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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
1 4 2003
“Jorge Camacho: Como la carne del silencio” por Zoé Valdés
La piel discurre en el paisaje, boomerang en su temblor telúrico. Eros en forma de árbol anochecido aviva la llama de la caricia en el umbral del efímero recuerdo. Entramos deseosos en la porosidad del valle, en la cicatriz sudorosa del silencio. El paisaje vuelve a expandirse y un mantel de calladas miradas engalana el centro bullicioso de la ciudad. La estética de un beso moribundo, el tendón palpitante en medio de un campo desolado luego de -una larga y promiscua carrera con muchachos desnudos, el emmudecimiento del placer, la extrañeza del ensordecimiento, eso y más; la pintura de Jorge Camacho nos traza exuberantes huellas por caminos quiméricos. Las cosas respondiendo con su sola presencia perturbadora. Los objetos, las raíces, las grutas tragándose los azules pálidos, un suspiro en forma de flor, o de coágulo, expira encima de una mesa junto a una ingenua mentira. El pincel descarna en la herida, esa rajadura invertebrada arrastrándose en el óleo, ahí aflora el sexo de la mujer menstruando jugo de mango. Su mano nos roba la idealización que de las nubes hicimos en la infancia, esos turbios algodones mojando las sienes luego que la nariz nos sangraba. Dilatada la herida, los ojos serán devorados por otros ojos al extremo del océano, y por el vórtice gigante, infinito, del ciclón. El Eros lejano y evocado es una isla deshilachada debajo de nuestros pies, a punto de abrirse como pifia madura, dispuesta a clavamos un trozo de caria en el corazón. Los cubanos siempre deliramos entre lo frutal impío y el veneno medicinal. Amo la agonía del mutismo en la obra de Camacho, en esos titubeantes tonos salmón, y otra vez la apariencia de la uña encarnada en la mano de la danáide, los brotes de una constelación de lunares en la piel de una mujer madura, a punto para los accidentes; ella con su perfil más culinario preparando la conspiración del terremoto, sustituyendo árboles por piedras, en su emanación musical de poros dilatados y ajos hirviendo debajo de las axilas. Indago en el esqueleto de su alma, en sus bruscas y temperamentales posiciones óseas, frenando de un machetazo la dulzura de la canela, advirtiéndonos de que estamos matando de modo muy hermoso, felices e inconscientes de esas armas tan divinas, útiles hasta el éxtasis, en el origen voluptuoso del embrión. Esa mujer que es una mancha espesa en la tela del pintor nos está alarmando, por sus pupilas transcurre toda la piel del mundo, el invisible contorno que es la vida y su risa. Entonces nos abandonamos al color para resguardamos de la proximidad de la inmovilidad, para caer en la densidad con ligero y grácil paso de gamo. Mientras la brisa nos deleita enviándonos el fatigado aliento de los camellos. La pintura de Jorge Camacho es un viaje de la ternura a la crueldad de los encuentros, desde la catedral sevillana hasta la catedral pasando por el filo del desierto árabe. Danzamos taconeando en lo inexplorado del sable, el rito es la proyección andaluza en la garganta de Antonio Mairena hasta el bastón como una palma que desciende del pecho de Beny Moré. La voz y la mordida son el centro de obra, porque no podemos olvidar los dientes marcados en el hombro núbil de una adolescente queriéndose comerse a sí misma. En el canibalismo reconocemos al efebo rabioso. Hiriente como la partitura de la alquimia, en esa rotunda fascinación por escuchar los consejos del viento, por errar en los orígenes mutando a la caudalosa configuración de las zonas erógenas, en los espejos del agua o en el espejismo resbaloso de las dunas. Mestizaje en las escrituras del hechizo, letras inspiradas en la fatal carcajada geográfica de nuestro país donde Julián del Casal muere de risa mientras degustaba perdices porque le estalló una vena que enlazaba la mente con la pasión. Mestizaje en esos números derretidos en el tórrido río, el plomo de los balazos con el que se hizo una estatua a otro poeta ilustre, Juan Clemente Zenea. 0 esa primera gota de sangre entre los muslos mientras escuchaba a José Martí en Tampa de la poetisa que murió a los diecinueve años con una flema luminosa de color irrevelado ahogándole los pulmones, quizás evocando la imagen fresca de Antonio Maceo, el Generalísimo mulato enamorado, encarnado en la córnea, cual una esquirla de cristal. U otra lágrima, por fin de oro puro, aunque ahumada por la historia.

Paris, marzo de 2002.

acerca del autor
Varios

1934: Jorge Camacho nace en La Habana, Cuba. 1952: Se consagra a la pintura. 1953: En México se interesa a la cultura maya. 1959: Se instala en París. 1961: Forma parte del grupo surrealista. 1965: Participa en la XI Exposición Internacional del Surrealismo. 1968: Se interesa por la Ciencia Hermética. Conoce a Eugène Canseliet (discípulo de Fulcanelli), a Bernard Roger y a René Alleau. 1978: Publica con Eugène Canseliet y Alain Gruger, "Héraldique Alchimique Nouvelle", Ediciones Le Soleil Noir, París. 1986: Su obra figura en la exposición organizada por Artcurial, "L'Aventure Surréaliste autour d'André Breton". 1987: Con Fernando Arrabal, publica el libro "Rêves d'insectes", Ediciones La Pierre d'Alun, Bruselas. Desde 1971 hasta ahora, ha expuesto en París, en otras ciudades de Francia, Bélgica, Suiza, España, Marruecos, Perú, Venezuela y EE.UU.