Viernes 29 | Marzo de 2024
Director: Héctor Loaiza
7.145.946 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
resonancias.org logo
157
Narrativa
2 4 2015
Marcelito por Nélida Duarte

Quizás no haya mayor desconocido que aquella persona con la que nos casamos.
El vivir junto a alguien nos hace creer que lo conocemos, pero sólo conocemos sus hábitos, algunos de sus deseos, los más evidentes. Sus costumbres, en especial las peores. Su mundo interno es un misterio para nosotros.
Como sucede con los espejos, cuando más nos acercamos más se deforma la imagen que nos devuelven.
¿Pero quién puede guardar la distancia justa cuando cree verse en los ojos de alguien? Ojos pardos, de perrito apaleado, pequeños, dulces y llenos de amor y compresión humana. Una mirada inocente, crocante y tibia como el pan recién hecho. Una mirada de amor. Del amor de Cristo, ese amor incondicional que sólo es privilegio de algunas madres. El verdadero, el que se realiza en la entrega.
Mi Marcelito (perro desgraciado atado a su madre, bruto maldito, incapaz de arreglar una canilla), ese animal que me maltrataba cuando yo consolaba a mi bebé que lloraba y metía "en mi casa", en la casa de mi infancia donde viví días acostada en mi cama de enferma, en mi casa donde mi abuela me crió; donde reinaban las fotos de mi madre muerta y el olor de jazmín saturaba el aire, allí metía a todos sus amigos. En la casa donde soñé una infancia de amigos que no fue. Allí metía a sus amigotes, conocidos y cuanta rata delincuente encontrara en la calle, con la excusa de que pagaba la olla. Yo no lo atendía, decía el bestia, como si le faltaran las manos.)
En la Iglesia lo conocí. Mi casamiento fue la realización de un sueño, fui de blanco al altar. No teníamos dinero. Una monja amiga mía, la hermana Samuelita, nos prestó dinero y compramos latas de gaseosas para vender. Me veo sentada en la acera, junto a una avenida, con un sol impiadoso que me dificultaba respirar.
Marcelo paraba los autos, vendimos poco.
Fuimos a visitar a una hermana en Cristo, Sandra. Esta era una mujer delgada pequeña y frágil, con muchos hijos. Estaba casada con Alejandro, un morocho vulgar que no me impresionó bien en la Iglesia. Tenía mirada de asesino y luego supe que le hizo sufrir la pena negra a Sandra. Ese día ella nos recibió en la puerta de su casita en un lugar descampado, cerca de un puente. Esos días fueron hermosos. Íbamos al Parque Urquiza y comíamos hamburguesas.
Nos agradecíamos estar juntos. Antes de casarnos sucedió un hecho muy traumático.
Marcelo vivía en mi casa. Un día golpearon la puerta, fue un 21 de septiembre. Marcelo se dirigió a la puerta, la abrió y luego supe que irrumpió la policía. Yo estaba en mi cama acostada, entró un policía y me dijo:
-Levántese, señora. Me levanté y vestí, no recuerdo cómo. Empezaron a hablar de una camioneta blanca y de un robo. Un comerciante afirmaba que Marcelo y otras personas le habían robado llevándose todos los objetos en esa camioneta.
Nos separaron. Marcelo quedó atrás, en la cocina, donde estaba amasando. Yo quedé en el comedor, un sujeto puso una máquina de escribir sobre mi mesa, la mesa de mi abuela, fue muy doloroso.
Estos son los derechos que tenemos los argentinos. Si una persona tiene dinero, el juez libra una orden de allanamiento no sólo sin pruebas sino sin indicio firme. Me empezaron a hacer preguntas, qué tipo de gente venía a casa, le contesté al comisario que sólo venía gente de la Iglesia y algunos conocidos de Marcelo. Se fue. Revisaron toda la casa. Volvió el comisario:
-Los vecinos me dijeron que aquí viene gente rara, con el pelo largo.
Tenían que ser mis vecinos. Ratas. Basura. Pensar que nací allí. Más malditos no podían ser. Más tarde, Marcelo me contó que lo presionaron y atormentaron psicológicamente.
 Por fin lo trajeron a mi habitación y le dijeron que se lo llevaban. Él, mientras se ponía las botas, les dijo:
-¿A ella también la llevan? Estaba asustado por mí.
El comisario le dijo:
-No, a ella para qué la queremos, sos vos el que tenés que recordar.
Recordar lo que no sucedió. Marcelo estuvo en casa el día al que ellos se referían. Ya no tomaba. Decían que lo habían visto salir del supermercado de una calle cercana con cervezas y subir a la camioneta con otras personas. No sabían siquiera la dirección de mi casa.
Cuando se lo llevaron quedé muy mal. La puerta estaba fallada. No podía abrir. Por suerte vino un hombre que le vendía grasa para hacer churros a mi marido y pudo abrir la puerta.
Salí enloquecida, y oraba, me costaba pensar. Llamé a mi pastora, una persona muy simple y poco inteligente. Me dijo que iba a orar, oramos juntas, me prometió decirle todo a mi pastor, que estaba trabajando.
Después llamé a la abogada que tenía en ese momento, le pedí que averiguara. Me puse a llorar. Siempre la misma impotencia, la misma desesperación.
Luego fui a ver a Marta, mi psicóloga en ese entonces. Marta era una señora gorda, suave, rubia natural de ojos claros, que vivía en un limbo personal. Era muy buena, pero parecía vivir en otro mundo, el mundo la autoayuda, era muy ingenua.
Le pedí que fuéramos a llamar juntas a la policía, aceptó no sin cierta resistencia. Fuimos a un locutorio cercano. Habló Marta, preguntó si Marcelo estaba allí, "en la División Investigaciones de la Policía". Le pidieron hablar conmigo, me dijeron que Marcelo ya no estaba allí.
Volví a mi casa. La puerta estaba abierta y Marcelo en la cocina; nos abrazamos. Me contó, como pudo, lo que pasó. Según él, no le pegaron, pero se puso muy nervioso. Querían que confesara sí o sí que había robado, evidentemente buscaban a quien endilgar el delito, o sea armar una causa. No encontraron nada en la casa, lo único que les quedaba era apremiar a "algún gil" (así llaman en mi país a la gente honesta) y apretarlo. Lo encerraron en un calabozo, Marcelo me contó que se puso a orar. Al fin lo interrogó un subcomisario y lo dejó ir.
Le dije que había que hacer un juicio, era una locura, pero una injusticia tan terrible tenía que pagarse.
No quiso. Fuimos a comer hamburguesas, Marcelo me dijo que seguramente lo vigilarían.
Esa noche fuimos a la Iglesia. El pastor no le dio mucha importancia al hecho, eso me disgustó, la Iglesia no vive totalmente lo que predica.
De todas formas, en comparación al catolicismo, la iglesia Evangélica acompaña más a los fieles, se interesa por ellos. Al menos "La Casa del Alfarero" era así. A pesar de su rigidez, no te dejaban solo.
Marcelo me comentó, en los días siguientes, que lo seguían. Tuvimos miedo mucho tiempo.
Él comenzó a predicar en la Iglesia; por esa época encontré un papel de su puño y letra, decía que hacía cuatro meses que estaba conmigo pero que no era feliz, que estaba enamorado pero no sabía si yo lo estaba. Había una frase "tengo ganas, a veces, de mandar todo a la miércoles, pero si lo hago qué haría después". Yo quería ser el centro de su atención, nunca lo logré.
Él, al principio, me trataba como a una niña y me atendía.
Cocinaba para mí, pero la madre se instalaba todos los días en casa y no se iba. Mi pastor le dijo claramente que debía cortar con la madre; mi suegra lo explotó desde la infancia y no se resignaba a perder su fuente de ingresos. En especial porque era una jugadora compulsiva.
Siempre había gente en mi casa, el inefable Jorgito (un joven de la Iglesia), al que en mala hora tomó como ayudante. Siempre gente en el medio, a penas conocía a alguien lo metía en casa. Nunca logré evitarlo; me sentía traicionada y abandonada. Hoy que no estamos más juntos, estoy sola, como antes.
Pero extraño la ilusión de la familia, porque fue sólo eso una larga ilusión. Ya quebrada para siempre. "Ya nunca volveréis, noches de plata", dijo Gutiérrez Nájera, así sería. Las noches de plata nunca volvieron. Lo que Dios unió, el hombre separó.
Me queda lo vivido. Y el amor amortajado con las ropas de una ilusión fugaz.
Pero bella, muy bella.

acerca del autor
Nélida

Nélida Duarte, nació en la ciudad de Rosario (Argentina). Cursó la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad de su ciudad natal. Estudió teatro en la Escuela de Arte Dramático. Ha publicado un libro, “Violación”, y recibió los siguientes premios: Editorial de los cuatro vientos, Plaza de los poetas, Editorial Dunken que le permitieron participar en dos antologías. Desde hace 8 años hace radio.