un calambre debido a una mala postura cuando conducía su auto. El dolor empeoraba... cada latido de su corazón iba acompañado de un dolor agónico, sentía alguna dificultad respiratoria aunque débil, una sudoración fría y estaba mareado... no dijo nada a Jenny, sentada a su lado en el asiento delantero... aguantó en silencio, mientras reducía la velocidad, sin saber que estaba padeciendo los síntomas clásicos de un infarto agudo de miocardio.
En ocasiones le inquietaba el hecho de no saber qué hacer con su vida, aunque era lo bastante rico como para poder vivir sin tener que hacer nada, como era su caso, debía contar con algo que le avivara la sangre y le animara el espíritu... ahora de inmediato todo había cambiado, había perdido la noción del tiempo y del espacio... apretó los dientes, y redujo aun más la velocidad pasándose a la senda de la extrema derecha. No estaba seguro de que pudiera continuar mucho más tiempo soportando ese dolor lacerante que lo destrozaba, jamás imaginó que fuera posible resistir semejante dolor. No se sentía capaz de continuar manejando... necesitaba ayuda urgente... a su mente acudieron primero sus hijos... ¿Quién de ellos podía ayudarlo? Estaban tan lejos... después pensó en la mujer que estaba a su lado…
El dolor desaparecía y el sereno alivio hizo que estuviera a punto de sonreír, mientras podía apreciar que se alejaba poco a poco de la escena del suceso. Al escuchar una hermosa voz, muy suave y agradable tuvo la sensación de que la mujer que lo llamaba estaba muy cerca de él... vio su imagen y se percató que nunca antes la había visto ¿Quién era ella?... por qué lo llamaba precisamente en ese momento a él... buscaba en su mente la razón de aquel llamado y se obligaba desesperadamente a pensar... tenía que haber una razón, aunque se imaginaba cuál era. Tal vez la racionalidad y la capacidad de mantener la calma le darían la explicación de lo que ocurría. Acto seguido todo su mundo se convirtió de inmediato en un penetrante resplandor...
Su intento de alejarse fue breve e inútil, sumergido en su presión en el pecho sintió que se recuperaba... volvía a estar en su cuerpo, volvía a sentir. Recordó que tenía cosas importantes que hacer en la ciudad, pero no recordaba en específico ninguna de ellas... el pánico comenzó a apoderarse de él, mientras pasos rápidos junto al jaleo de los transeúntes se sucedían a su alrededor. Fue entonces, cuando los paramédicos que recién habían llegado se dieron a la tarea de darle oxígeno con una mascarilla, así como a inyectarle un suero intravenoso…
Entre aquella vaguedad soñolienta casi no notaba nada de lo que hacían con él y lo agradeció... aunque si percibía la velocidad de la ambulancia y el ulular de la sirena que no solo lo sometía a una nueva e incomprensible forma de tormento, sino que en general conspiraba contra la quietud de la noche. Su miedo se abrió paso y en un vano intento de romper la inmovilidad en que se encontraba, con mucho trabajo pudo abrir los ojos, cuando uno de los paramédicos, que se encontraba a su lado, observó con interés como él luchaba por recuperarse. Fue entonces cuando Máximo en su somnolencia creyó escuchar que alguien exclamaba.
---¡La presión sigue bajando! ¡Lo perdemos! Sin embargo ya para él estaba perdido, pues se sentía paralizado e inaccesible al mundo, lo cual le anticipaba que no tardaría en morir...
A pesar de que durante buena parte de su vida había coqueteado con la muerte sin buscarla de manera deliberada, estaba consciente que cuando llegara el momento la aceptaría con cierto alivio. La muerte era sencilla... la vida no. Sin embargo ahora que se encontraba frente a ella... no quería morir. Tenía muchos problemas pendientes que resolver ¿Pero quién no? Reflexionó en silencio. Si hubiera tratado de resolverlos en vez de salir huyendo como siempre había hecho, tal vez ahora todos estarían resueltos.
...en cuanto a la vida misma ¿Qué es sino la antesala de la muerte? He vivido siempre dominado por esta convicción irreductible... sin embargo ahora que es inminente me siento incapaz de enfrentarme a ella con resignación.
A medida que vamos creciendo concebimos la muerte como un percance que ocurre a otros, para comprender, a medida que maduramos... o mejor dicho envejeciendo que nosotros también algún día también moriremos. Todos nos comprometemos en una lucha desesperada contra la certeza de que la muerte es nuestro destino final, hacemos lo que podemos por evitar pensar en ello, y con marcada autosuficiencia nos enfrascamos en un sin número de actividades esperando inocentemente que nos libere de una existencia anodina y que alguno de nuestros actos se recuerden después de haber desaparecido... otros buscan el poder, la riqueza, la fama, la felicidad, el amor, el sexo o cualquier otro tipo de placer... algunos desean portarse bien con la sociedad y sus semejantes, ser buenos y hacer el bien. Tanto si fracasamos en nuestros intentos, como si tenemos éxito, todos moriremos.
---Yo en particular. Dijo Máximo para sí. En las primeras etapas de mi vida buscaba dinero, éxito y respeto, no por lo que yo mismo hiciera, sino más bien por ser quien era... ahora... ahora solo deseo salir de esto... por supuesto, vivo. Al decir esto último en su mente comenzaron a bullir los más diversos pensamientos sobre el final y se percató como su corazón dejaba de latir... perdía la concentración y el cerebro ya casi no le funciona. Volvía de nuevo a una negrura infinita, la que se hacía cada vez más decidida a absorberle en una total oscuridad…
Presentaba un cuadro de paro cardio respiratorio y requería resucitación inmediata. El masaje cardíaco y la respiración artificial no se hicieron esperar. Pero como aun había actividad eléctrica en el corazón, dicho paro solo podía revertirse con una urgente desfibrilación... el sonido de la alarma paso a un tono continuo…
Cuando llegaron al Hospital condujeron a Máximo en estado de semi inconsciencia a la sala de emergencia, y Jenny fue obligada a quedarse fuera, nerviosa y angustiada. Allí media docena de personas con batas verdes lo esperaban... la venda que se le había aplicado alrededor de su cabeza herida cuando cayó al suelo en la calle, no era tan blanca como su piel, mientras el ambiente estaba impregnado de un ligero olor a desinfectante. Todos alrededor del infartado, tumbado en una camilla, comenzaron a hacerle cuanto humanamente posible el caso requería... de inmediato lo rodearon de escáneres y de monitores que parpadeaban y zumbaban, mientras una joven enfermera, también enfundada en verde, comprobaba sus signos vitales y le aplicaba una inyección intramuscular...
Esta vez fue la voz de uno de los paramédicos quien le hizo recuperar el conocimiento... se movió un poco y abrió los ojos. Los tenía amoratados y perdidos, pero trató y logró esbozar una sonrisa débil, que fue asimilada por la enfermera acompañante, mujer de un tipo de encanto tan provocador que podía sacar a cualquier hombre de la tumba, o en su defecto, acabar con el autocontrol del paciente.
De pómulos pronunciados con una nariz perfilada y con una mirada resuelta en aquellos ojos azules asombrosamente bellos, mientras su boca grande de labios llenos y jugosos, parecía dispuesta a sonreír. Si bien en su conjunto, no era un rostro bello, si resultaba lo bastante agradable. Parecía en realidad una joven voluptuosa, saludable, con una sensualidad primitiva que algunos hombres encontrarían provocativa, aunque para Máximo, de haberse fijado bien en ella, no constituía el tipo de mujer que hubiera elegido como amante.
---Gracias a Dios que estas despierto y te mueves. Dijo ella con una gracia sin igual que la hizo parecer un ángel…
Máximo cerró los ojos agradecidos con la esperanza de que el sueño enseguida se apoderara de él. Al parecer ya había pasado lo peor, y a pesar de la fatiga, el sueño se le resistía y ahora que su mente parecía estar activa, recuperada, en lo más profundo de su ser comprendía que se había producido un cambio... cambio profundo e irreversible. Sospechaba que aquello se llamaba vejez y que los cambios no eran más que la consecuencia del hecho de haber estado en brazos de la muerte...

acerca del autor
Enrique A.

Enrique A. Meitin (Cuba, 1943). Graduado de Historia y Periodismo en la Universidad de La Habana, y Máster en Relaciones Internacionales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en 1993. Autor de numerosos artículos en la prensa nacional y extranjera así como de varios libros de ensayo: “El sindicalismo libre en América Latina: Un engendro de la CIA”, Letras Cubanas, Cuba 1984, (Premio Nacional, Cuba l973); “Expansión, intervención y militarismo”, (Cuba 1990); “Sistema Integracionista Hemisférico”, (Cuba 1990); “Panamá 1989: Dependencia vs. Soberanía”, Editorial Universitaria, Panamá 1998 (Premio Omar Torrijos de Literatura, Panamá). Reside actualmente en EE.UU. incursionando en la novelística y en el cuento, vinculando la realidad histórica con la ficción. Ha obtenido el “Premio Lima clara Internacional 2014” de Ensayo; Argentina, Marzo 2014.