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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
1 4 2003
"El libro de las flores" por Emmanuel Guigon
"Nadie contradice mejor que Camacho actualmente la afirmación según la cual la pintura surrealista parece preocuparse muy raras veces por la bella pintura […] " Se apreciará cómo Jorge Camacho ha sabido dominar un espacio absolutamente propio, no sin analogías como el que describe, con ayuda del radar, el ala membranosa del murciélago —espacio no menos compartimentado de arriba a abajo que a lo ancho mediante todo un sistema de trampillas, tragaluces y gateras. Para acabar de hechizarnos, se le otorga esa gama ilimitada de tonos sordos que despliegan los fastos de lo que podría ser al crepúsculo lo que la aurora boreal es a nuestra mañana." André Breton, Brousse au-devant de Camacho, 1964 "La obra de Camacho, como toda obra verdaderamente original es el resultado de una obsesión, de una inquietud: la conciencia del desequilibrio entre nuestra sed de eternidad y esa efímera parcela de realidad que cada uno es".

Reinaldo Arenas, Reto insular, 1991

¡Cuidado!: una flor puede ocultar tras de sí otra cosa. Este aviso concierne a las amenazas, siempre múltiples, existentes en las obras de Camacho. Tales amenazas nos sorprenden, nos cogen con el pie cambiado, en el momento mismo en que nosotros creíamos poder escapar, o en el que pensábamos cargarnos de prudencia. Ciertas amenazas giran en torno a las metamorfosis de la propia naturaleza. El reino vegetal triunfa, pero no se encontrarán en él ni plantas ni flores ni árboles conocidos sobre la tierra. Con frecuencia, los peligros se refieren a cultos inéditos. "Sus cuadros" —escribía en este sentido Philippe Soupault en el prólogo a su Collection fantôme, presentada en la Galerie de Seine de París, en 1973— "escenifican unas ceremonias secretas y crueles con oficiantes torturados en las que se encuentra una temática que de entrada recuerda el culto del vudú." Con frecuencia, también acumula en sus imágenes cráneos de órbitas vacías, acoplamientos contra natura. Sin duda, las metáforas del reencuentro de la transgresión permiten esclarecer, en parte, la evolución del pintor, los deseos que le llevan a separar elementos que aparecen unidos. Una imagen está presente con frecuencia: la de seres fantasmales o la de seres ambivalentes que parecen hallarse a medio camino entre el nacimiento y la desaparición. Éste será un mundo paradójico, a la vez simple y convulsivo, en el que se enmarañan los equilibrios y los extravíos, la calma y la inquietud. Modulaciones de colores, en tonos pastel, unen entre sí estos elementos dispares en una atmósfera turbia. Pero por extravagantes y misteriosas que resulten estas monstruosas vegetaciones, no puede dejar de admirarse su incomparable belleza, su fuerza poética. Más allá o al margen de nuestros saberes, y así lo muestran las referencias que hace Camacho al pensamiento hermético, experimentamos constantemente que, en el fondo, toda realidad tiene para nosotros algo de extraño. Otras lecturas giran alrededor del lenguaje. Insisten en sus silencios. En 1966, Camacho rinde homenaje a Raymond Roussel. Desde siempre ama las palabras a través de su pintura. Las palabras son convocadas por las imágenes. Éstas marcan, en hueco, el lugar de las palabras que, con toda necesidad, deben acudir a habitarlas para colmar las incertidumbres o los vacíos. Estas imágenes están a la espera del lenguaje. Son tratadas como letras: se descomponen para volver a componer otras. Podríamos pensar entonces en lo que dice Hans Bellmer en su Anatomie de l'image, recurriendo a un procedimiento del lenguaje: "el cuerpo es comparable a una frase que invita a desarticularla, para que se recompongan, a través de una serie de anagramas sin fin, sus verdaderos contenidos". Muestra también cómo una lengua no toma cuerpo más que a través de un trabajo sobre el cuerpo de la lengua, trabajo anagramático que descompone orgánicamente las letras para proyectar la palabra de cada imagen. Desde sus inicios, la pintura de Camacho actúa en la máxima proximidad de estos cuestionamientos. A lo largo de los años, su obra se ha internado en temáticas diversas. Nunca ha abandonado este registro. Si el arte es el lugar de acogida del imaginario, es porque es la forma de pensamiento que muestra lo que todo lo real tiene para nosotros de enigmático, lo que provoca al mismo tiempo los sentimientos de lo maravilloso y de lo inquietante. André Breton, que lo saludó de entrada como "uno de los que más y mejor tienen que decir", dice de él que "es actualmente el que caza con trampas, por ello, inevitablemente, se producen algunas efusiones de sangre por aquí y por allá para mostrar la crueldad, mucho menos en él que en los demás". Nuestro mundo es terrible. Jorge Camacho tiene en cuenta esa violencia que, en el mundo, ataca directamente al cuerpo. Sin duda, porque la expresión es un dolor desplazado. Y todo esto, naturalmente, inquieta. Como si el arte se desencadenara sobre un fondo de catástrofe, como un sobresalto supremo cuando todo amenaza con hundirse. El que caza con trampas: sin duda se verá en la pintura a un brujo. A mayor abundancia, es toda expresión de lo monstruoso susceptible de ser descrita. El monstruo, que es el que transgrede la separación de los reinos, porque la ruptura de lo visible en fragmentos tiene siempre como reverso imaginario una lógica de la metáfora y de la metamorfosis. "Es el exceso", escribía Roland Barthes a propósito de Archimboldo, en L'obvie et l'obtus, "en tanto que cambia la cualidad de las cosas a las que Dios ha dado un nombre: es la metamorfosis, que hace bascular de un orden a otro; más brevemente, y por decirlo con otra palabra, es la transmigración (... )". Pero sus monstruos no son tan terribles. No son, en definitiva, más que monstruos en pintura. El efecto de humor se expresa igualmente de otras maneras. No está ligado solamente al juego de las formas, a las provocaciones de los temas o al juego del lenguaje de los que tanto gusta. Está sujeto siempre también a cualquier consideración humana, pues no puede identificarse con algo que no tiene ninguna semejanza consigo mismo. Es la impresión que estas flores producen. La parte oculta es también la parte que queda preservada a todas las alteraciones que entraña la vida: la exposición al aire libre, a la intemperie. Las pinturas de Camacho cuentan una historia. Parecen poder ilustrar pequeños mitos ambiguos. Pero no podrían remitir a ninguna historia determinada con un desarrollo y un final. Toda la obra de Camacho se abre así a asociaciones imprevistas, a extravíos y a sorpresas de la mirada que a veces nos remiten a la historia del arte, como en los homenajes a Goya, a Joan Miró, a Juan Gris e, incluso, en sus últimas obras, a las Vanidades de Luis Fernández, a esa rosa que él ha pintado con tanta frecuencia, reducida a lo esencial, perfecta y sola, que expresa a la vez la magnificencia de la flor y lo efímero de su belleza. Le Livre des Fleurs: su título es el santo y seña para poder acudir sin peligro al gran escritor Reinaldo Arenas, que Jorge y Margarita Camacho tanto han contribuido a dar a conocer, cuando él todavía vivía en Cuba. Arenas evoca el clima de ese reencuentro en un texto que publicó sobre el pintor: "La violencia y lo ecléctico, el frío, agresivo y absurdo, la complicidad en el desamparo con una luz que nos hiela y calcina. La mezcla de todas las razas, de todas las culturas y las inculturas, de todas las grandezas y las mezquindades configuran esa larga, estrecha y taimada extensión de intemperie que se ha llamado Cuba. Un artista es siempre, pésele a quien le pese (aún al propio artista), la voz de un terror trascendente y exclusivo. La voz de su paisaje y de su pueblo. Camacho es nuestra insularidad desamparada [...]. Contemplemos fijamente las agresivas estrías (púas, agujas, flechas, ... ) con que la planta en medio la intemperie se protege; observemos esos huesos que en desolada amalgama se reúnen, como un manglar cercano a la costa, ungidos para agredir y sobrevivir." El título remite también a una tradición, la de los Florilegios o Libros de flores, obras sin pretensiones científicas, destinadas más a los artistas que a los naturalistas, formadas esencialmente por grabados descriptivos de las plantas cultivadas en los jardines domésticos, capaces de servir de modelos a los pintores de bodegones florales. Una de las más bellas obras de este género, Hortulus Floridus de Crispin Il de Passe, aparecida en Arheim en 1614, contiene ciento cinco láminas reagrupadas en cuatro bloques correspondientes a las estaciones, con la época de floración de cada una de las plantas representadas, correspondientes a “las más raras y bellas flores ... retratadas y representadas en vivo según su natural". Los especialistas en el lenguaje de las flores, que se autodenominan "anthogramáticos", han ido proponiendo una auténtica gramática floral, donde la flora tiene connotaciones —entre otras— con los rituales del amor y la muerte. Este tema no es nuevo en las pinturas de Camacho. José Pierre escribía sobre ello en el catálogo HARR de la galería Mathias Fels, en 1967: "¿Asesinada con pétalos? Tendida entre los rosales, la bella está muerta, violada, y no sin sufrimiento. En el combate del amor y la muerte, las rosas han dejado caer sobre ella sus pétalos frescos. Pero han quedado gotas de sangre en sus espinas." En sus últimos cuadros, la orquídea se ha erigido en la flor predilecta de Camacho, flor femenina por antonomasia. El pueblo barasana del Amazonas la tiene por "afrodisíaco de los primates". Debe su leyenda a su perfume. Su imagen pintada evoca situaciones eróticas. Ella nos lleva a mirar todo de frente, y hace del sexo, de su representación, objeto de fascinación. La pintura como acto de amor, rapto visual en el que se sume el deseo del otro, por lo que una misma flor puede tener varias significaciones simbólicas. Sin duda, aunque no conviene minimizar los peligros subyacentes en las pinturas de Camacho, los mismos son también manantiales de placer. Recuérdense los relatos medievales que traían a la mente cómo Alejandro Magno y su ejército llegaron a un bosque maravilloso, paradisíaco. Atraídos por un canto de belleza sobrenatural, Alejandro y sus acompañantes descubren muchachas, nacidas en las flores, que les ofrecen compartir los placeres del amor, experiencia que les depara delicias indescriptibles. Ciertas obras nacerán a partir de estos pensamientos, que desarrollarán seguidamente. Por esta especie de éxtasis que las cosas, en el arte, llegan hasta el pensamiento.

E. G. Febrero de 2003

acerca del autor
Varios

1934: Jorge Camacho nace en La Habana, Cuba. 1952: Se consagra a la pintura. 1953: En México se interesa a la cultura maya. 1959: Se instala en París. 1961: Forma parte del grupo surrealista. 1965: Participa en la XI Exposición Internacional del Surrealismo. 1968: Se interesa por la Ciencia Hermética. Conoce a Eugène Canseliet (discípulo de Fulcanelli), a Bernard Roger y a René Alleau. 1978: Publica con Eugène Canseliet y Alain Gruger, "Héraldique Alchimique Nouvelle", Ediciones Le Soleil Noir, París. 1986: Su obra figura en la exposición organizada por Artcurial, "L'Aventure Surréaliste autour d'André Breton". 1987: Con Fernando Arrabal, publica el libro "Rêves d'insectes", Ediciones La Pierre d'Alun, Bruselas. Desde 1971 hasta ahora, ha expuesto en París, en otras ciudades de Francia, Bélgica, Suiza, España, Marruecos, Perú, Venezuela y EE.UU.